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Bernardo y sus hijos convierten la iglesia del pueblo en su hogar
Un vecino de Romilla la Nueva, anejo de Chauchina, okupa desde hace dos años la parroquia y guarda los juguetes y libros de sus niños junto al altar
Una luz tenue azulada penetra en el salón de Bernardo cuando amanece. Él observa las vidrieras de las que procede con normalidad y comienza su ... día a día envuelto por un ambiente que roza el misticismo y la irrealidad. Coge unos zumos y prepara el desayuno a sus hijos mientras deja a sus espaldas el altar de la iglesia en la que vive. Un caballito de juguete invade el Sagrario de la parroquia desde que la antigua casa del cura de Romilla la Nueva es su hogar y el de sus hijos. «Quiero el cochecito», reclama Santiago, el pequeño de los dos hermanos. Corretea de un lugar a otro en un espacio amplio en el que aún se conserva la marca de la gran cruz de madera que presidía unas instalaciones destinadas desde hace siglos a la oración. «La iglesia estaba vacía y llevaba más de una década sin actividad», explica Bernardo, que vive en las dependencias del anterior sacerdote.
El resto de la parroquia se ha convertido ahora en una especie de almacén en el que acumula hortalizas y otros alimentos porque los muros del recinto los protegen de las altas temperaturas, pero también en el lugar en el que Santiago y Manuel, sus dos hijos, juegan y guardan como oro en paño cada uno de sus peluches, muñecos y libros. «No teníamos a donde ir ni otra opción. Era esto o la calle», declara Bernardo. Se dispone a tender una lavadora junto al solar en el que se sitúa la torre del campanario. El olor a suavizante invade el pasillo del acceso principal y da fe del cuidado y el orden que el padre de familia mantiene en las dependencias. «Ya que vivimos aquí, lo menos que podemos hacer es tenerlo todo limpio y cuidado», detalla, al tiempo que esgrime una sonrisa y continúa con el resto de tareas del hogar.
Los dormitorios y el baño están tras el salón y es aquí, junto a una caldera de leña, donde se encuentra el escalón que conduce a la parroquia que Bernardo okupa a sus 53 años.
Su historia
Con pudor y gesto amable, cuenta la historia de su vida y relata la serie de vicisitudes a las que se ha enfrentado. Al cargo de sus dos hijos desde que se divorció, trabajó de albañil hasta que perdió su empleo y decidió volver a Romilla la Nueva, la tierra en la que nació y creció y en la que también residen algunos de sus familiares. «No hemos causado ningún destrozo ni hacemos daño a nadie», afirma. Explica que él mismo se encargó de arreglar parte del tejado para prevenir y evitar que hubiese goteras en el domicilio.
Un confesionario y varios bancos en los que años atrás se sentaban los feligreses, ahora taponan el acceso principal al templo cristiano y hacen que la única entrada posible esté en la casa de Bernardo. Los crucifijos en las paredes laterales permanecen intactos. Lo hace también la pila bautismal y el resto de puntos en los que se depositaba el agua bendita. Junto a la puerta taponada, diversos carteles advierten que la última vez que hubo actividad en la parroquia fue en 2011, pero el interior guarda intacto el olor característico a iglesia.
Desde el pueblo
Los vecinos aseguran que el párroco se marchó del pueblo hace ya más de diez años, motivo por el que se cerró el templo. El alcalde pedáneo de Romilla la Nueva, Samuel Román, cuenta que ellos solicitaron entonces a la curia disponer de las instalaciones para darles un uso social, pero que les negaron la autorización. Este periódico trató de pulsar la opinión del Obispado, pero al cierre de esta edición no obtuvo ninguna respuesta.
La última actuación que el consistorio ejecutó en la iglesia fue hace tres años, tras quedar afectada por diversos terremotos y haber riesgo de desprendimientos. El primer edil pedáneo confirma que «no existe actualmente peligro de derrumbe».
No hay quejas ni inconvenientes por parte del resto de ciudadanos de Romilla la Nueva. Admiten que les gustaría recuperar su iglesia para tener un lugar en el que guardar a San Isidro, su patrón, que se encuentra a día de hoy en el anejo de Romilla. «Aquí hemos pasado momentos muy importantes... es una pena que nos la cerrasen », lamentan. No obstante, reconocen que Bernardo y su historia «nada tiene que ver con esta situación». La parroquia lleva sin uso quince años. «Aquí, al menos, no perjudica a ningún propietario. No hace daño a nadie», declaran.
El vecino pasea por los alrededores de la parroquia de la mano de sus hijos y agradece poder seguir en su pueblo. También, las vistas de las que disfruta tras la torre del campanario. «La vida viene como viene...», dice.
Santiago se sienta a los pies del altar y alcanza el cochecito que antes pedía. El pequeño se entretiene y sonríe mientras guarda silencio. Su hermano ojea sorprendido las películas en DVD que Bernardo aún guarda y que se resiste a tirar. Un carrito, una bicicleta, algunas zapatillas y un montón de leña para estar preparados para cuando arrecie el frío dibujan una estampa que rompe los límites de la imaginación de cualquier persona que tenga la oportunidad de presenciarlo. Su padre, mientras tanto, no se sorprende al recordar que el lugar en el que se bautizó, hizo la comunión y se casó es el mismo en el que ahora vive.
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