Las ganas de aprender dependen tanto de las energías como de las emociones, tanto del futuro que nos imaginamos como de nuestra curiosidad mientras sigamos ... aquí, ahora, todavía.
No es fácil doctorarse en la universidad de la vida. Nadie sabe muy bien cómo estudiarla, la bibliografía es infinita, los exámenes son diarios y las calificaciones tienden a ser más bajas que nuestras expectativas. Tampoco abundan los ejemplos, o rara vez tenemos puntería para elegirlos, o una humana mezcla de ambas cosas.
Frente a nuestros ojos, en primerísima fila, destacan los tres estudiantes de mayor edad inscritos en la Universidad de Granada. Un abuelo de traje y corbata espléndidamente violetas: el equilibrio justo entre formalidad y audacia. Una abuela con una chaqueta que me encantaría pedirle prestada, con sus geometrías en blanco y negro y sus toques de pasión. Luce la sonrisa traviesa de quien sabe que se está reinventando, que hoy tiene todo el pasado por delante. Y otro abuelo de sombrero detective, con un aroma digamos caribeño y un bigote enriquecido de grises, igual que las experiencias de este trío.
Miro esas manos sabias, escritas por el tiempo, agazapadas sobre papeles nuevos, listas para aprender y a la vez enseñar. Acumulan décadas de apuntes sobre la extraña disciplina de sobrevivir. Ese diploma lo tienen bien ganado. En sus mesas no hay portátiles ni teléfonos.
A sus espaldas late una variopinta juventud, poblando el aula de entusiasmo, dudas, sonrisas inseguras: de amor por el presente y acaso también horror ante el porvenir. Sus aparatos conviven con otras herramientas manuales. Al fondo, la luz asoma por una ventana que ojalá siga abriéndose.
En mi memoria docente guardo con especial cariño a estudiantes mayores que me dieron lecciones de participación, perseverancia y compromiso con el conocimiento. Pero también recuerdo, como si me hubieran iluminado ayer, las clases que tuve la fortuna de recibir de un puñado de docentes mayores que mi madre o mi padre. De la primera a la última, igual que las filas de pupitres, cada generación tiene secretos que las demás desconocen. Sentarlas cerca sigue siendo la materia pendiente de nuestra educación colectiva.
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