La talidomida prescribe y condena
Grünenthal evita indemnizar en España a los afectados por las malformaciones que causó su medicamento para embarazadas
LAURA SANTACRISTINA
Miércoles, 7 de enero 2015, 00:59
«¿Es que yo prescribo?», pregunta José Daniel cubriéndose el rostro con una mano de cuatro dedos. Él es una de las víctimas de la ... talidomida, un principio activo que se encontraba en los fármacos distribuidos masivamente a finales de los años 50 y 60 contra las molestias del embarazo y provocó malformaciones en miles de niños.
La farmacéutica alemana que patentó el medicamento, Grünenthal, ha conseguido que la Audiencia Provincial de Madrid le dé la razón y anule el pago de 204 millones de euros de indemnización al que la habían condenado un año antes. Dicen que el caso está prescrito, pero en Alemania ya han desembolsado 600 millones de euros en ayudas en los últimos 34 años.
De los 19 motivos que aportó la compañía para recurrir la sentencia, la magistrada ha considerado que el caso ha concluido porque la demanda que presentó la Asociación de Víctimas contra la Talidomida (Avite) en 2012 pudo haberse hecho ya en 2008. Argumenta que ese año los afectados ya podrían haber demostrado que sus secuelas eran a causa del fármaco a través de un protocolo que puso en marcha el Hospital Carlos III de Madrid, sin necesidad de esperar a que el gobierno de Zapatero los reconociera con un Real Decreto en 2010.
Recurso al Tribunal Supremo
«Esta es la lucha de David contra Goliat», sentencian desde la asociación, que tiene presentado un recurso de casación ante el Tribunal Supremo. «Esto es un empate técnico, falta el desenlace final», enuncian guerreros. Y es que las víctimas españolas llevan peleando más de 50 años. Primero para sobrevivir, luego para sobrellevar las graves secuelas físicas y psicológicas que les provocó el medicamento y finalmente con la Justicia.
El medicamento comenzó a venderse en el año 1957 y la marca más conocida era Softenon. En España tuvo -al menos- siete nombres diferentes y se comercializó hasta el año 1963, a pesar de que en Alemania ya se había retirado del mercado dos años antes porque se había comprobado la relación entre el consumo de talidomida y las malformaciones, generalmente extremidades muy cortas o inexistentes, con las que nacían los bebés.
Esta tragedia provocó que los controles sanitarios de los fármacos se extremasen antes de ser comercializados. Se estima que en el mundo hubo unos 20.000 afectados, de los que 3.000 eran españoles aunque muchos muriesen porque sus problemas de salud eran «incompatibles con la vida». A pesar de todo, el Gobierno solo reconoce a 24 personas que, en su momento y solo demostrándolo clínicamente, pudieron obtener una ayuda económica de 100.000 euros. En Granada hay nueve afectados, según Avite. Para ellos reunirse significa compartir experiencias y dejar de sentirse «solos en el mundo». Cada historia, además de salir de su boca, podría salir de la de cualquier otro de sus compañeros porque todos ellos han pasado por circunstancias muy similares.
Matilde Román Castro
Vecina de Armilla
«Siempre tenía un bolsillo para esconder el muñón»
Matilde es una de las afectadas reconocidas oficialmente por el Gobierno, pero la noticia de que Grünenthal no tenía que pagar logró arrebatarle la alegría que normalmente atesora. Nació el 11 de marzo de 1961 y su madre, que trabajaba en los hoteles Washington Irving y Palace, tomó la pastilla porque su ginecólogo, como tantos otros, se lo recomendó para evitar las constantes náuseas. «Mi madre barruntaba que yo había salido así por la pastilla y cuando se quedó embarazada de mi hermano ya no quiso tomarla».
El efecto más visible está en su mano derecha: «Los dedos no me han llegado a salir y están por dentro, con falanges en miniatura y todo, así que tengo un muñón», describe con precisión y sin atisbo de pudor mientras lo palpa. A estas alturas ya no tiene apuro, pero hubo un tiempo en que estaba oculto constantemente: «Toda mi ropa tenía un bolsillo a la derecha para esconderlo hasta que mi madre se dio cuenta de aquello y los empezó a quitar para que no tuviera más vergüenza». De hecho, es complicado repasar los álbumes de fotografías y encontrar alguna de su niñez en la que no aparezca escondido, tapado o disimulado entre otras personas.
