Las plantas y el prójimo
Otras tres fotografías de esta serie se publicaron en la edición de IDEAL del pasado viernes, en un reportaje bajo el título 'Semillas de libertad'
Darles lugar. Conocerlas, cuidarlas. Dejarlas arraigar. Las plantas tienen algo de prójimo sutil. Como saben muy bien niños y ancianos, que les prestan una intensa ... atención, el afecto por lo cercano empieza y termina en las plantas.
Hay dos maneras opuestas de reivindicar el amor por la naturaleza y sus criaturas, ya sean gatos o geranios, aves o siemprevivas. Como fruto de una renuncia, a modo de reemplazo de nuestros vínculos con el paisaje humano. O como aprendizaje de esos vínculos, como parte de una misma reverencia por todo lo que vive. La primera opción poda la convivencia. La segunda opción siembra y riega lo que más necesitamos.
El Centro de Inserción de Menores Genil ha implementado una costumbre de una belleza genuina y nada ingenua, porque nace de la raíz del daño. Un taller de jardinería en el que medio centenar de internos aprende a trabajar en un vivero y cede al Ayuntamiento lo cultivado, para que pueda replantarse en parques públicos y otras zonas verdes de Granada. «Nos gusta pensar que cuando salgan y paseen por la ciudad», explican desde el centro, «vean sus plantas y las reconozcan». Que se sientan benefactores y beneficiarios de su entorno. Miembros y responsables. Más que castigos, manos. En lugar de discursos, tierra.
Recuerdo un libro de Christian Bobin donde el narrador en duelo observa cómo se marchita una de sus flores, e imagina que en realidad está encorvándose para escuchar lo que dice la luz. La ofrenda que se les hace a estos jóvenes es la misma que le retribuyen a la comunidad: aceptar lo que den, recibir de su parte algo fructífero. Ese pequeño intercambio propicia una nueva identidad, otra cara para sus vidas.
Habrá quien desconfíe de la iniciativa invocando el buenismo y otros lugares comunes cuya función es mantenernos cínicos por si acaso, justificar nuestros propios descuidos y defendernos de la decepción. Pero las plantas nunca juzgan nuestras intenciones e insisten admirablemente: no hay ninguna que rechace el cuidado. Por eso acompañar su crecimiento nos hace florecer.
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