¡Aquellos campos de Níjar!
Crónicas granadinas ·
Escribí una serie que se llamó Almería al sol, con la que después hice un libro, bajo el patrocinio de la Diputación de Almería, que se imprimió y se publicó en el año sesenta y tresTICO MEDINA
GRANADA
Domingo, 18 de marzo 2018, 00:59
Acababa de publicar Goytisolo el libro leidísimo, impecable e implacable, sobre La Chanca de Almería, cuando Emilio Romero, director de Pueblo, periódico de la tarde ... a escala nacional, me llamó a su despacho, en la calle de Narváez entonces, para decirme, para ordenarme:
-«Vete a Almería y me cuentas lo que ves. Pero lo haces desde el cariño, como tú sabes hacerlo. Y, además, tú eres de muy cerca, ¿no?»
-«Como si lo fuera, director».
-«Pues adelante y suerte».
Y la tuve, porque escribí una serie que se llamó Almería al sol, con la que después hice un libro, bajo el patrocinio de la Diputación de Almería, que se imprimió y se publicó en el año sesenta y tres. Ajusten cuentas, paisanos. Hace exactamente de eso ni más ni menos que 55 años, que muchos de ustedes ni habían nacido siquiera. Del libro solo conservo un ejemplar modesto, un librito de bolsillo de más de 250 páginas y buenas fotografías de Enrique Verdugo, mi compañero de tantos avatares periodísticos, del que guardo, como Dios manda, un especial recuerdo. Sin él, mis crónicas y las de medio mundo en la paz y en la guerra, no habrían valido ni la mitad de lo que fueron. Yo, siempre en la cabecera y en la despedida, siempre, siempre, llevaba la foto de los dos. Como en este libro del que os hablo, en la contraportada, Enrique y servidor junto a una barca varada en el puerto de Almería. Es un documento que ya amarillea, palidece. El libro, por cierto, valía cien pesetas, eso sí, de las de entonces, lo que da cuenta de cómo ha subido la vida en medio siglo.
El libro es una joyita, palabra de honor, y no es porque yo lo diga. Hoy es casi uno de esos documentos crisantemo, de ese color ya sepia de los documento antiguos, no viejos, que llenan gran parte de tu vida. Claro.
En Almería al sol, hay muchos datos hoy para el recuerdo. Por lo pronto, la portada está llena del color de la cerámica tendida al sol de Níjar. Creo que me hice de una de aquellas colecciones de platos violentos de color, como acaramelados. Igual me queda por ahí algún superviviente. ¡Me he mudado tanto! Son restos del naufragio, que, no en vano, tengo un nombramiento en Asturias de componente de la cofradía de los supervivientes y náufragos del mundo.
Vale. Bueno, pues en ese libro, hay una crónica de Níjar que recuerdo hoy por varias razones. La primera, porque el Campo de Níjar, toda esa geografía amada de verdad, acaba de ser actualidad por la dolorosa pérdida, de ese niño de la tierra árida que es, que fue, Gabriel, el pequeño con nombre de arcángel y apellido de Gólgota. Apareció sin vida, asesinado por la malvada bruja que ya guarda cárcel en Almería, donde en su día será juzgada y, muy posiblemente, condenada. Y yo diría que de por vida, que las víctimas claman respeto y justicia.
En el libro, que ya no se encuentra por ningún sitio, hay mucha Almería. La Chanca aquella, pobre, pero humilde y artista. Almería que ya era entonces el Hollywood, de tantas películas. Me viene a la memoria el largometraje 'Los joyeros del claro de luna', que protagonizaba la niña de ojos bellos de yegua que era Brigitte Bardot. Poco después entrevisté, en eso que se llama exclusiva mundial, a John Lennon, haciendo el 'Soldado azul'.
Memorias, recuerdos. El poeta Manuel del Águila; Jesús de Perceval, el de las mojaqueras con el cántaro en la cabeza de colores mágicos; el hermano de Burt Lancaster, que era como una gota de agua y que vivía en Almería; el campeón del mundo de pesca submarina; el oro aún vivo en las minas de Rodalquilar... ¡Tantas historias juntas en un librito de bolsillo'. La Virgen de la mar, cuyo nombre me gustaba tanto y me sigue gustando; el pueblo de Alboloduy, que aún sigue en su sitio y creciendo... Almería, que te quiero tanto y tú lo sabes...
A Níjar -escribí entonces en el librito- «le llaman en los libros antiguos Nido de hadas, y su alfarería traspasa los limites de la piel del toro ibérico, perdiéndose en las tiendas de souvenirs, los ceniceros, los museos de cerámica y las colecciones particulares de medio mundo».