La niñez se acumula como un torrente en su memoria y es capaz de contar una avalancha de anécdotas porque fue entonces cuando ella ya comenzó a ser independiente. A pesar de que todos los niños aprendiesen a atarse los cordones solos al mismo tiempo, para ella hacerlo significaba mucho más: «Hasta que pude a atarme los 'gorila' sin ayuda, mi madre me levantó cada día una hora antes para practicar. Cuando mis sobrinas lloraban porque no podían hacerlo, yo les decía ¿cómo va a ser que pueda yo con una mano solo y tú no? Y me sentaba con ellas para enseñarles».
Para su madre tiene infinitas palabras de agradecimiento por ser quien le enseñó a valerse por sí misma: «Con tres años ya empecé a fregar y coser». En su caso, un sinfín de tareas domésticas podrían completar la lista de habilidades y virtudes, pues aprendió a no necesitar dos manos completas para muchas más cosas. «Me saqué el título de corte y confección», cuenta orgullosa mientras camina hacia el salón donde, además de montañas de retales, aparece enmarcado el título que lo acredita. Un título a la superación.
Matilde es una mujer resuelta que habla en voz alta y con las frases tan rotundas que los puntos y final podrían atraparse al vuelo. «Aznar no nos recibió nunca -ataca al expresidente- y Zapatero lo hizo porque todos los miembros de Avite nos plantamos delante de la Moncloa». Sigue reclamando la indemnización a la farmacéutica porque les llevan «condenando más de 50 años». Ella tiene 53 y desde que nació soporta dolores: además de la malformación padece fibromialgia, mareos eventuales y lumboaciática, esta última sobrevenida también por un frasco de hojalata en el que estuvieron guardando hilos hasta que, un buen día, decidieron tirarlo.
José Daniel Rosales López
Residente en Limones
«Fue un genocidio en tiempos de paz»
Casi desde que nació lleva adosada a su lado izquierdo una pesada pierna ortopédica. «A quienes machacaron y torturaron fue a bebés, porque un adulto se puede defender, pero un recién nacido no», dice haciendo caer su furia sobre unas fotografías donde él sale con unos meses de edad. A él le tuvieron que amputar una extremidad cuando apenas había cumplido un año y medio y sus manos lucen sin pulgares. «¿Cómo puede ser que no haya nadie en la cárcel por esto? La culpa la tienen ellos, no nuestras madres». Antes de comenzar a hablar, ha confesado que está muy nervioso y que «no sabe expresarse bien», pero lo desmiente con un discurso hilado, conciso y explícito.
José Daniel se considera un «afortunado» que ha logrado sobreponerse al complejo que siempre le ha acompañado, a las burlas y a los prejuicios. «Otros no han podido soportarlo y se han suicidado o han tenido muchos problemas personales. Yo digo que fue un genocidio en tiempos de paz». Su infancia en Limones, pequeño anejo de Moclín, fue difícil: «Cuando todos los chicos íbamos a jugar al fútbol a la era, los chavales iban escogiendo hasta que me quedaba yo el último y me decían que no podía jugar con una pata de palo. Volvía a casa llorando a lágrima viva».
Ahora vive en el pueblo de nuevo, pero en su juventud estudió en Sevilla y en Madrid, siempre en centros para personas con alguna discapacidad. «Estábamos chicos y chicas juntos. Rápidamente se hicieron novios pero yo pensaba que eso no podía ser el amor y que también podría estar con una chica sin discapacidad si quería». Entonces tomó la determinación de sacarse de encima todos sus complejos y enamorarla. Lo consiguió. «Nos conocimos como muchas otras parejas, una noche en la discoteca», explica Mª Angustias. Llevan 30 años casados y la gente les conoce como «la pareja feliz». «Pasamos las 24 horas del día juntos y nunca discutimos», dice ella con una media sonrisa. «Es mi media naranja», añade él con una mirada tierna.
«Conseguí un trabajo en la ORA de Granada y lo hice durante años, hasta que empezaron a echar a gente y tuve que doblar turnos. De tanto caminar me salió un absceso en el muñón y me tuvieron que dar de baja. Ya no pude volver a trabajar allí y como desde joven había tenido que usar mucho la cabeza, aprendí a hacer taracea y comencé a vender obras por encargo. Como no podía competir con otros mejores que yo, que aprendí tarde y con éstas manos, me dediqué a hacer las caras de la virgen de Colomera y el cristo de Moclín y la gente del pueblo me las compraba».
Dice que siempre ha peleado por ser uno del montón, pero se ha convertido en alguien excepcional.
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