El pulso
Esta fotografía pertenece a una serie realizada para el reportaje sobre la actividad de la oenegé Infancia Soldiaria, que se publicó el jueves 10 de julio
En nuestro pecho trabaja un timbal que mantiene, sigiloso, el concierto de la vida. Late por vocación más de cien mil veces diarias. No descansa ... ni cuando descansamos. Está hecho de electricidad y contracción, padecimiento y generosidad, pesar y canto. Símbolo de casi todo, es un órgano abrumado de poderes y vulnerabilidades. Bien lo supo mi abuelo, cirujano de tórax, que se fue de un infarto.
Pienso en la raíz del verbo 'auscultar': escuchar el cuerpo. Forte, piano. Lento, presto. El metrónomo del tiempo que nos toca. La etimología también nos recuerda que 'recordar' es, precisamente, volver a pasar algo por el corazón. Regresar a su música perdida.
Miro ese mano abierta tocando el piano en otro pecho, en busca del acorde de la salud. Sambel nació con una malformación cardiológica que afectaba al ventrículo izquierdo. Como en su tierra natal no había medios suficientes, la asociación Infancia Solidaria lo trajo hasta Granada para operarlo. La intervención duró más que una ópera de Wagner y la dirigió el jefe de Servicio de Cirugía Cardiovascular. Su instrumento solista fue una máquina que, mientras se adentraban en la aorta del paciente, hacía de pulmón y corazón al unísono.
Sambel es uno de los catorce menores de Guinea Bissau que han llegado al Virgen de las Nieves, donde les han salvado la vida. Cuando aterrizó en nuestra ciudad fue acogido por Eva, médica de Urgencias que convive con su hija biológica, su hijo adoptivo y una sobrina. En su familia, nos cuenta, «siempre hay sitio para uno más». Los pequeños han hecho buenas migas, combinando español y portugués: en ninguna escuela aprenderán tanto. Esta admirable cooperadora tiene, evidentemente, un corazón de dimensiones dignas de estudio.
Hay tantas partituras como personas. En el ruido del mundo cada cual tiene su propia percusión, su ritmo interno. Pero existe también un latido colectivo, ese que nos conecta con las penas y alegrías del prójimo. Ahí circula el pulso de la orquesta humana. De saber escucharlo depende que sigamos mereciendo ese adjetivo.
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