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SOCIEDAD

Las musas de hielo

La Antártida ha sido el escenario perfecto para dar rienda suelta a tramas literarias de terror y aventuras, guiones de cine, letras de canciones y hasta cómics

JESÚS LENS

Domingo, 24 de agosto 2008, 04:21

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LAS últimas noticias surgidas desde la comunidad científica señalan que la Antártida lleva congelada, de forma ininterrumpida, la nada desdeñable cantidad de catorce millones de años, acumulando entre sus hielos eternos el 80% del agua dulce del planeta.

Hablamos del cuarto continente en extensión, por detrás de Asia, América y África, donde se atesoran algunos de los récords más singulares en la historia de nuestro planeta, como el de la temperatura más baja jamás alcanzada -en la estación que tienen los rusos en Vostok gozaron de los 89,2 grados bajo cero- o el de los vientos más fuertes que barren la superficie de la tierra, contabilizándose 327 km/h de viento salvaje en una estación francesa.

Inspiración

Este marco absolutamente incomparable -ahora más cercano gracias a la magnífica exposición del Parque de las Ciencias- ha servido como inspiración para escritores, dibujantes y músicos que, en la inmensidad blanca del gélido continente antártico, han encontrado musas de hielo que les han servido para escribir sus libros, componer sus canciones o dibujar sus tebeos. Comenzando por ese noveno arte que cada vez tiene más importancia en la cultura popular de todo el mundo, es necesario destacar 'Whiteout', la novela gráfica de Greg Rucka y Steve Lieber con que Norma Editorial inició su colección de Cómic Noir. Una apuesta muy valiente porque, si hay un escenario improbable, inimaginable y casi imposible para un relato de corte negro y criminal, ése es la Antártida.

Desde la primera página, en que un avión asoma por el horizonte para llevar a la Marshal Carrie Stetko a levantar un cadáver congelado en mitad del hielo; hasta la última, en que otro avión parte rumbo a la civilización cuando el crudo invierno ya sumerge al continente helado en la oscuridad, pasan un montón de cosas.

Stetko es una mujer solitaria, más sólida que fuerte, con malas pulgas y un valor a prueba de balas. Y la historia criminal está perfectamente hilvanada, sin cabos sueltos y adaptada al escenario en que transcurre. Por eso es normal que los piolets sean armas homicidas y que las armas de fuego, prohibidas en la Antártida por los Tratados Internacionales, brillen por su ausencia. O casi. Aviones con patines adaptados a la nieve, hangares y máquinas quitanieves conforman un escenario singular para una historia que transcurre en un continente en el que la pregunta más importante no es quién lo hizo ni porqué. La pregunta más importante es: ¿qué tal el tiempo?

Dada la buena acogida de la serie, nominada a cuatro premios Eisner, Rucka y Lieber escribieron una continuación de la misma, 'Whiteout: Melt', en la que la agente Stetko regresa al continente helado para investigar una explosión en una base rusa en que se descubre material nuclear; a la que siguió 'Whiteout: Thaw', en la que averiguaremos si la heroína de la serie sobrevive a su encierro en el hielo. Al igual que ha pasado con los superhéroes más convencionales, los personajes de 'Whiteout' han dado el salto a la pantalla grande. La actriz Kate Beckinsale interpreta a la aguerrida agente en una película dirigida por Dominic Sena, de la que se espera sea uno de los grandes hits cinematográficos de los próximos meses.

Novelas que aterrorizan

La otra literatura, la convencional, también ha utilizado a la Antártida como entorno, como tema, como refugio, como sinónimo del miedo a lo ignoto. Así, para los autores de novelas de aventuras, se trata de un paisaje extremo en el que someter a los protagonistas de las historias a la crudeza atmosférica, como hizo el argentino Héctor Oesterheld en 'Bull Rockett: peligro en la Antártida', por ejemplo. Para otros autores, como para el chileno Francisco Coloane, contar cómo es y lo que ocurre en esta remota parte del mundo es un fin en sí mismo, como demuestra con dos de sus obras más famosas: 'Los conquistadores de la Antártida' y 'Antártida: una visión geográfica del continente helado'.

