Caminar con miedo

El lirismo de caminantes, vagabundos y flâneurs queda en entredicho con la geografía del miedo, que es otra tradición con sus argumentos y su bibliografía. La siniestra costumbre de pensar en la hora, la zona, los antecedentes. En la custodia, los testigos, los mensajes por si acaso. En empuñar el teléfono en defensa propia. La secreta tensión, el sigiloso desgaste de hacerlo diariamente.

En una iniciativa que merecería reproducirse en cada ciudad, la Universidad de Granada ha realizado un estudio de los puntos urbanos que más inseguridad generan en las estudiantes: un mapa de sobresaltos. Teniendo en cuenta que hablamos de una ciudad relativamente tranquila comparada con muchas otras, podemos deducir cuánta falta nos haría una reflexión global sobre este fenómeno donde se cruzan factores educativos, institucionales, de género y de clase.

Nos acercamos a esa transeúnte a punto de atravesar el arco de la noche. Tratamos de acompañarla, nos sumamos a esa pequeña mochila donde carga recuerdos, expectativas y, a esta hora de cielo oscuro, temores. No puede confiar del todo en el rastro de las luces: son boyas en un mar de incertidumbres. Avanza rápido, alerta, fingiendo que no piensa en lo que está pensando. Calcula sus movimientos. Palpa su móvil. Cambiará varias veces de acera, en cuanto una figura aparezca en el horizonte. Llegará bien a casa. O no. O sí, pero asustada. Es más que una estadística: es un fracaso colectivo.

El filósofo Thomas Carlyle dijo que nuestro deber es caminar siempre hacia delante. Se nota que nunca tuvo que salir corriendo de repente.