Este hombre que ven, con su camisa rosa y sus pantuflas, no es un simple vecino: es un posible infractor. No está tomando el aire ... ni observando el mundo: está al borde de incurrir en una ocupación ilegítima de la vía. Si lo ven tan pancho, no se engañen: lo que reposa bajo las posaderas de nuestro individuo, aunque parezca la sillica veraniega de toda la vida, se trata de un adminículo potencialmente disruptivo del orden público. O eso quisieron vendernos en los últimos días.
La policía local de Santa Fe había compartido un comunicado más bien confuso sobre la ancestral tradición de salir a sentarse al fresco de la calle, que decidió acompañar con una foto de seis apacibles abuelas: «Aunque en muchos pueblos es costumbre sacar una silla o mesa a la puerta de casa, queremos recordar que la vía pública es un espacio común y regulado, y la Policía puede pedir retirarlas si es necesario… Es para que el espacio público sea accesible y seguro para todos los vecinos… Con esto no queremos decir que no lo hagas». O sea que no hay problema en seguir haciéndolo, salvo que lo haya.
El alcalde de Santa Fe desmintió en una radio que se haya prohibido nada, denunció las tergiversaciones virales de la noticia y aseguró que sólo se está protegiendo el derecho al descanso del prójimo, lo cual es por supuesto indiscutible. También aprovechó para señalar a quienes «cantan o tocan guitarra» (¿se refería a familias gitanas?) y a quienes reciben ayudas sociales (las célebres 'paguitas' que vocean ciertos sectores que lo apoyaron), lo cual no parecía imprescindible para aclararnos las dudas ni solventar las faltas de civismo.
Más allá de los detalles de esta pintoresca polémica, valdría la pena preguntarnos de quién es la calle y en qué consiste hoy el espacio público. Afrontar la proliferación de aparcamientos, la carencia de zonas verdes o recreo infantil y las recalificaciones del suelo común a las que nos tienen acostumbradas nuestras instituciones. Plantearnos, en definitiva, por qué estamos discutiendo tanto sobre vecinos que se sientan en la calle y tan poco sobre el abusivo tráfico que nos asedia, las contaminaciones, invasiones e intimidaciones de vehículos que circulan o estacionan donde les da la gana, por no hablar de las licencias sin fin para terrazas privadas en las mismas aceras que se pretende defender.
Podremos morir de humo o de risa, estafados o atropellados; pero sin sillicas fuera de sitio, que hasta ahí podíamos llegar.
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