El chiringuito del amor
EL FRUTO DE LA EMPANADA ·
ANTONIO MESAMADERO
Martes, 2 de octubre 2018, 23:55
Todo corrupto a lo grande lleva un putero dentro. Discúlpeme por el término, pero una cosa es ser vicioso o adicto al sexo, y otra ... ser putero. Para esto último no hay sinónimos suaves, lo siento. Quiero incidir en la rama más desorejada del término, la del putero que se funde el parné del contribuyente en una 'casita erótica'. Y del burdel al juzgado, porque olvidan al bueno de Epicuro: «Busca el placer que no venga seguido de ningún dolor».
Pero, ¿qué se puede esperar de la gente 'madura' si entre la gente inmadura, la tierna juventud, está de moda la costumbre de perder la virginidad en una casa de lenocinio? No sé quién fue el pionero en esta práctica, pero supongo que se trata de un chaval con los afectos fundidos.
La virginidad es sólo una cuestión de memoria, porque hay personas que practican tan poco el sexo que la recuperan. Suele pasar mucho en el matrimonio. Hacerlo poquísimo no es malo, da energía. Hacerlo mucho, si es que eso existe, vacía el alma. Hay un punto medio, y no es precisamente irse a un 'puticlub'.
La prostitución jamás desaparecerá, a lo sumo, jugará al escondite. Da igual que la multes, que la prohíbas, o que simplemente le des mala publicidad. En cualquiera de los casos, al igual que con el tabaco, sólo se fomentará su uso y abuso. Las prostitutas existen porque hay demanda de sus encantos. Las estadísticas dicen que una legión silenciosa de granadinos son usuarios de estos servicios, muchos de ellos gente joven que encuentra 'guai' visitar un club de alterne como si fuese un espectáculo de feria. Lamentable.
El problema se eternizará mientras el irse de putas sea una costumbre para la gente adulta y un pasatiempo tan divertido como el botellón para la gente joven. Prostitución si, prostitución no, yo no me meto. Lo que importa es que si vas a un sitio de estos porque eres así, no te comportes como un hijo de pu... con estas mozas.
«El nombre del viento», de Patrick Rothfuss, es una joya literaria de la que pesco para usted esta frase sobrecogedora: «A una prostituta llámala siempre señora. La vida de las prostitutas es muy dura y no cuesta ser amable con ellas». Dedico este artículo a los cargos políticos que se dejaron en una noche de burdel 15.000 euros a cargo del erario público, y a la cazurra actitud de ciertos jovencitos hacia la prostitución.
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