¿En qué cabeza cabe?

Miro esas cabezas jóvenes mirando otra cabeza con bastante menos cabello y más memoria. ¿Qué se estarán contando? ¿Qué aprenderán de su intercambio? En el Laboratorio de Antropología Física de la Universidad de Granada está la mayor colección de huesos de todo el país. Miles y miles de restos humanos, con sus respectivas testas distraídas, que demuestran nuestra insistencia desde la Edad de Piedra hasta hoy. Es decir, nuestra bendita cabezonería. Una de sus principales líneas de investigación se centra en la identificación mediante superposiciones craneofaciales. Es decir, en la hipótesis de que a cada cara le corresponde un cráneo inconfundible. ¿En qué cabeza cabe? Al parecer es cierto.

De la prestigiosa osteoteca de ese laboratorio sale el trío perforado que se expone en el Hospital Real: una calavera del neolítico; una del siglo pasado; y otra actual. A ninguna de las tres le cabe la menor duda: la trepanación es una técnica tan aterradora como inmemorial que llega hasta el presente, con asombrosos niveles de supervivencia tras la maniobra. Se hacía en el Neolítico y se sigue practicando en la neurocirugía.

A lo largo del tiempo, la trepanación ha obedecido a razones médicas o místicas —no necesariamente en ese orden— para acceder al secreto interior del individuo y curar los demonios de su cerebro. A Goya le bastó con un pincel. Hay vivos que caen en el silencio y muertos que no dejan de conversar. Lo dijo mi maestro de poesía, que se murió escribiendo con un tubo de oxígeno: «Con lenta prisa escribo mi epitafio». Leer es la mejor manera de llenar de sentido los infinitos huecos de nuestra cabeza.