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Relatos de verano

Un ajuste de cuentas

marcos olmos gonzález

Miércoles, 4 de agosto 2021, 00:29

Laura abre el frigorífico y hace inventario: tres huevos, dos filetes de pollo, unos pocos espárragos, medio cartón de leche y alguna pieza de fruta pocha. Fuera de la nevera tiene algo de pan duro para hacer unas migas. También tiene galletas. Le queda dinero para comprar leche y algunas patatas. Lamenta haber llegado a fin de mes tiritando, como todos los meses desde que compraron el coche, un capricho de su marido que los había obligado a comer lentejas durante los tres primeros años. Dejó de comprarlas porque ya soñaban con ellas. Las mensualidades de aquel trasto infernal los está machacando.

Su marido se fue a trabajar hace dos horas, trabaja demasiado. Su hijo Javi entra en la cocina, abre la compuerta de la alacena e intenta coger un vaso. ¡Cuánto ha crecido! Ya casi alcanza a coger los vasos. Laura sonríe y levanta en peso a su hijo, que coge un tazón con dibujitos de elefantes. Acto seguido, Laura le sirve leche templada y su hijo aplasta las galletas hasta dejar una pasta densa y sólida. Mientras desayunan, su hijo le explica cuánto se divierte con su amigo Andrés en el recreo.

El sonido de un claxon los interrumpe. Javi da buena cuenta de la última cucharada, se cuelga la mochila al hombro y sale disparado a la calle. Es Amparo, la madre de un compañero de su hijo, que lleva a Javi al colegio cada mañana porque su trabajo no se lo permite hacer. Ojalá alguien inventara la máquina de estar en dos lugares a la vez, piensa, eso sí que sería un cacharro para endeudarse. Le debe mucho a Amparo.

Ya en el trabajo, Laura se cruza con un cliente que casi consigue sacarla de sus casillas. Recibe un mensaje al móvil. Es Amparo, que propone en el grupo del colegio regalar un delantal con el nombre de todos los niños a la profesora. Laura hace cuentas, ese regalo es mucho más económico que el del año anterior. Responde con un pulgar en alto en la pantalla, aunque mucho se teme que la cosa no acabará ahí. Seguramente alguna dirá que le parece poco y propondrá un fin de semana en un hotel de lujo con 'spa' y una bata de satén rosa donde poner los nombres de los niños. Verás, alguna saltará y le romperá el presupuesto.

A mediodía, recoge a Javi en el colegio y juntos regresan a casa. Su marido acaba de llegar. Laura pone en remojo el pan duro y sofríe los espárragos.

Ya a la mesa, conversa con su marido. Hablan de qué harán con los casi trescientos euros extra que les supondrá no pagar más mensualidades del coche. Se conforma con vivir sin tener que hacer malabares para afinar el presupuesto. Cuando acaban de almorzar, su marido se levanta de la mesa y saca del monedero de Laura veinte euros dejando solo un billete de cinco.

—¿Qué haces? —pregunta Laura como si alguien le estuviese birlando un riñón delante de sus propios ojos.

—Cariño, me he quedado sin gasolina y la necesito para ir al trabajo.

El coche, siempre el coche. Nuevamente ese trasto infernal la está desangrando con una nueva puñalada. Laura vuelve a hacer inventario. Su mente se comporta como el 'GPS' que recalcula una nueva salida porque te has pasado la anterior. No podrá comprar leche, ni patatas.

Por la tarde ayuda a su hijo a hacer los deberes. Vuelve a sonar el móvil. Una madre comenta que cree que a la profesora le gusta la plata, y propone al grupo regalar unos pendientes a la mujer, que lo del delantal es muy cutre.

Otra suma un collar y una tercera añade un tique regalo. Tras varios devaneos y quinientos mensajes, Amparo, como delegada de la clase, invita a cada familia a aportar diez euros a la mañana siguiente. Laura vuelve a recalcular. Tiene cinco euros en el monedero, y rapiñando las monedas logra contar otros cinco. Afrontará el último día del mes sin un céntimo. Porque piensa pagar al día siguiente a Amparo en el mismo momento en que recoja a Javi. Esta vez no piensa ser la última en pagar. Le debe mucho a Amparo.

Aquella noche se acuesta con su marido y hacen el amor, para una cosa que es gratis la piensa aprovechar.

Despierta con energía y tras soltar las últimas gotas de leche a su hijo, se desayuna con un melocotón maduro de más. Cuando Amparo toca el claxon, Laura sale con su hijo y le paga los diez euros para el regalo de la profesora. Amparo se impresiona al ver tal cantidad de monedas.

Ya en el trabajo, Laura se vuelve a cruzar con el cliente del día anterior. En esta ocasión sí que la saca de sus estribos y se marcha ofuscada a recoger a su hijo.

En la puerta, todas las madres esperan la salida de la profesora para darle el regalo. Finalmente le han comprado unos pendientes, un collar y un tique regalo. La profesora sale y todas hacen corro en torno a ella. Alguien le entrega el regalo y ella lo abre con ilusión.

—Vaya, os habéis pasado, me hubiera conformado con un delantal con el nombre de los niños.

Laura entra en colapso. No está enferma, es solo que tiene demasiados agujeros en los bolsillos. Marca a la profesora como 'terminator' cuando va a destruir un objetivo, en rojo. Se acerca a ella haciendo hueco por entre las madres. Alguna recibe un codazo, seguro que lo merecía.

Ya junto a la maestra, le quita de las manos el colgante y comienza a colocárselo ella, de manera tan brusca, que se queda sin respiración unos segundos. A continuación, Laura se clava algún pendiente en un nuevo agujero. Hay sangre.

—¡Está loca! —dice una madre.

—¡Qué mala educación! —dice otra.

Laura abre el tique regalo y examina la cuantía. Cincuenta euros... La de cartones de leche que piensa comprar.

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