«Andalucía debe respirar con dos pulmones: el oriental y el occidental»
De origen extremeño, periodista además de sacerdote, llega a la Archidiócesis tras cuatro años como obispo de Ávila
José Antonio Muñoz
Granada
Domingo, 6 de noviembre 2022, 00:28
José María Gil Tamayo es el nuevo arzobispo coadjutor de la Archidiócesis de Granada. Extremeño, llega a su nueva responsabilidad con una amplia trayectoria vital – ... tiene 65 años–, pero con una corta experiencia con la mitra –ha sido obispo de Ávila solo durante los últimos cuatro años–. Pero antes de eso, ha sido y continúa siendo una de las voces claves para entender la comunicación en la Conferencia Episcopal, a cuya Comisión Permanente pertenece. En 1989, su vida dio un vuelco cuando su obispo le envió a la Universidad de Navarra para estudiar Periodismo, una carrera donde, según su experiencia en el centro navarro, «se aprende a tener espíritu crítico». Desde luego, lo que deja traslucir esta entrevista es que tiene las ideas muy claras, por más que en sus respuestas se perciba la proverbial prudencia que caracteriza al clero.
–¿Que sabía de la Archidiócesis de Granada antes de venir aquí?
–Tuve la oportunidad de recorrer algunas parroquias y lugares con Antonio Montero, granadino, que fuera obispo de Badajoz, a quien traje varias veces a los cursos de verano que organizaba por entonces IDEAL y la Comisión de Medios de la Conferencia Episcopal, con Jesús Blanco Zuloaga y Enrique Seijas. Luego, cuando dirigí el Secretariado de Medios, comencé a participar activamente en los cursos y su organización. Montero me contagió su devoción a la Virgen de las Angustias, y con él vi la luz de Plaza Nueva y la maravilla de San Juan de Dios.
–¿Qué ha encontrado hasta ahora en esta iglesia?
–Muchas personas buenas y muchos brazos abiertos. Mucha gente esperanzada. Y una profunda religiosidad popular. Vengo de Castilla, y ello hace que la sobriedad haya impregnado en cierta medida mi manera de ser. Aquí la religiosidad es más barroca, pero no por ello menos auténtica.
–Llega a una archidiócesis en la que los grandes carismas del siglo XX –Opus Dei, Focolares, Neocatecumenales, etcétera–, están muy presentes. ¿Cómo se gestiona esa diversidad?
–Considerándolos riqueza del Espíritu Santo. Los carismas deben ser discernidos por quien ejerce el ministerio jerárquico, buscando siempre la unidad y el bien del pueblo de Dios. Somos un solo cuerpo; nadie va al margen de los demás, de manera anárquica.
–La ausencia de vocaciones es uno de los grandes problemas de la Iglesia.
–Me preocupa que en Granada, habiendo 60.000 universitarios, cuya presencia siento cuando camino por las calles, no haya muchos jóvenes que den el paso. Eso se debe a varios factores: a la secularización, a errores nuestros... Cuando a Dios se le quita de en medio como si fuera un 'sin papeles' en la sociedad contemporánea, no entra en el horizonte de vida de los jóvenes. Hay que buscar la manera de hacer significativo para ellos el seguimiento de Jesús.
«Me preocupa que en Granada, con 60.000 universitarios. no haya muchos jóvenes que den un paso adelante para servir a Dios»
–Hay quien ve a la Iglesia como una oenegé más.
–No lo es. Hemos sido un hospital de campaña a lo largo de la historia; la acción caritativa de la Iglesia durante muchos siglos es inconmensurable. Aquí mismo, en Granada, tiene su origen la Orden de San Juan de Dios, que es un buen ejemplo de ello. Pero nosotros no hacemos las cosas por altruismo. Las hacemos porque vemos en el ser humano la imagen de Cristo. Cáritas o Manos Unidas no son oenegés al uso, tampoco.
Anécdota y fondo
–Antonio Cañizares fue un arzobispo importante en Granada. Qué lástima que no tuviera un buen asesor al lado, como usted, cuando apareció en aquellas fotos con la capa magna. Y que lástima que a veces nos quedemos en la anécdota.
–Al tener la doble condición de sacerdote y periodista, entiendo las dificultades que conciliar ambas dedicaciones tienen. He dedicado mi vida a la comunicación sin dejar de ser sacerdote. La información forma parte de la sociedad hasta el punto de calificarla: hablamos de 'sociedad de la información'. Entiendo que la comunicación debe ser, más allá de un medio para difundir el Evangelio, un medio de transparencia. Hay que explicar las razones por las que se actúa, porque dependemos de los demás. Ni buscamos el aplauso, ni vivimos a golpe de impacto o de encuestas favorables. Nuestro estilo tiene que ser amable, de propuesta, no de imposición; de diálogo, de libertad.
