¿Quién no ha espiado alguna vez por la ventana de la que, en otra vida, podría ser su casa? Se trata de una tentación ... común a cualquier mamífero, desde los felinos callejeros hasta los transeúntes que atraviesan la selva inmobiliaria. Cuando nuestra tribu olvida por dónde llegaron sus palabras, la etimología le recuerda su camino secreto. 'Hogar' viene de 'fuego'. Un destello de este origen permanece en nuestra lengua íntima, cuando nos calentamos a la lumbre de un lugar seguro y lo llamamos precisamente hogar.
El local donde se instalará el nuevo centro para personas sin hogar de Granada, en el barrio de Cartuja, amaneció calcinado. A falta de que las investigaciones lo confirmen, el incendio no parece ningún accidente. Sobre todo considerando los mensajes de rechazo que adornan las paredes. El espacio todavía está en remodelación y casi vacío. Así que no quemaron el lugar, sino su futuro. Una piromanía anticipada.
He vivido en dos casas muy cercanas a centros de acogida o rehabilitación, así que comprendo las contradicciones que generan en su contexto comunitario. Se trata de un dilema profundo, poco apto para los maniqueísmos y simplificaciones con que hoy se pretende resolver cualquier debate incluso antes de abrirlo.
La asociación vecinal Nueva Cartuja, en el distrito Norte, donde los niveles de desempleo son elevados, pide a las instituciones dialogar antes de tomar decisiones. Que se cuente con el vecindario en cuya vida se influirá. Su presidenta asegura que llevan meses pidiendo una reunión con las autoridades, y resume su inquietud con un aforismo: «No podemos seguir siendo un trastero». La costumbre de elegir siempre las mismas zonas para acumular conflictos es, en efecto, otro conflicto en sí mismo. Que termina causando toda clase de profecías autocumplidas: a fuerza de postergarlas, esas áreas terminan convirtiéndose exactamente en lo que se piensa de ellas. En este y otros casos, escuchamos repetir el eufemismo de la «vulnerabilidad». Se llamaba pobreza, antes de que nuestro lenguaje confundiera la dignidad con el disimulo.
Aspirando el olor a quemado, Antonio se asoma a una ventana para espiar lo que fue y quién sabe si será. Vive con su pareja en un parque junto a la piscina de Almanjáyar. Allí ha montado un precario refugio frente al invierno, y espera tener alguna vez techo y paredes. La sombra de la incertidumbre es alargada; la suya también. A sus espaldas, como queriendo meterse en su mochila, una pintada exclama: «No al albergue». Por debajo se ven dos corazones, no se sabe si ocultos o emergiendo.
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