Cumbre europea en Granada
Macron en nuestras escalerasTodos tenemos un lugar de nuestra juventud al que guardamos especial cariño. En Granada he conocido a muchos que lo sitúan en el Albaicín, por ... aquello del romanticismo bien entendido, lo castizo de sus calles empedradas o porque se enamoraron de algún atardecer de esos que te pegan calentito. Otros me cuentan que fue en un bar, cuando comías con dos tapas (ups!) donde se rieron tanto (y bebieron) que acabaron por perder el norte. De hecho, aseguran, siguen sin recuperarlo.
Yo tenía ese rincón al lado de casa. Sólo bastaba una llamada (whatsapps ni lo habían imaginado sus padres) para quedar en el Palacio de Congresos. Dos bastaban para una faena aseada. Uno más ya garantizaba noche de puerta grande.
Y entonces subíamos las escaleras.
Así, elevados sobre el resto, recostados, con una verde en la mano y otro par a nuestra vera, mirábamos un cielo mucho más claro que el de hoy soñando con bajarlas, aterrizar y convertirnos en lo que arriba estábamos soñando con ser. Algunos lo lograron, otros siempre estaremos a medio camino de hacerlo y a los que ya no le pillo la vez no sé en qué parada se encuentran. Cómo nos lo pasábamos.
Jamás íbamos a imaginar en esas madrugadas al fresco de hace 20 años que nuestras escaleras iban a recibir a jefes de Estado de toda Europa. Por eso, la imagen de Macron delante de ellas sin chaqueta al finalizar la cumbre europea me chocó. Vaya si me chocó. De entre todas las fotografías que nos llegaron en medio de la frenética cobertura para la web, solo me detuve ante esa.
Y entonces me acordé de muchos de esos ratos que había situado al fondo del cajón de la madurez. Cuando hacíamos el payaso, porque éramos muy payasos, cuando devorábamos shawarmas porque nuestro estómago imberbe lo permitía o cuando mandábamos a tomar viento (suave, suave) a algún profesor cabroncete que nos estaba jodiendo la nota para Selectividad. Porque era viernes, estábamos con ganas, y era el momento de hacerlo.
Macron, que vino a Granada con chaleco ajustadito sin desprenderse de sus faceta seductora, más bien promocionándola, y haciéndose de rogar como lo hacíamos nosotros de jóvenes con la chica que nos gustaba, entendió que era en aquellas escaleras donde debía pararse para atender a los medios. Y yo, al verlo así en un escenario tan familiar, comprendí entonces que donde uno soñó siempre hay que volver y tratar de, al menos, empatar todos esos momentos que tan bien nos hicieron sentir.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión