Llegan otras presuntas vacaciones y, con nuestra anatomía hecha pedazos, vamos haciéndonos el cuerpo a la promesa del dudoso descanso veraniego. Si hay combatientes que ... de tanto luchar ya no sienten las piernas —por ejemplo, este probable centurión del siglo cuarto—, a los trabajadores autónomos de nuestra época les pesa cada hueso de tanto perseguir pequeñas facturas. Quizá la paleoantropología del futuro estudie nuestro caso como un extraño regreso a la caza menor.
Resulta de vital importancia, nos insisten los gurús del bienestar, que quienes puedan permitírselo traten de conectar la cabeza con el cuerpo. Este vecino tardorromano que ven aquí, sin ir más lejos, está poniendo todo de su parte. En decúbito supino —o, más técnicamente, tumbado a la bartola—, nuestro memorioso individuo fue sepultado mirando hacia el amanecer, conforme a la costumbre cristiana del período. A quien madruga de camino al más allá, Dios lo ayuda a salvarse.
Lo notable, según el equipo de arqueólogos que trabaja excavando en los cimientos del Colegio de Niñas Nobles, es que el cadáver fue sometido más tarde a nuevas intervenciones rituales, cuando andaba ya el pobre en estado esquelético. Aprovecharon de paso para modificar la posición del cráneo, colocándolo en sentido opuesto a la columna vertebral. Una especie de fisioterapia póstuma.
En plena ampliación del edificio, que se convertirá en sede de la Diputación de Granada, se disponían a instalar un moderno ascensor e hicieron por si acaso una cata en los cimientos: para elevarnos, conviene conocer nuestras raíces. El resultado yace en esta verde camilla, más que despatarrado, contemplando con perplejidad su propio eje y tratando de poner en orden el relato. Todavía no está íntegro, pero ¿quién llega entero a final de curso?
Lo único seguro es que hoy, ayer y siempre, en verano parece definitivamente imposible que nos dejen descansar en paz.
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