«Blanca como la leche»
«Níjar -decía también el reportaje- es blanca como la leche. Tiene una pequeña placita con balcones municipales y un bar con trastienda, abierto al mediodía, en el que en lo alto de un plato de loza, sirven al viadante huevos fritos con chorizo, fresco, la sopa de gallina y la uva negra de Almería, que es una bendición de Dios».Y mas adelante añadía: «Níjar tiene el nombre árabe, los padres árabes, las calles árabes y ese divino oficio de la alfarería, que se hereda de padres a hijos, con el torno, el corral, las terrazas para secar la loza, la barrera, el horno de ladrillo y el hilo de agua, para amasar la tierra de los cacharros».
Debo decir que hubo un tiempo en el que este cronista escribía mucho mejor que hoy, y eso que estaba aún con el pelo de la dehesa. Lo que pasa es que la dehesa era hermosa, nuestra.
Campos de Níjar, el niño Gabriel, o 'Grabiel', como aún le siguen diciendo, que suena más cerca. El hoyo del puchero, el álamo, blanco brillante, palmeras, chumbos que ahora agonizan, el horno ardiendo como un rubí en la noche, platos, lebrillos, soperas, ánforas marmitas, cazuelas y ceniceros.. y muchos suspiros dentro. «Los alfareros están descalzos, huele aquí, en el taller, a ese barro de la creación, a ese húmedo sabor primitivo del que estaría empapada aquella tierra en aquellos primitivos tiempos de la Biblia». Los pies de los alfareros son anchos y romos como los de los pescadores.
De aquí era el cura Paleta, que se nos murió en una residencia de ancianos y que decía que la torre de nuestra iglesia no era para campanas, sino para ballestas y ballesteros; el novelista y filósofo don Miguel García Fernández, que se hartó de escribir a los ministros de entonces, entre ellos, a Natalio Rivas, del cercano Albuñol, al que yo entrevisté hace medio siglo para nuestro periódico, que le gritaba:
-«¡Señor ministro, que sepa, aunque no quieran saberlo, que en Níjar hay petróleo!»
Y el sol que lo dora todo de inmenso protagonista. Y terminaba la crónica aquella de mi libro resucitado. «Tal vez vuelva algún día. Cuando la primavera se asome al fondo del barreño».
Escribí entonces de Richoly, el maestro Richoly y su guitarra mágica, gitana. Me acompañaba a veces haciéndola sonar, mientras junto al mar, allí cerca, yo terminaba de escribir las memorias de Lola Flores en carne viva. Y la historia del general de la división americano que trajo a la Virgen su casco de guerra de Vietnam, con la abolladura de una bala: «No pudo penetrar la bala que me quiso matar. Ahí llevaba la estampa de mi Virgen patrona de Almería». Puso el casco de acero al pie de la Señora.
Los pescadores de los grandes peces, los fareros hermanos Gandolfo desde Cabo de Gata hasta las islas Columbretes. ¡Qué gran historia paisanos, las gallinas, además de poner huevos, eran guardianes de los fareros porque se comían los escorpiones que nacían entre las piedras!
El día que vimos, en persona, a Lawrence de Arabia en la Puerta Purchena, que nos ofreció trabajar en la película histórica aunque fuera como soldados muertos en combate. Cobraban menos, pero podían estar más tiempo sobre aquellas arenas donde había un letrero que decía: «No pisar».
Tantas y tantas hermosas historias que contar, que conté. En cuanto me fue posible me acerqué, me acerco, a Almería, al sur del sur, con los cinco sentidos, las gambas de la barraquilla, aquel al que llamaban, el dios de Béjar y que era pastor de cabras.
¿De qué flor es este esqueleto de flor que guardo en esta página, entre la 180 y la inmediata, y dentro del capítulo titulado 'La Seca', donde se habla del largo desierto, donde hoy ya se levanta la industria fascinante del sol, del viento incluso... O la historia alucinante de aquel enterrador de pueblo, el capicúa, Vicente Ferrer Vicente, que pintaba naif como pocos, y que nos dijo, azada al hombro, en el cementerio: «Tengo la suerte de que, aunque sea tan pobre como soy, todos los años cambio de casa porque le pinto los muebles distintos». Me traje unos papeles suyos pintados. Si los busco y los encuentro, les tendré informados.
Lo que es la vida, lo que es en este caso la muerte: ese niño con nombre de arcángel y apellido de Gólgota me actualiza la memoria. ¡Está tan cerca, tan dentro, Almería de Granada! Por eso hoy mi crónica es suya. Tuya, Almería. Aunque sea una muerte lo que la actualiza.
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