El castillo de naipes
josé antonio balaguer garcía
Miércoles, 21 de julio 2021, 00:26
Llegó la hora. El cronómetro empieza su cuenta atrás y el público está clavado en sus asientos. Es el campeonato mundial de castillos de naipes, y tres jueces, con rostro severo y bigote inglés, no pierden de vista los movimientos mientras apuntan cosas en un cuaderno. Él dispone de un espacio reducido donde tiene que construir un castillo con las cartas amontonadas en la urna.
Asume sus sesenta minutos como tiempo suficiente. Ha sido minuciosamente preparado para saldar con éxito la empresa. Cuatro años de hostil entrenamiento donde afinó el pulso de su muñeca hasta dejarla como el cemento. Subido a una pieza de Lego, bajo la enérgica corriente del río Aqueronte y a una sola pierna, tuvo que enhebrar doscientas noventa agujas hasta conseguirlo con los ojos cerrados y de forma consecutiva. Con las piernas atadas al techo y el bufido de un incesante ventilador, con un exiguo lápiz que sujetaba con la punta de los dedos, tuvo que dibujar decenas de círculos perfectos en un lienzo.
Parecía imposible cuando empezó. Ahora no alberga ninguna duda de que está listo para la gran cita. Todo está preparado. El aire en el interior es de 0,5 km/h, la temperatura es de 21,3 grados centígrados, y el murmullo de la gente se evapora. Solo un hálito de inseguridad cuando el chispazo de los focos anuncia el comienzo de la contienda. La confianza sobreviene con las dos primeras cartas, que coloca en el tapiz en forma de triángulo, unidas por la parte superior y separadas por la base en cinco centímetros. Repite la misma figura para situar una carta horizontal sobre las dos estructuras.
El ritmo de construcción es el adecuado según los ensayos, el pulso del corazón transcurre por los cauces previstos y termina el séptimo piso dentro del tiempo pronosticado. Se sabe vencedor del torneo porque conoce los segundos que precisan sus rivales para finiquitar sus obras.
Cuando termina el décimo piso, aparece una mosca que revolotea inquieta hasta pararse en el hombro. Un gesto con la mano le basta para espantarla, pero levanta una mota de polvo que salta hasta la profundidad de su membrana mucosa. En el interior de la cavidad nasal se inicia un repentino cosquilleo que lo sorprende con las manos ocupadas en la fortificación de barajas, y los rígidos músculos de su cuerpo se preparan para un estornudo que liquidará toda esperanza de victoria.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.