"Yo, cuando me entero de que ha bajado el paro, pienso: ¿Y a mí cuándo pollas me va a tocar?"
Las oficinas del SAE en Granada viven la jornada como otra cualquiera y sus asiduos se toman los datos de la Encuesta de Población Activa con escepticismo y hasta con rabia
Guillermo Ortega
Jueves, 22 de octubre 2015, 14:12
Luis Miguel Heredia y Antonio Martínez han ido a hacer alguna gestión a la oficina del SAE en el Zaidín. Mientras esperan su turno, salen ... a fumarse un cigarrillo y es ahí cuando el primero se entera de que, según la Encuesta de Población Activa, el paro ha descendido en Granada en el último trimestre. Antonio ya lo sabía, pero la noticia tampoco parece haberle afectado gran cosa.
Yo, cuando me entero de que ha bajado el paro, pienso: ¿Y a mí cuándo pollas me va a tocar?, reflexiona Luis Miguel, que tiene 40 años y durante buena parte de su vida trabajó como carpintero. Pero lleva ya cinco años sin encontrar nada, salvo breves ocupaciones gracias a las bolsas de trabajo que abren algunos ayuntamientos. Ha consumido ya la prestación contributiva y le quedan dos o tres meses para que le pase lo mismo con el posterior subsidio, esos 450 euros (redondeando al alza) que popularmente se conocen como ayuda familiar.
Tiene familia. Mujer y dos hijos, para ser más concretos. Ella sólo trabaja de manera ocasional y ni siquiera entre los dos consiguen salir adelante. Les tienen que ayudar los padres. Que ya es una guasa tener que pedirles dinero a estas alturas, cuando ya se han jubilado y podrían estar disfrutando, cuenta.
A estas alturas, Luis Miguel no conserva muchas esperanzas. Sí, podrá salirme alguna cosilla esporádica, pero yo ya tengo 40 años. Antes, cuando veía a uno de esa edad, decía: mira, un puretón. Ahora lo soy yo.
Pero sigue mandando su currículum, aunque eso le haya llevado a enfadarse de lo lindo. No te puedes imaginar cuántos he echado, y luego he visto a algún funcionario, delante de mí, rompiendo un taco que tenía encima de la mesa. Que era como para decirle algo, que ahí están las ilusiones de mucha gente, hombre.
A su lado, mientras apura el cigarro, Antonio asiente. Sobre todo cuando se habla de la edad, porque él ha cumplido los 50. Fue mucho tiempo administrativo, una ocupación que ya casi ha desistido de volver a desempeñar. Está convencido de que el trabajo de su vida ya no le va a caer del cielo.
También lleva unos cinco años acudiendo al SAE, donde no recuerda que le hayan ayudado, ni mucho ni poco. Por su cuenta ha encontrado algún parche aquí y allá y con eso ha podido ir tirando. Mal, pero tirando. Antonio está separado y tiene una hija. Preguntarle si le pasa la pensión sería meterse donde a uno no le llaman.
Los dos coinciden en que la situación, en Granada, es peor que en otras provincias como Málaga, donde el sector servicios, aseguran, es más fuerte. En cierto modo se consuelan pensando que peor están las cosas en Cádiz. Luis Miguel, que está más enterado de las cosas de lo que quiere dar a entender, da el dato: Allí hay ciudades que tienen más del 50% de la población en paro. Y luego se extrañan de que muchos se dediquen al contrabando. A ver qué van a hacer, sostiene.
Miriam Muñoz acaba de salir de la oficina y tiene prisa porque va a una entrevista. ¿Ilusionada? Pues sólo relativamente, porque no es para un trabajo sino para ver si entro en un curso de formación.
Tiene 34 años y ha estado trabajando casi siempre en el gremio de la hostelería. En su día emigró para ejercer algún empleo porque en el extranjero son menos estrictos, pero después volvió y se apuntó al paro. Eso fue en 2008. Lo que pasa es que no quiere contabilizar los siete años transcurridos desde entonces como desempleada porque admite que durante ese tiempo fue madre dos veces y en los periodos en que sus niños fueron bebés no buscó ocupación fuera de casa.
La paradoja la representa Manuel José Escabeas, un hombre de 34 años que acaba de apuntarse al paro. Mientras por lo visto otros muchos se quitan, él se suma a la lista. A la fuerza, claro, porque se le acaba de terminar el contrato que tenía con una empresa que fabrica faros de coches en Jaén.
No es la primera vez que pasa por ese trance. Llegó a estar dos años desocupado y se le acabó la prestación contributiva. Recuerda la angustia que pasó conforme pasaban los meses y no le salía nada. Era desesperante, porque veías que se te acababa el dinero y seguías igual.
Le salió el trabajo en Jaén y tuvo la mala suerte de sufrir un accidente en un brazo, después de lo cual ha tenido un contrato especial por minusvalía. Ahora, en Granada, donde ha vuelto porque aquí está mi pareja y allí no hacía nada solo y porque además aquello está muerto, aquí parece que hay más vida, confía en que esa discapacidad, que en todos los aspectos es una desventaja, le sirva para cubrir los cupos para minusválidos que tienen muchas empresas.
Esas cuatro personas quisieron hablar. Otras prefirieron no hacerlo, como un joven con ligero acento árabe que al principio accedió a contar su historia pero cambió de opinión en cuestión de segundos. ¿Por qué me preguntas? ¿Para salir en el periódico, dices? No, no, mira, tengo que hacer unas llamadas por el móvil, fue su excusa. Respetable, como las de todos los demás. Que tu drama, porque a mayor o menor escala lo es, salga publicado da por lo menos pudor.
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