De todo lo alto de la Alpujarra a su puerta de entrada
En bermudas ·
Un recorrido entre Trevélez, el pueblo más alto de España, y Lanjarón, puerta de entrada a La Alpujarra… y algo másjesús lens
Jueves, 15 de agosto 2019, 01:23
Tras nuestra completa visita al secadero de jamones descrita ayer, bien reconfortados el cuerpo y el alma, decidimos dar un paseo por Trevélez haciendo la ... llamada 'Ruta Los Tres Barrios', bien señalizada gracias a las placas de cerámica que marcan su camino, tan serpenteante como empinado.
Y es que Trevélez, efectivamente, está conformado por el barrio Bajo, el Medio y el Alto y pasear por las calles que los comunican se convierte en una preciosa excursión repleta de bellos recovecos, numerosas impresiones estéticas y estampas para el recuerdo. Para pasear por los pueblos blancos de La Alpujarra no hacen falta guía ni señalización, por supuesto, pero seguir las placas reseñadas asegura no perderse ninguno de los rincones más especiales y singulares de un pueblo de por sí especial.
Sin ánimo de ser prolijos, además de algunas esquinas presididas por macetas perfectamente cuidadas, de mil y un colores, me gustó especialmente un arco en forma de bóveda que conecta dos calles y que te hace soñar con la mismísima Edad Media, aunque el origen más lejano de Trevélez data de los tiempos de los romanos.
Sobre la etimología del peculiar nombre del pueblo, la teoría más científica —y seguramente cierta— alude a tierra inter-valles. La legendaria y mitológica, que siempre es la que más nos gusta en esta sección, hace referencia a una familia compuesta por un padre y sus tres hijos. Cuando falleció el progenitor, dejó a cada uno de los hermanos tres lotes diferentes de tierra: al mayor, las más altas. Al pequeño, las más bajas. Y al tercero, las de en medio.
Durante un tiempo, los tres hermanos se llevaron bien, viviendo cómodamente en la parcela del medio, pero un mal día tuvieron bronca y terminaron peleados, retirándose cada uno a su heredad. Por la noche, los viajeros contemplaban tres cortijos iluminados por velas, uno encima del otro. De ahí el nombre de Trevélez.
A lo largo de nuestro deambular nos asomamos al comienzo de la trocha que sube a Siete Lagunas y al Mulhacén, una de las excursiones más bonitas que se pueden hacer en nuestra Sierra Nevada. Y dura. Muy dura. Como no estamos ni en tiempo ni en forma para afrontar tamaño desafío, nos juramentamos en hacer la travesía la próxima primavera, durante el deshielo, para disfrutar del espectáculo sobrecogedor de las Chorreras Negras rebosando de agua.
Tomamos un refrigerio en La Fragua, en el corazón del Barrio Medio, cuyas cartas y manteles de papel están ricamente decorados con dibujos del añorado Martínmorales, uno de los grandes embajadores mundiales de La Alpujarra, que tanto hizo por darla a conocer. Seguimos el camino hasta las eras, arriba del todo del Barrio Alto, donde la arquitectura alpujarreña es más pura. Dicen que, en los días claros, se ve hasta el infinito y más allá. Como está neblinoso, nos tenemos que 'conformar' con las excelentes vistas del pueblo. ¡Ahí es nada! El paseo, pespunteado de fuentes con agua fresca y el rumor del agua constante, es una delicia incluso en lo más duro del estío.
Como grato resulta pasear por Lanjarón, la puerta de La Alpujarra, donde conviene hacer un alto en el camino, detenerse… y disfrutar. Y descubrir. Famosa por sus aguas —las de beber y las de tomar— la localidad atesora algunos rincones mágicos y espectaculares. Sus tinaos, por ejemplo.
El tinao es una construcción típica de La Alpujarra, un recurso de la arquitectura popular que convierte en espacios semiprivados determinadas zonas de las vías públicas: sobre una calle y entre dos viviendas se disponen unas vigas y, encima, se saca una habitación. Era una forma de que, al casarse, los hijos de las familias musulmanas se quedaran en casa, pero en una habitación propia.
Aunque hay tinaos por todos los pueblos de la comarca, los de Lanjarón resultan espectaculares, al albergar sobre ellos hasta tres plantas. Alguno, además, queda semienterrado, por lo que resulta singular asomarse a su interior y disfrutar de la abigarrada decoración que le da vida.
En Lanjarón hay dos plazas que, a tiro de piedra la una de la otra, se complementan a las mil maravillas. La clásica y tradicional, la Placeta de Santa Ana, popularmente conocida como Plaza de las Flores. 'Paz del alma, remanso de prisas, canto del agua', reza un haiku impreso en cerámica de Fajalauza.
Y en la fuente, los versos de Lorca: 'Por las orillas del río / se está la noche mojando / Por las orillas del río / y en los pechos de Lolita / se mueren de amor los ramos. Se mueren de amor los ramos. La noche canta desnuda / sobre los puentes de marzo. / Lolita lava su cuerpo / con agua salobre y nardos. Se mueren de amor los ramos. La noche de anís y plata / relumbra por los tejados. Plata de arroyos y espejos. Anís de tus muslos blancos. Se mueren de amor los ramos'.
Frente a la Placeta de Santa Ana, la de Juan Valderrama y Dolores Abril, de corte moderno, con líneas rectas, sobrias y el jardín metido en cintura, convertido en recurso geométrico. Pasear por Lanjarón es dejarse arrullar por el rumor incesante del agua y acariciar por el sonido de los versos que las decoran, la mayoría, con motivos acuáticos. Manolo Sola: 'Lanjarón que vas llorando por tus grietas agua pura, aunque me calman la sed, también me sirven de cura'.
Motivos acuáticos… y florales, como en estos versos de José Gutiérrez Padial: '¡Ay! Levantad las compuertas, que viene el agua a este pago, pa que la grama dé flores y den granás los granaos'.
Nos asomamos al paseo-circunvalación del pueblo, con vistas a los restos del castillo, y a la vuelta, paramos en el restaurante Alcadima, uno de los más originales y diferentes de la comarca, donde disfrutamos de su singular ajoblanco, diferentes ensaladas, incluyendo una de lentejas, y una sabrosa carrillera con salsa. Porque no todo van a ser platos alpujarreños en una tierra con muchos, muchísimos secretos por descubrir.
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