–¿Qué tal se lleva con los políticos?
–Tengo la experiencia de ser secretario general de la Conferencia Episcopal, quien junto al presidente lleva las relaciones institucionales. Hay que distinguir, en el político, su representatividad y su carga ideológica, y la persona. Siempre he tratado de conocer a la persona, para que luego la discrepancia no sea un obstáculo para la relación en el diálogo. Y hay que hablar con todos. También hay que dejar muy claro que la Iglesia no es un adversario político; es un actor social de primer orden, por su peso histórico y demográfico, con el que hay que contar. Y contar antes de que las leyes lleguen a la tramitación parlamentaria. Los políticos deben escuchar a la sociedad civil.
–Algunos políticos vuelven de Roma diciendo maravillas del Papa y con una foto bajo el brazo, pero luego impulsan leyes contrarias al sentir de los católicos.
–Aquí entran en juego las estrategias. Hay quien cree erróneamente que el Papa está en una dimensión distinta que la Conferencia Episcopal, y tira por elevación.
–Sí, la Conferencia es reaccionaria, y el Papa es 'enrollao'...
–Este Papa, como todos, aplica el principio de subsidiariedad. He estado con él en reuniones donde se le han planteado temas nacionales y siempre nos ha dicho que resolvamos como mejor veamos. Pero el Papa no va a ser descortés nunca. Luego, claro, hay que huir de la instrumentalización de su figura, y de los pisotones en el acelerador cuando vienen las campañas electorales. Con todo, creo que en España tenemos la suficiente tradición democrática para que el votante sepa discernir.
«Hay quien cree erróneamente que el Papa está en una dimensión distinta que la Conferencia Episcopal»
–Hay muchas iglesias cerradas en Granada, y algunas cayéndose a pedazos. ¿Qué podemos hacer para evitar que este patrimonio se pierda?
–Tenemos que conservarlas. En Castilla he presidido la Fundación Las Edades del Hombre, y hemos constatado que allí el 80% del patrimonio histórico–artístico está en manos de la Iglesia. Y existe un deber constitucional de preservarlo y difundirlo. Tenemos que colaborar todos, en Granada, sociedad civil e instituciones, para mantener la riqueza patrimonial de la Iglesia granadina. El patrimonio religioso tiene un fin primario: el culto, pero tiene un fin cultural también porque expresa la identidad de un pueblo, y uno económico, porque la existencia de estos monumentos y la afluencia de visitantes redunda en el bien de la sociedad. La sociedad civil debe implicarse también en su cuidado y en su difusión.
–¿Usted es de los que utiliza la expresión «las imágenes se quemaron» o de los que dice «las imágenes fueron quemadas» durante la guerra civil?
–Antonio Montero, quien como historiador fue quien puso las bases para el estudio de la persecución religiosa durante la guerra civil, decía que este tipo de contiendas deja abierta una herida que tarda en cicatrizar. Hay que procurar no ahondar en ella, porque es fratricida. Hay que buscar la reconciliación. Y los españoles hemos hecho un esfuerzo muy serio en este sentido, que no se puede soslayar ni poner en cuestión con leyes 'ad hoc'. En Granada hemos beatificado este mismo año a sacerdotes y laicos mártires de la guerra, en una persecución tan dura que es equiparable a la de los primeros tiempos del cristianismo. Según Montero, existe un martirio de las personas, y un martirio de las cosas también, y ese martirio de las cosas es el de las imágenes. El pueblo cristiano ha hecho un esfuerzo de reposición sin odios, sin revanchismo, y en esa clave hay que estar.
–También es curioso que se ataque a la religión católica y a la Iglesia y no se ataque o se haga mofa de otras confesiones. ¿Es porque a los católicos se les da mejor lo de poner la otra mejilla, o por miedo?
–El miedo no es racional. Es la anticipación de un mal futuro que no sabemos si ocurrirá. Pero la Iglesia, es cierto, no mete miedo.
–¿Le gustan las procesiones?
–El ser humano siente. Y yo me emociono con las procesiones. No somos solo seres espirituales, pero en lo espiritual entra el sentimiento. La belleza que expresa una imagen, que toca fibras interiores de la persona, forma parte de nuestra religiosidad profunda. En una procesión, observo mucho y rezo. Y hay una forma de oración en una saeta, en unas lágrimas, en quien toca la imagen y la besa. Cuando prediqué el Rocío chico, me iba antes a la basílica, me sentaba, y veía personas de muy diversa condición y aspecto, unidas por el fervor. El Señor mira el corazón, y no cómo estás vestido. El Papa dice que la religiosidad popular es una fe encarnada. Y creo que en Andalucía esta fe está salvando la sociedad de un secularismo que en otras partes es más acusado.
