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Mi bisabuelo Jacobo huyó de Kamianets, en la actual Ucrania, para evitar el servicio militar en Siberia que la Rusia zarista les imponía a los ... jóvenes judíos de familias pobres. Nadie volvía de aquel pogromo encubierto, así que sus vecinos solían mutilarse con tal de quedar exentos. Cuentan que mi bisabuelo consiguió robar o comprar el pasaporte de un soldado alemán de apellido Neuman y, con esa identidad inventada, se embarcó a Buenos Aires. Así se salvó esa rama de mi familia paterna, que permaneció casi un siglo en Argentina y hoy vive, trabaja y tributa en España desde hace décadas. Mi bisabuela Isabel nació en un lugar de La Mancha de cuyo nombre nunca quiso acordarse. Su infancia le deparó una casa precaria, las brutales palizas paternas, una fuga del hogar, una azarosa travesía por el Atlántico y, siendo aún casi una niña, trabajos como limpiadora en la misma ciudad donde yo nacería. Isabel se casó allí con mi bisabuelo Jacinto, cuyo frágil documento de identidad guardo en mi casa de Granada como una reliquia: «Nacido en el pueblo de: Coruña, provincia de: Coruña, nación: España». Esa rama de mi familia materna permaneció casi un siglo en Argentina antes de volver a España, perpetuando los ciclos migratorios que suelen darle forma a cada familia, cada país del mundo.
Por si no fuera suficiente con las olas xenófobas, solicitar asilo internacional se está volviendo una misión imposible. El bloqueo de esas herramientas que fingen ofrecernos progreso mientras centralizan el poder cada vez en menos manos, las listas de espera literalmente interminables en la web de Extranjería y las mafias que explotan el mercado negro de las citas completan un círculo infernal: sin permiso de asilo te quedas sin trabajo, y sin trabajo no puedes conseguir el permiso.
En Granada, asociaciones como Amani tratan de evitar que la única salida para esta situación desesperada sea pagarles a los mismos delincuentes que saturan la red. Amani es una plataforma ciudadana que trabaja por la integración de personas migrantes en la sociedad local. Entre otros, ha ayudado a tres jóvenes de Mali, Senegal y Gambia a denunciar su situación, conseguir al fin su cita y formarse en la instalación de placas solares. No es caridad ni buenismo: es simplemente memoria.
Si el país al que huyeron mis bisabuelos no los hubiera acogido como personas con derechos, hoy mi familia ni siquiera existiría. Este artículo tampoco. Además de injusta, la xenofobia es tan amnésica como autodestructiva: consiste en rechazar a nuestros ancestros. Ojalá nuestros descendientes estén a su altura.
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