Las manchas del Boquerón
El centro de Granada se deteriora por el paso del tiempo y la abundancia de firmas, dibujos malos y garabatos de espray que cubren casi la totalidad de sus calles
MIGUEL RODRÍGUEZ CÁRDENAS
Sábado, 9 de julio 2016, 01:51
En la Gran Vía, las aceras son amplias y están limpias y los arbolillos verdes dan vida y color al andar de los transeúntes. La ... gente pasea, habla, come, va a los bancos a hacer gestiones y compra. La vida discurre por las calles a plena luz del sol o bajo la brillantez de las farolas. Así es la Gran Vía, pero no sus aledaños.
La zona de las plazas del Boquerón y Azúcar, de las calles Darro y Almona del Boquerón, de las vías Navarrete, Los Santos, Lavadero de la Cruz y Santa Paula se acuesta y amanece desaliñada. Tiene un aspecto de dejadez impropia de unas calles tan céntricas o, mejor dicho, de un barrio tan céntrico, porque a toda esta zona del Centro-Sagrario que se extiende desde la Plaza del Mercado de Abastos hasta San Juan de Dios la han vestido de la misma manera: con chorros y chorros de espray que, sin ton ni son, se agrupan uno tras otro formando calles que son como un mal mural. Son vandalismo, porque, por respeto a los grafiteros, tampoco se le puede llamar grafitis.
Rafael Ruedas («Pon Fali», dice, «que Rafael hay muchos») limpia las calles de esta zona del barrio del centro desde hace 15 años. Con su uniforme fosforito y un saludo para cada vecino o transeúnte que se encuentre en su tarea diaria de acicale de la zona, Fali, como le gusta que la llamen, conoce el barrio como la palma de su mano. «Este problema de las pintadas lleva aquí veinte años y no hay quien lo pare», dice mientras mueve su carro metálico con los aperos de trabajo. «Está muy feo. Nosotros limpiamos todo a diario, pero todos los bloques están llenos de pintadas y nosotros podemos quitar algunas en las que ponga insultos o que estén en monumentos, pero no todas. La verdad es que es una pena», añade Fali, que es dicharachero y conoce el barrio a la perfección, tanto que hasta echa de menos muchos detalles que daban identidad a estas calles ahora mal decoradas, sin gusto: «En todas estas calles había mucha vida antes, muchos negocios que ya han cerrado. En la calle Darro del Boquerón me acuerdo yo que había una tienda de especias que echaba un 'olorcico' que se disfrutaba en toda la calle. Cerró hace años», lamenta.
En el paseo por este barrio es fácil comprobar cómo los negocios tradicionales han perdido su fuerza y donde antes se vendían trajes a medida confeccionados por un sastre con manos de agujas, ahora hay una firma en la que se intuye una 'K' acompañada de garabatos a golpe de espray. Donde había una «muchacha», cuenta Fali, que hacía artesanía ahora tan solo queda una chapa cubierta con capas de pintura y firmas a golpe de rotulador. Un aspecto que se muestra desagradable tanto para los vecinos como para los visitantes. «Hace unos meses estaba trabajando por Almona del Boquerón y dos muchachas se bajaron de un taxi y se quedaron paradas, así como extrañadas. Les pregunté que si buscaban algo y me contestaron que dónde estaba la Gran Vía. Les señalé la calle y me comentaron que se habían quedado extrañadas por el mal aspecto del barrio cuando se suponían que iban al centro más centro de la ciudad. Y no eran extranjeras, eran españolas», relata con gracia.
Un negocio nuevo
Mari Ángeles Pérez también vive aquí y se propuso combatir como pudiese la situación del barrio. Decidió abrir un negocio hace algo más de dos meses, una ferretería en la que dispensa todo lo necesario para el hogar, para el jardín y para los manitas. Habla con calma, al mismo paso que la música de relax que suena en los altavoces del ordenador del negocio: «Mira, así era este local hace tres meses, antes de que yo lo abriese». Mari Ángeles agarra el ratón de su ordenador, teclea 'Google Maps' y su calle: 'Almona del Boquerón'. Clic. Lo que se muestra en la pantalla es su local, aunque con otra apariencia: un cartel carcomido en el que pone 'Alimentación' y una fachada abarrotada de dibujitos y firmas desagradables. «Dos meses me costó limpiar día a día todo a fondo y que se quedase como está ahora». Ese «ahora» implica un cambio radical, una sustitución drástica de chapas pintorreadas con años de decadencia por un escaparate coqueto y colorido, con vida, la que da a los ojos de los paseantes cuando enfilan las escaleras de Gran Vía que dan acceso a Almona del Boquerón.
