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Conforme le pegó el puñetazo a aquel mueble supo que había hecho una tontería. Lo hizo sin pensar, en un acto de rebeldía para llamar ... la atención de sus padres, que estaban discutiendo. Quería que parasen de pelear y, en pleno arrebato de nervios, atravesó el mueble con el puño. Al sacar el brazo entendió la magnitud de su acto. Se había destrozado la piel, los tendones y las venas del brazo derecho. Se estaba desangrando. ¿Quién podía ayudarlo lo más rápido posible? A la cabeza le vino la Policía Local de Maracena, cuya jefatura está a un kilómetro de su casa. El camino se le hizo eterno, pero llegó. Y el torniquete que le hicieron le salvó la vida.
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Laura Velasco
«No dije nada, abrí la puerta de casa y corrí hacia allí. La sangre me chorreaba, fue como abrir un grifo. Creía que me moría», rememora el menor, de 15 años de edad, que prefiere mantenerse en el anonimato por deseo de su familia. Carlos (nombre ficticio) llegó a la jefatura y aporreó la puerta. El reguero de sangre era escandaloso tanto en el suelo como en el cristal. «Me encontraba sin fuerza, iba a desmayarme», recuerda. Afortunadamente, varios agentes trabajaban en el interior.
«Estábamos de servicio ordinario y empezamos a escuchar unos fuertes alaridos de socorro. En la puerta estaba el chico pidiendo auxilio. Me dijo: Ángel, me muero, me muero. Era muchísima sangre la que tenía», cuenta el agente. Se iba a quitar la camiseta, pero el muchacho se había adelantado y la había tirado al suelo, por lo que la cogió y comenzó a hacer el torniquete. Ángel apretó con todas sus fuerzas y logró frenar la hemorragia.
A la par, tanto él como su compañero Juan Luis intentaban tranquilizarlo. «Le hablábamos para que no se durmiera. Estaba muy blanco, los ojos se le volvían un poco para atrás. Pedía agua y estuvo a punto de vomitar», cuenta el policía local. También atendieron a la madre, que lloraba desconsolada.
La Policía Local llamó al 061, que tardó menos de cinco minutos en llegar. «Le decía al chico que se nos iba a hacer muy larga la espera, como una vida, pero que no se preocupase, que ya no se moría», agrega Ángel. Lógicamente, pasaron unos nervios indescriptibles. «No estamos acostumbrados a algo así, esto se te presenta una vez en la vida. Tenemos formación en primeros auxilios, pero practicamos con un muñeco. Ver a una persona pidiendo ayuda en esas circunstancias es muy crítico», explican los agentes.
Carlos subió a la ambulancia y se quedó dormido, no recuerda nada. «Le di un beso a mi madre, que iba delante, y le dije que le diera otro a mi padre y a mi hermano», cuenta. Despertó al día siguiente en el Hospital de Neurotraumatología y Rehabilitación de Granada. Hacía preguntas para entender cómo había llegado a esa situación. «Era grave. Me han reconstruido los tendones, las venas, las capas de carne», detalla el chico, que tiene un largo camino de recuperación y rehabilitación por delante.
Le dieron el alta y, al llegar a casa, le costó horrores entrar. «Recordé la sangre, el mueble y la forma tan tonta en la que casi me quito la vida. Me puse a llorar», admite. Dice que ha aprendido la lección. «No le voy a pegar ni a una farola», insiste. Pasados unos días, Carlos se ha acercado a la jefatura para darle las gracias a los agentes por cortarle la hemorragia y llamar a la ambulancia, dos decisiones que marcaron su destino.
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