Pero el hielo también puede traer ecos claramente terroríficos. En la clásica narración de Edgar Allan Poe, 'Las aventuras de Arthur Gordon Pym', el viaje por mar que realizan los protagonistas termina en mitad de los hielos antárticos en el que el blanco eterno es sinónimo de miedo y terror.

Sin olvidar las aventuras que H.P. Lovecraft contó en 'En las Montañas de la Luna', la narración de una expedición científica a la Antártida, que viene antecedida por la recomendación del propio protagonista de que dicha tierra no debería ser horadada por el hombre, so pena de despertar horrores que yacen en sus profundidades. En esta novela aparecen los Antiguos y los Shoggoths, personajes mitológicos que bajaron del cielo y utilizaron a la Antártida como primera base de su conquista de la tierra, formando parte de la compleja y abigarrada cosmogonía del visionario escritor.

Pero, además, la Antártida ha sido un lugar de huida, escondrijo alejado del mundanal ruido, refugio para personas necesitadas de paz, sosiego e intimidad. Como, por ejemplo, un tal Hitler. Adolf Hitler. Porque... ¿estamos seguros de que el jerarca nazi se suicidó en su búnker berlinés? ¿Quién vio el cadáver? ¿Quién estudió los restos? ¿Y si, en realidad, Hitler no murió como nos han contado y se esfumó entre las brumas oceánicas? ¿Y si los nazis hubieran tenido un plan de contingencia para el caso de producirse la derrota del Tercer Reich? ¿Y si ese plan hubiese tomado a la despoblada y desconocida Antártida como centro neurálgico?

De todo ello nos habla Julio Murillo en su recién publicada 'Shangri-La. La cruz bajo la Antártida' (MR ediciones), galardonada con el Premio de Novela Alfonso Décimo el Sabio. Una historia que entronca con la estirpe novelística sobre conjuras internacionales de base esotérica que tanto éxito han tenido en los últimos años. De lectura amena, las páginas caen a velocidad de vértigo y el lector se descubre atrapado por la historia de los nazis escondidos y esa Nueva Thule tan amenazadora como esquiva.

La pureza del hielo y la nieve hace que los paisajes antárticos sean propicios para albergar sagas mitológicas, como cuenta John Calvin Batchelor en 'El nacimiento de la República Popular de la Antártida', publicada por Ediciones Minotauro y que tiene ecos y resonancias de novelas clásicas como 'Moby Dick', 'La Odisea' o 'Beowulf', contando la historia de Grim Fiddle, nacido en 1973 y testigo de excepción del derrumbe de la Civilización Occidental a comienzos del siglo XXI por culpa de los problemas energéticos. Los hombres, para sobrevivir, han de embarcarse y recorrer los mares, como hace el protagonista en su velero, 'El Ángel de la Muerte', en que se concita un microcosmos, reflejo de la convulsa sociedad del momento, y que se dirige al círculo polar antártico para organizar un campamento en la zona conocida como Cruz de Hielo.

'Antártida' a la española

Con guión de Francisco Casavella, el director Manuel Huerga rodó 'Antártida' en 1995, protagonizada por Ariadna Gil y Carlos Fuentes. La película cuenta una historia de huida y descubrimiento, protagonizada por María (Ariadna Gil) y Rafa (Carlos Fuentes). Ella es una yonki desencantada que camina por el lado más salvaje de la vida. Él, un chaval vitalista, optimista y parlanchín hasta el aturdimiento. Ambos robarán un alijo de droga que les pondrá en fuga, perseguidos por narcos y policías, en busca de un refugio permanente que, para ellos, debería ser un lugar tan etéreo y desconocido como esa Antártida con que se titula la película y que también tiene ecos de la frialdad de la heroína a la que es adicta la protagonista.

Un título y una historia que nacen, precisamente, de la famosa canción de John Cale 'Antártida starts here', que forma parte de la banda sonora y que juega un papel determinante en una de las películas españolas más interesantes de los años noventa, en la secuencia en que María y Rafa asisten al concierto que Cale daba en Madrid y en el que, por supuesto, el mayor protagonismo es para esa canción que el antiguo miembro de la Velvet Underground compuso en 1973, como homenaje a la Gloria Swanson más decadente.

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