Mari Ángeles vive desde hace más de una década en el barrio y quiere verlo como todos los vecinos le dicen que era. Juan Jesús González, en cambio, reside aquí desde hace 52 años. «Desde que se hizo este bloque», cuenta al tiempo que señala su vivienda en Almona del Boquerón. «La situación en la que está el barrio es la misma en la que lleva los últimos 20 años, antes no era así ni mucho menos», concluye.
La dependienta de la ferretería y vecina tiene su propia teoría sobre el por qué del mal aspecto del barrio y la explica tras atender a Juan Jesús: «Antes había muchos negocios en toda esta zona, en especial en Almona del Boquerón. Es más, la palabra almona se refiere a algo así como mercado o almacenes» (La RAE define almona como jabonería, pesquería o fábrica y almacenes públicos). Coincide con Fali: «Él conoce el barrio mejor que yo y es que es verdad, hace cosa de diez años ya se empezaron a cerrar negocios, pero en los últimos cinco o seis se han cerrado más. Había mercerías, un hombre que trabajaba el cuero, una tienda de muebles. Ahora todo eso está cerrado y lleno de pintadas».
Luchar por el barrio
Ella, por su parte, lucha porque el barrio luzca igual de bonito y pintoresco que su colorido escaparate, aunque muchas veces es difícil. «Yo abrí hace unos meses y después de limpiarlo y arreglarlo todo me hicieron un par de pintadas en las persianas metálicas. Ahora tengo un botecito para repararlo y cuando me lo hacen, lo arreglo yo sola. En el Covirán de enfrente también tienen que hacer lo mismo, porque muchas mañanas te encuentras con una pintada en tu fachada», explica la dependienta de la coqueta ferretería, a quien al poco de abrir le sucedió una anécdota, cuando menos, llamativa.
Llevaba tan solo unos días con el negocio con el cartel de 'abierto' cuando un joven veinteañero entró en la tienda, caminó hasta su mostrador y le preguntó directo: «¿Quieres que te pinte las persianas de los escaparates?». Mari Ángeles se quedó extrañada, pero el joven estuvo rápido y concretó su oferta: «Te lo digo por hacerte unos dibujos bonitos y así evitas que te la manchen con pintadas feas y firmas». La dependienta charló con el joven y quedaron en que le presentaría algunos bocetos. «Los que son artistas del grafiti de verdad tampoco quieren ver esas pintadas que los dejan en mal lugar, porque muchos de ellos son artistas», advierte Mari Ángeles, que concluye la conversación con una frase que puede resumir todo el reportaje: «Las cosas que caen en el olvido invitan al vandalismo», dice y acto seguido sentencia: «Las pintadas, la verdad, yo creo que son una consecuencia de este olvido en el que ha caído el barrio y un símbolo de protesta, de reivindicación por dejar que un lugar tan bonito se pueda deteriorar de esta forma».
Aquí se podría poner el punto final, pero los malos dibujos de espray y rotulador, las firmas de los que no tienen conciencia ni han aprendido a vivir con la educación y el respeto como compañía continúan por el barrio. Están en el bloque de pisos que antaño era los Cines Goya, donde ahora en lugar de granadinos dispuestos a disfrutar de la Gran Pantalla se amontonan garabatos a la espera de que alguien diga basta y los erradique a fuerza de agua caliente a presión, pintura o cualquier método eficaz para acabar con este mal cuadro, que de la poca belleza que tiene alguien puede llegar a tacharlo de arte abstracto o algo así.
No hay respeto entre las pinturas. Ni para los cines, ni para la casa del ahora recordado con una plaquita leprosa Alonso Cano, pintor, arquitecto y cultivador de otras artes, ni para casi ninguna pared que esté a la altura a la que alcancen los brazos de los malos pintores de espray. Tampoco para el Mural de cerámica o azulejo del bar 'La Posaílla', en el que reza un emblema 'Casa fundada en 1974' y al que alguien ha querido añadir su nombre de vándalo a golpe de espray verdoso. Ni para el Monasterio de Santa Paula. ¿Qué nombre se le pone a esto?
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