La ciudad de los espíritus
Puerta Real ·
Este miércoles se cumplen quinientos años de la proclamación de Carlos de Habsburgo como rey de Granada y parece que no se van a echar las campanas al vueloESTEBAN DE LAS HERAS BALBÁS
GRANADA
Domingo, 4 de febrero 2018, 03:12
Hay rincones en la ciudad y en el tiempo donde habitan espíritus, presencias fantasmales, que se dejan sentir produciéndonos un escalofrío. Por la calle ... Mesones, cuando es noche cerrada, se pasea el padre Benito y por los aljibes albaicineros juegan los Martinicos. Incluso el Realejo tiene su duende. Vivimos intentando atrapar sueños y glorias perdidas porque queremos que nadie se muera del todo. Lo hacemos con Lorca, cuyo cuerpo huye de los georradares y cuyo legado no encuentra el camino para llegar hasta su Centro de la Romanilla; pero al poeta se le siente y se le palpa en Fuente Vaqueros o Valderrubio, junto a la casa de los Alba o en el cortijo Daimuz, en la Huerta de San Vicente o en su rincón del restaurante Chikito. Federico está incluso en la extensa novela 4321 de Paul Auster, donde el autor lleva a su personaje a visitar las habitaciones 617 de la residencia Furnald Hall y la 1231 de la John Jay Hall, que estuvieron ocupadas por nuestro poeta durante los meses que pasó en Columbia en 1929 y 1930 y en las que escribió la mayoría de los poemas recogidos en Poeta en Nueva York.
Sí, Granada es la ciudad de las presencias ausentes. Hay espíritus sublimes y duendecillos gamberros, herederos de aquellos fantasmas que recorrían las calles del Albaicín o del Realejo para espantar a los transeúntes y facilitar de este modo el paso de conocidos próceres hasta las casas de sus amantes. Hay también espíritus que a veces abandonan las páginas de la Historia y hacen notar su presencia en tertulias, conferencias o reportajes como el que ayer nos informaba sobre las cartas encriptadas entre el Gran Capitán y el Rey Católico.
Hay más presencias y de gran calado en Granada. Por ejemplo la del emperador Carlos, que creó nuestra Universidad y nos metió en el Renacimiento y la modernidad. Este miércoles que viene, el día 7, se cumplen los quinientos años de su jura como rey de Granada y hasta ahora, que uno sepa, nadie ha programado ni un ciclo, ni un acto de homenaje, ni una simple conferencia para conmemorar el vínculo del monarca más poderoso de su tiempo con nuestra ciudad, a la que llevó siempre, aun estando lejos, en su corazón.
Hace quinientos años, el 7 de febrero cayó en domingo y también como este domingo de hoy estaban los cielos cubiertos, llovía e incluso caían copos de nieve, según el cronista Laurent Vital. En la Iglesia de San Pedro de Valladolid, tras varios días de duras negociaciones, los procuradores «de las ciudades y villas de los Reinos de Castilla y León y de Granada» juraron y rindieron pleito homenaje ante el joven Rey Carlos. Terminada la ceremonia, el Soberano, con su mano diestra sobre los Evangelios, juró cumplir como buen rey para sus nuevos súbditos. Los días anteriores hubo duras y acaloradas negociaciones para lograr que el Rey se comprometiera a guardar los fueros y libertades de las ciudades, villas y lugares representados por los procuradores. Por Granada habían acudido don Antonio de Mendoza y Medrano, que durante la pugna se alinearon con el doctor Zumel, el burgalés que se mantuvo terne frente al presidente de las Cortes, el obispo Ruiz de la Mota y el propio Rey, exigiendo que los flamencos no intervinieran en las deliberaciones de los representantes del pueblo.
Aquel joven, que no sabía ni una palabra de castellano y que estaba rodeado de una camarilla de alzacolas y trepas flamencos, vino ocho años después de viaje de novios a Granada y la ciudad le marcó para toda su vida. Carlos fue el promotor de nuestra Universidad, su huella está presente en la Alhambra y en otros muchos lugares de la capital, él fue quien quiso convertir la Capilla Real en panteón de su dinastía, y por eso mandó traer hasta aquí los restos de su padre, Felipe el Hermoso y el cadáver de su muy amada esposa, la bella Emperatriz Isabel. ¿Qué más? Escuche usted a cualquiera de los guías que informan e ilustran a los visitantes sobre las maravillas que encierra Granada y comprobarán que, más bien antes que después, el nombre de Carlos V saldrá de su boca. Porque el espíritu del emperador vive en esta ciudad, como viven el espíritu de Lorca, el de Mariana Pineda o el de Ganivet.
El verano de luna de miel que pasó el Emperador de la Cristiandad en Granada le dejó profunda huella. Aquí pasó sus días más felices, aquí engendró al heredero de sus reinos, aquí vivió uno de los pocos periodos en los que disfrutó de tranquilidad, sosiego, bienestar y descanso; de esa 'vita beata' de que hablaba Séneca. Y aquí también dejó señal de su paso en fuentes, palacios, pilares, fachadas y blasones. Quinientos años de su proclamación como rey de Granada merecen algo más que las gamberradas que su estatua en la plaza de la Universidad soporta de vez en cuando. No quiero creer que esta ciudad sea en este caso tan cicatera como suele. Tiempo habrá dentro de un par de años de rememorar el levantamiento comunero, como también va a haber tiempo de conmemorar la rebelión de Aben Humeya, aquel Puigdemont alpujarreño del siglo XVI. Tanto Fernando de Válor (Aben Humeya) como Carlos de Gante son personajes históricos y como tal deben ser conocidos y tratados. Pero entre el rebelde africanista y el rey que metió a este país en Europa y la modernidad, a mí me cae más simpático el segundo. Cuestión de gustos, como todo en la vida..., y de sentido común.
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