Carretera fantasma batida por el viento
Verano IDEAL | En Bermudas ·
Cuando el Poniente azota la Costa Tropical, hay paseos que nos permiten disfrutar del espectáculo de la naturaleza desatada. La zona del Cabo Sacratif ofrece fantásticas perspectivas del litoral granadinojesús lens
Viernes, 2 de agosto 2019, 01:09
Segundo día de Poniente, aún más intenso que el primero. La bandera amarilla de la víspera amanece roja y el sueño nocturno ha sido agitado ... y tempestuoso, contagiado por el batir de las olas y las sacudidas del aire entre los árboles.
Cuando el viento ruge y la mar está levantada, es un placer asomarse a la playa y disfrutar de la fuerza desatada de la naturaleza. Pero llega un momento en que te cansas de comer polvo en suspensión y de cerrar los ojos sin parar, tratando de evitar que minúsculos granos de arena pidan asilo en tus cuencas oculares. Es tiempo de recoger los bártulos y salir a caminar en busca de las mejores perspectivas del temporal. O, en mi caso y en compañía de hermano, a trotar. Aunque no debería, que tengo un pie averiado.
Cuando hicimos esta ruta era final de julio y me quedaba por delante todo el verano en bermudas. Pero hay ofertas que no se pueden rechazar:
—¿Qué tal si subimos por la V y saltamos al faro Sacratiff, para ver las olas desde los acantilados? Son menos de 4 kilómetros y no tardamos ni una hora en volver.
Al final, fueron 8 kilómetros y cerca de dos horas de trote cochinero, pero los pies de uno proponen y la fuerza del viento dispone. Salimos de La Chucha, mi campamento base para el verano, desde el que iré haciendo diversas incursiones por toda la provincia. Trotamos 5 minutos por la Nacional 340 en dirección a Torrenueva y, un poco después de la señal del km. 341, giramos a la derecha para enlazar con la antigua carretera de la Costa, ahora solitaria y abandonada.
Tengo una pasión desaforada por el cine catastrofista y distópico, por las historias que nos muestran un mundo postapocalíptico abandonado a su suerte. A lo largo del trazado de esta antigua vía se podrían filmar maravillosas secuencias protagonizadas por zombis o por émulos del universo de Mad Max. El asfalto está resquebrajado y la vegetación se ha abierto paso por entre las grietas. Enormes pinos de decenas de años jalonan un recorrido que, azotado por el viento, parece más fantasmagórico aún. Sobre todo cuando sorprendemos a una cabra montés que, tras un momento paralizada por la imprevista y absurda presencia de dos humanos en sus dominios, se lanza barranco abajo. ¿Quién dijo miedo?
Uno de los paisajes permanentes de mi vida, una de las fotos fijas que forman parte de mi ADN, es la estampa del Cabo Sacratif con la imagen del gigante asomando en la roca, coronado por el faro homónimo y, en todo lo alto, la V, la montaña partida por la vieja carretera abandonada, la carretera fantasma. Me resulta tan especial que siempre que salgo a correr y cruzo por la V, lo celebro como Rocky Balboa cuando llegaba a lo alto de las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia.
Aunque hay un recorrido precioso que continúa hasta Torrenueva y Pueblo Nuevo del que otro día les hablaré, en esta ocasión, mi hermano y yo volvimos a cruzar la N-340 para asomarnos a los riscos que se precipitan sobre el océano y disfrutar del majestuoso espectáculo del mar embravecido. Adoro cuando la naturaleza se pone bruta. En las sociedades del primer mundo creemos tenerla domeñada y domesticada, pero en ocasiones le gusta mostrar su patita y recordarnos que sigue ahí. Un buen temporal de Poniente en la Costa Tropical, por ejemplo.
En los aledaños del Faro Sacratif hay varios miradores naturales, promontorios desde los que disfrutar del paisaje marino. A todos ellos se puede acceder por veredas bien marcadas. Haciendo honor al nombre de nuestra peña montañera, mi hermano y yo trotamos como cabras locas de risco en risco, sin parar de hacer fotos y de disfrutar del azote del viento en la cara mientras, abajo, el mar se precipita salvajemente contra las rocas.
Aunque el plan era regresar desde allí a La Chucha, decidimos volver a cruzar la carretera y asomarnos al lugar desde el que se lanzan los parapentes en las tardes más tranquilas del verano. Para ello seguimos triscando montes, subiendo y bajando a cuanta loma alberga la promesa de ofrecernos buenas vistas.
Siempre me he definido como una persona con los pies en el suelo y la cabeza en los sueños. Me gusta correr, andar y montar en bicicleta. Tengo una buena relación con el agua, tanto la dulce como la salada, pero no me busquen en las nubes. Ni por asomo pensaría en asaltar los cielos. Me dan palpitaciones sólo de pensar en precipitarme al vacío con la única promesa de no matarme… en forma de trapo desplegado al aire. Asomarse hoy al punto de despegue de los parapentes da especial miedito.
Volvemos a la V e iniciamos el descenso por la carretera fantasma. A punto de llegar a la Nacional, nos encontramos con diversos vertidos de basuras. Sacos con cascajo en una curva, una cocina entera debajo de un gran pino, bidones abandonados junto a unas rocas… ¡Qué pena! ¡Qué asco de incivismo!
Como les digo, otro día hablamos del que podría ser uno de los paseos más bonitos de nuestra tierra, a nada que las autoridades le pusieran buena voluntad. De Motril a Castell de Ferro disfrutando de hermosas vistas marítimas a través de las montañas.
Cansados y abrasados por el sol, nos dejamos caer a la playa. Aunque hay bandera roja y las olas rompen fuerte, decidimos darnos un baño, como venimos haciendo desde tiempos inmemoriales. Con cautela, eso sí. Con prudencia.
Vemos venir a un surfero con su tabla. Nos advierte del peligro de determinados remolinos y, sobre todo, de la conversación que el vigilante de la playa está manteniendo con la Policía Local. Es más que probable que nuestra idea de cautela y prudencia no coincida con la suya. Decidimos recoger nuestro petate y volver a casa. Otra vez al trote, que hay hambre y no es cuestión de tener que dar explicaciones a la autoridad competente.
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