«La religiosidad popular está salvando a la sociedad andaluza de un secularismo que en otras partes de España es más acusado»
–Por tanto, las cofradías deben esperar de usted ayuda, cariño....
–Y discernimiento, también. Tiene que haber varias 'c' en una cofradía. Tiene que haber culto a su imagen, a Dios, a la Virgen. Tiene que haber cultura, catequesis, porque no podemos ser cristianos a la manera del carbonero si tenemos medios a nuestro alcance para formarnos. Y tiene otra 'c' que es la caridad, el compromiso. De ayuda a los más necesitados. No solo hay que gastar en flores y exorno, hay que gastar en los más pobres, que es donde, como dice el Papa, está la imagen de Cristo. Si esas 'c' se unen de forma armónica, hay autenticidad cristiana. Si falta alguna, no es la imagen que debe dar un cristiano cofrade.
–Hace unos meses, hubo un homicidio de un joven en Íllora. De repente, llegó un sacerdote de la diócesis de Madrid, Teodoro González, quien se erigió en portavoz de la familia de quien o quienes cometieron el crimen, provocando con su actitud no poca controversia. ¿No está la jerarquía para cuidar de que estas cosas no se produzcan, y evitar que cada uno vaya a su aire?
–Desconozco el caso, pero los obispos no tenemos la Guardia Suiza... Supongo que pidió autorización a su obispo, pero no lo sé. Y luego, hay versos sueltos, como en todos lados.
–La Iglesia se ha esmerado en los últimos tiempos en aclarar y perseguir los casos de abusos por parte de sacerdotes. Aquí en Granada hubo un caso que se juzgó hace años. ¿Cuál es su visión respecto a este tema?
–En cada diócesis hay una oficina de denuncia. Aunque solo se dé un caso, ya clama al cielo. Y es mayor la responsabilidad de quienes estamos obligados moralmente a ser ejemplares y proteger la dignidad humana. Lo que no se puede crear es un clima de sospecha sobre los sacerdotes. Pido realismo y justicia, porque la espectacularización, el llevar a la Iglesia en su conjunto a las páginas de sucesos, y olvidarse de todo lo bueno que hace la Iglesia a diario, no es ponderado.
«Todo es muy peculiar en el Vaticano; no entra en los parámetros normales»
–Usted vivió en primera fila como portavoz del Vaticano la renuncia de Benedicto XVI, la llegada al solio del Papa Francisco... Se habló mucho de que Benedicto renunció por no poder gobernar a la Curia, esa misma que periódicamente es objeto de noticias como la puesta en marcha de un centro comercial de lujo en los muros del Vaticano...
–Creo que tenemos que huir de los tópicos. Tuve la suerte de estar en primera línea informativa en momentos claves de la historia reciente de la Iglesia. Soy periodista, me he formado con periodistas, he sido portavoz de la Conferencia Episcopal también... Hay que dejar atrás la novela, y sobre todo la novela negra, aplicada al Vaticano. Todo es muy peculiar allí; no entra en los parámetros normales. Por eso hay leyenda, hay ficción, unida a la realidad. Benedicto hizo un ejercicio de honestidad, porque vio que físicamente no podía cumplir las exigencias que requería su responsabilidad. Quien busque intrigas, no las va a encontrar. Otra cosa es que quien informa sobre el Vaticano tiene que dar noticias a diario, y a veces no las hay.
–¿Cómo se hace carrera en la Iglesia?
–Las carreras entran en todas las profesiones. Pero a ser sacerdote, se entra por vocación y por espíritu de servicio. No se puede perder 'el amor primero'; la frescura de los inicios. Cuando se busca la mundanidad, el poder, esa tentación de ser más, de la que no estamos exentos sacerdotes y obispos, equivocamos el camino.
–Granada tiene ante sí unos retos muy importantes como sociedad. ¿Qué va a hacer para ayudar a que cristalicen?
–Pedir la ayuda de todos los cristianos. Estoy muy agradecido al Papa por la confianza que me otorga al enviarme a esta ciudad y esta diócesis tan maravillosa. No lo esperaba. Me hicieron obispo con 61 años y pensaba que me quedaría en Ávila. Ahora con 65, tengo esta nueva misión. Como obispo y como cristiano, creo que es necesario que todas las personas tengan una vida digna. Y me duele comprobar los niveles de pobreza que hay en mi tierra extremeña y en Andalucía. Y las defic
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