Chari, la primera mujer capataz de Inagra
Su jornada laboral comienza cuando el sol aún sigue escondido. A las 5.30 horas recibe los avisos que cada día debe gestionar, aunque son menos de lo que le gustaría
Leticia M. Cano
Sábado, 2 de agosto 2025, 22:54
El reloj suena cada día a las 4.15 horas de la mañana. Salir de la cama resulta complicado y más cuando retomas el trabajo ... después de las vacaciones, pero, para Chari Barbero, volver al que se ha convertido en el trabajo de sus sueños no es un esfuerzo. Ella es una de las invisibles de la ciudad. De las que trabaja mientras el resto duerme o de las que sirve de despertador para el vecindario. Chari es cuidadora de un lugar que vuelve al caos en cuestión de minutos. Ella ha trabajado limpiando las calles y, actualmente, «manda» en ellas. Es la primera mujer capataz de la empresa de limpieza Inagra, de una empresa que saca el brillo de la ciudad.
Su jornada laboral comienza cuando el sol aún sigue escondido. A las 5.30 horas recibe los avisos que cada día debe gestionar, aunque son menos de lo que le gustaría. «La gente deja muebles en las calles y no nos avisa», explica mientras enseña el plan previsto para el día de hoy junto a José Luis Puertas, coordinador de la empresa. Ella no solo organiza; ella recorre las calles de la ciudad incluso antes de pisarlas. Estudia cada rincón con esmero para que los muebles que ayer cortaban el paso por una acera, hoy desaparezcan como por arte de magia. Gracias a su trabajo, las papeleras parecen pozos sin fondo que nunca llegan a rebosar y las paredes parecen absorber los grafitis que intentan ensuciar la cara de la ciudad.
Los datos de servicios «incontrolados» –muebles sin aviso– superan con creces los «oficiales» –llamadas de usuarios que solicitan la recogida–. Las previsiones, irónicamente, son imprevisibles porque en la calle, cada día, se encuentran sorpresas. Desde la sede de Inagra, cuyo cuartel general está en Albolote, Chari ordena desplegar en la televisión un mapa enorme donde se muestran las incidencias de la jornada. Los triángulos amarillos y rojos ocupan toda la cartografía de Granada en señal de alerta y esta mañana, son abundantes. Allí, los operarios irán para cuidar el entorno de los granadinos.
Aunque todos ellos conocen sus responsabilidades, la obligación de Chari es supervisar que todo esté correcto y que cumplan con las medidas de seguridad. Es entonces, cuando a las once de la mañana, se lanza a la calle para acompañar a sus trabajadores durante unos instantes. «Ya está aquí 'la Chari'», comenta uno de ellos mientras la ve llegar con su carpeta en la mano. «¿Qué tal? ¿Va todo bien?», les dice la capataz sonriente. En esa carpeta lleva un papel en el que marca 'sí' o 'no' en función de lo que los trabajadores cumplan. «Guantes, botas, posturas correctas…», repasa esta mujer mentalmente.
Veinte minutos después, se dirige hacia su siguiente destino: el antiguo botellódromo de Granada. Mientras los termómetros marcan una temperatura que no combina con los rayos del sol, los trabajadores escuchan atentamente las órdenes de Chari. El ambiente es distendido, ya que, a pesar de los diferentes rangos, todos son compañeros. Tras ordenar los grafitis que tienen que eliminar, Chari marcha hasta el parque Federico García Lorca donde se encuentra «el cuartelillo». Van a dar las doce de la mañana y los operarios de la zona ya están de vuelta. Regresan de su ronda como un ejército sin armas: carros en fila, pasos sincronizados y manos que limpian sin que nadie las aplauda. Un ejército que acaricia la ciudad bajo la lluvia o el sol.
Cuidado con el calor
Allí, Chari les reúne en un breve encuentro. Sus palabras no son discursos, sino advertencias nacidas de la experiencia. «En esta época hacemos hincapié en los golpes de calor», recuerda. Expone casos reales. Los mira uno a uno y dice con seriedad: «No esperéis a encontraros mal para descansar, hacedlo antes». En las paredes del cuartelillo, varios carteles lo muestran con claridad: «Para y piensa. Tu trabajo más importante es volver a casa». Y en ese lema, tan sencillo como importante, se resumen el propósito que cuida Chari cada día.
A pesar de que la capataz sentía nerviosismo ante su bienvenida por ser la primera mujer, sus compañeros se lo pusieron muy fácil. Sin etiquetas, sin señales y sin diferencias. Chari Barbero, a sus 40 años, sigue amando su trabajo y lo describe como si toda palabra que utilizase fuese insuficiente. Con una sonrisa eterna, conduce su furgoneta hasta la sede para poner fin a su jornada laboral que termina a las 13.30 horas. «Cada día vengo con ilusión, me encanta mi trabajo y es muy satisfactorio», dice.
Ahora, a punto de celebrar el primer aniversario de un hito que transformó la historia de la empresa, Chari no se siente protagonista de una hazaña extraordinaria. Pero lo cierto es que lo es. Porque abrir caminos donde antes no los había, hacerlo con humildad, entrega y orgullo, y demostrar con hechos que el talento no entiende de género, sí es extraordinario. Como el trabajo de los que cada día limpian con sigilo cada rincón de una ciudad que, tras sus pasos, parece que se acaba de estrenar.
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