Del convenio de la hostelería a la realidad
Los sindicatos amenazan con una huelga esta Navidad si no hay acuerdo con la patronal por la renovación del convenio colectivo provincial. ¿Son realistas las reclamaciones de una y otra parte? Trasladada esa negociación a un negocio pequeño del Realejo, la realidad es otra.
Daniel Olivares
Martes, 15 de diciembre 2015, 00:52
En el restaurante Papaupa se preparan como cada mañana para abrir sus puertas al público. Este negocio fue puesto en marcha hace casi tres años ... en la calle Molinos con un concepto de cocina basada en la mezcla de la tradición y la innovación -'retrofusion food' le llaman sus promotores- y una decoración muy 'Cuéntame' acorde con el estilo de su carta, que incluye toques de recetas colombianas. En pleno corazón del Realejo, su éxito se basa en el trato familiar y cercano a sus clientes, algo que Margarita Arango y Paco Moya, sus propietarios, trasladan a todos los rincones del local y a su cocina. Es un negocio pequeño, de los muchos que pueblan la geografía granadina, y con una plantilla de trabajadores reducida. Entre ellos se encuentran Francisco Orcoyen, cocinero, y Ana Skibinska, camarera.
El próximo día 21, sindicatos y patronal de la hostelería se sentarán ante el Servicio Extrajudicial de Resolución de Conflictos Laborales de Andalucía (Sercla) para intentar poner luz a un convenio laboral colectivo que ya lleva enquistado más de un año. Las posturas lejos de estar cercanas, parece que vuelven a alejarse. La Federación de Hostelería mantiene que después de las últimas negociaciones, el escollo principal es el tema de la ultractividad. Desde los sindicatos recuerdan que las negociaciones quedaron rotas en la última reunión y que si en el próximo encuentro no hay acuerdo, no descartamos las movilizaciones porque consideran que es imposible trabajar y garantizar una estabilidad a los trabajadores. La amenaza de huelga está ahí y puede afectar al sector en las fechas navideñas, uno de los períodos fuertes de la hostelería granadina.
¿Cómo se observan desde un negocio pequeño y familiar como el Papaupa del Realejo estas negociaciones entre patronal y sindicatos? La conclusión es clara. A ambas partes, propietarios y trabajadores, ese conflicto les coge algo ajenos por un motivo: falta información por parte de patronal y sindicatos y consideran que el convenio colectivo no se ajusta a la realidad diaria de un negocio de sus características. Esto último lo aporta Paco Moya y lo ratifica Francisco Orcoyen. «Echamos en falta información más directa sobre qué aporta el convenio. Nos enteramos de lo que ocurre por la prensa, prácticamente. Si nos dicen que hay que hacer huelga, la haremos, porque si no, vendrán los piquetes. En cualquier caso, yo soy empresario desde hace poco pero hay algo que no entiendo. Si se da el caso de que son los empresarios los que no están de acuerdo y dicen de hacer huelga ellos, no abren y nadie cobra ese día, ¿qué ocurriría? Soy partidario de que haya más comunicación entre las partes y más información. Y por otra parte, considero que el convenio debería tener en cuenta las características de los negocios, debería segmentarse más y distinguir, porque no es lo mismo un hotel que un bar pequeño como el nuestro, con pocos trabajadores y donde los propietarios somos también trabajadores, aunque coticemos como autónomos», explica Paco Moya.
Su pareja y copropietaria, Margarita Arango, la normativa y el propio convenio tampoco ayudan y, al final, su propia inflexibilidad provoca que se «genere empleo precario». «No pueden meternos a todos en el mismo saco, porque cada negocio es distinto. Por ejemplo, hay épocas del año en las que los negocios trabajamos más y otras que son más flojas», señala Margarita, quien matiza que otro de los problemas es que «no hay profesionalización en el sector. Los que salen cualificados de las escuelas de hostelería son muy pocos». Por ello, considera que el convenio «es inviable para empresarios y para los trabajadores, puesto que unos hacen lo que pueden y los otros se agarran a las condiciones que se les ponen».
Sobre la cuestión de la profesionalización, el cocinero de su local, Francisco Orcoyen, le da la razón y se coloca a sí mismo como paradigma. Antes de dedicarse a la cocina fue perito tasador de automóviles. Fue en 2005, año en que decidió salir el extranjero, cuando se convirtió en maestro de los fogones en Bélgica. «La hostelería es un mundo en el que muchos acabamos por circunstancias de la vida. Y es cierto que falta profesionalización, pero porque se trata de un sector al que mucha gente se agarra cuando las cosas no le van bien. En mi caso, yo confío mucho en mis jefes y estoy muy cómodo con ellos. Lo cierto es que el convenio no tiene en cuenta la diferenciación de negocios, aunque ocurre también que hay mucha desinformación. En Bélgica, por ejemplo, está todo mejor estipulado», asegura desde su experiencia. En cuanto a la posibilidad de que se convoque una huelga, asevera que si los sindicatos la llevan a cabo, «hablaría primero con mis jefes»
Sobre si es una profesión bien o mal pagada, opina que la falta de profesionalización incide mucho en ello. En esta caso, su compañera en el Papaupa, Anna Skibinska, compara lo que cobraba en su país, Polonia, por hacer el mismo trabajo y lo que cobra aquí. «En mi país los estudiantes que trabajan en la hostelería cobran unos dos euros por hora. Y no están asegurados por la empresa, sino por la universidad», explica. Aquí, en España, su sueldo por hora es tres veces mayor. «Comparado con mi país, es una gran diferencia. Aquí el sueldo es digno y da para vivir tranquilamente», añade esta licenciada en Educación Física que eligió la hostelería como alternativa mientras encuentra una oportunidad en su sector.
Paralelismo
De la conversación con los cuatro, propietarios y empleados, se deduce que en la problemática laboral del sector hostelero existe un paralelismo con el sentir de los ciudadanos con respecto a la política. Las cuestiones se deciden en las 'altas esferas' sin tener en cuenta a veces al hostelero de a pie, al pequeño, al autónomo que se lanza a la aventura o que lleva un año en ella y cuyo negocio depende de su clientela pero también de las decisiones que tomen personas que ni siquiera le han consultado. En esta caso, los trabajadores se quejan de lo mismo. Es como si los responsables de decidir las reglas del juego desconociesen sobre qué tablero juegan.
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