Mi compañero de piso trabaja con subnormales
Profesionales desde diferentes ámbitos de la formación y la educación alertan de la importancia del lenguaje como herramienta de inclusión o discriminación
Alex Marqués
Jueves, 22 de mayo 2025, 14:38
A finales de los años setenta compartía piso con un joven que alternaba estudios con un trabajo en un colegio de educación especial y me ... llamaba la atención lo orgulloso que estaba de sus diplomas, que lo acreditaban como auxiliar educativo en el centro. Con el paso del tiempo, lo que llama ahora poderosamente la atención es que el centro que expedía el diploma con el apoyo del entonces Servicio de Recuperación y Rehabilitación de Minusválidos Físicos y Psíquicos era una importante Asociación Protectora de Subnormales que nació para apoyar a personas con discapacidades diferentes que hasta ese momento carecían de recursos.
Mi compañero de piso siguió acumulando credenciales de cursos de formación para hacer lo mejor posible un trabajo que le encantaba por su trato directo con niños y jóvenes necesitados de cariño y atenciones especiales y, como el anterior, los colgaba orgulloso de la pared, caso del que le concedió el Instituto de Estudios del Hombre, de Madrid, por el curso sobre 'Integración Social del Subnormal'.
Y es que en ese tiempo, los que ahora la Constitución reconoce como deficientes y lo que cada vez más se consolida en el lenguaje social como personas con discapacidad, entonces eran 'subnormales'. En las instituciones que trabajaban con estas personas o en el propio sector educativo no había intencionalidad de ofensa o de insulto, porque se manejaba un lenguaje que recogía el legado de décadas en los que no se cuidaba el manejo de expresiones que pudieran ser ofensivas o menospreciar la dignidad.
Insultos como pedradas
No lo había en determinadas instancias sociales, políticas o culturales, pero cuando ese lenguaje llegaba a la calle sí se arrojaban como pedradas insultos y burlas con los que se despreciaba al 'tonto del pueblo' o se recurría al 'subnormal' cuando se quería ofender o menospreciar a un chaval con síndrome dwon. Los problemas físicos o mentales se convertían en argumentos para la discriminación y el escarnio. Eran «retrasados», o «cojos» y «mancos», o «cuatro ojos» o «cabezones» cuando se trataba de hidrocefalia, o enanos. La minusvalía se lanzaba como un 'castigo' contra los que la padecían de alguna forma una discapacidad y eso, con frecuencia, los arrinconaba y los condenaba a la soledad. Se les veía como diferentes, como raros, y eso los dejaba fuera del grupo de los 'normales'.
Las palabras hieren y duelen cuando se usan para ofender. Desde que a mi compañero de piso le entregaban los diplomas centros educativos y asistenciales dedicados al cuidado de 'subnormales' a la actualidad, han sido necesarios más de cincuenta años de evolución y transformaciones sociales hasta llegar al mes de enero de 2024, cuando en una decisión histórica el pleno extraordinario del Congreso aprobó la Proposición de Reforma del artículo 49 de la Constitución Española, que amplía los derechos de las personas con discapacidad y elimina del texto la expresión «disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos».
Evolución en 50 años
En cincuenta años la sociedad española ha cambiado mucho y lo ha hecho también en la adecuación de un lenguaje apropiado para referirse a personas con discapacidad, que no 'disminuidos', y como recoge la Constitución también en el reconocimiento de derechos previstos en el Título I en condiciones de libertad e igualdad reales y efectivas.
La modificación del artículo 49 de la Constitución era la tercera desde la entrada en vigor de la Carta Magna en 1978, pero la primera de contenido social para adaptar en lenguaje y contenido la realidad actual y la terminología internacional. La reforma compromete y obliga a que los poderes públicos «impulsen políticas que garanticen la plena autonomía personal y la inclusión social de las personas con discapacidad, en entornos universalmente accesibles, y fomentarán la participación de sus organizaciones, en los términos que la ley establezca y se atenderán particularmente las necesidades específicas de las mujeres y los menores con discapacidad».
Desde el Gobierno se recalcó que se saldaba así «una deuda moral con las personas con discapacidad».
Profesionales desde diferentes ámbitos de la formación y la educación alertan de la importancia del lenguaje como herramienta de inclusión o discriminación porque la relación entre lenguaje inclusivo y discapacidad ayuda a hacer del mundo un lugar más igualitario y a reconocer a las personas sean cuales sean sus particularidades.
Un interesante informe de 'People-Acciona' que recoge las conclusiones de la Convención Internacional de Personas con Discapacidad, recuerda que la discapacidad «es un concepto que evoluciona y que resulta de la interacción entre las personas con discapacidades y las barreras debidas a la actitud y al entorno que evitan su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con los demás». Y sentencia que «la discapacidad es una característica de una persona, una parte que no debe reflejar la totalidad de su ser». Es decir, hay que poner a la persona por delante de su discapacidad y por eso debemos hablar de «persona con una discapacidad» en lugar de «discapacitado».
Los profesionales que trabajan en la materia piden que se eviten términos anticuados como «minusválidos», «retrasados» o «lisiados» y evitar expresiones negativas como «confinado en una silla de ruedas» y aquellas que condicionan el pensamiento como «víctima» o «personas que padece». A propósito de estas reflexiones, en los tiempos en los que se hablaba de «subnormales» era frecuente la mal entendida compasión para referirse a ellos como «pobreticos» y «qué pena de niño con lo guapo que es; qué pena y qué dolor de padres», habituales cuando se cruzaban en una calle o se les veía en algún lugar.
Elegir bien el lenguaje
Se trata de aplicar el sentido común y aunque no hay un lenguaje obligatorio, sí se debe utilizar el que conlleve respeto y comprensión de la situación.
Decía el filósofo alemán Martin Heidegger que nos construimos y construimos el mundo que habitamos a través de las conversaciones que mantenemos, del lenguaje y de las palabras que empleamos. «Por eso, es de una importancia crucial tomar conciencia del uso que hacemos de ellas en cada momento y escogerlas de la manera más apropiada. Sobre todo, cuando hablamos de lenguaje inclusivo y discapacidad».
Un documento de Naciones Unidas con las directrices para un lenguaje inclusivo en el ámbito de la discapacidad subraya una idea clave: «Las palabras importan». Y eso porque según cómo nos refiramos a las personas con discapacidad configuramos una manera de percibir el mundo. Las palabras importan porque ofenden y desprecian, porque minusvaloran y discriminan. «El uso de un lenguaje despectivo o poco respetuoso puede constituir discriminación y menoscabar el disfrute de los derechos humanos, mientras que un lenguaje que celebra la diversidad contribuye al fortalecimiento del modelo de la discapacidad basado en los derechos humanos».
Sostiene la ONU la discapacidad forma parte de la vida y de la diversidad humana y por ello no es aconsejable recurrir a un tono dramático ni sensacionalista y tampoco caer en el paternalismo ni la condescendencia, y concluye reafirmando que «las personas con discapacidad no se diferencian del resto de personas en cuanto a sus talentos o capacidades».
El movimiento asociativo Cocemfe, que aglutina a 1.600 entidades sociales en España, ha trabajado mucho en materia de lenguaje inclusivo y subraya que «una discapacidad no se sufre, lo que sufre es la discriminación cuando se vive en un entorno de barreras y se carece de los apoyos adecuados», y entre las barreras están también las del lenguaje.
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