Daniel Sancho conoce este jueves su sentencia entre filtraciones y acusaciones de trato de favor

En las últimas horas, el nerviosismo y las filtraciones en torno al caso han aumentado a medida que se acerca el momento clave. «El tribunal finalmente condenó al acusado y le ordenó que indemnizara a la familia de la víctima, restableciendo así la justicia para los seres queridos de la víctima», escribía en su página web el abogado tailandés de la familia de Edwin Arrieta, Metapon Suwancharen. «Es pena de muerte», llegó a afirmar y luego borró. «Es una falta de respeto», respondían los letrados de la familia Sancho.

Este es uno de los escenarios a los que se enfrenta el encarcelado español. La acusación que pesa sobre él, apuntalada por la investigación policial y defendida por el ministerio fiscal tailandés hasta el último día del juicio, es la de homicidio premeditado. La defensa ha construido su estrategia sobre el accidente fortuito. Dos vías, varias condenas.

La clave de la sentencia está en la palabra premeditación. Según la Real Academia Española (RAE), la premeditación es pensar reflexivamente algo antes de ejecutarlo. Y esto es lo que, con las pruebas sobre la mesa, el tribunal que juzga a Daniel Sancho tiene que dirimir. Que este concepto quede plasmado negro sobre blanco en el texto judicial comporta que Sancho sea condenado a cadena perpetua o a la pena capital. Estas son las sanciones que conllevan la comisión del delito de homicidio premeditado en Tailandia. Fuentes de la defensa aseguran que «la premeditación está totalmente descartada». Aún queda ver qué opina el juez.

En el caso de que el magistrado descarte que el español planeó y planificó el asesinato de Arrieta, la sentencia se reduciría a años de prisión, entre 15 y 25, y que podría cumplir pasado un tiempo en una prisión española.

«Siento que se haya perdido una vida». Siete palabras que pueden salvar otra vida, en este caso la suya. Esta frase, la pronunció Daniel Sancho en su alegato final. En la cultura tailandesa, el arrepentimiento tiene un peso importante. También lo tiene la confesión y aunque el principal acusado lo negó durante el proceso judicial, confesó. Lo hizo en los primeros días de la investigación y ante la Policía de Tailandia. «Soy culpable, pero yo era el rehén de Edwin, me tenía prisionero y estaba amenazando a toda mi familia», admitió el 5 de agosto del año pasado. Un testimonio que luego su defensa trató de desmontar para construir el relato del ataque sexual que acabó con un empujón fatal que supuso la muerte de Arrieta tras golpearse con el lavabo.

Ese arrepentimiento y la primera confesión pueden ser dos salvavidas para Sancho. «Si las hubiera mantenido de principio a fin», apuntan varias fuentes. El cambio de estrategia a última hora de su defensa ha podido evitar o no que el homicidio premeditado se rebaje a involuntario, de 3 a 15 años de prisión, o a asesintao agravado castigado con desde 15 años de cárcel o pena de muerte. Uno, otro o ninguno ya está decidido, ya está escrito. Solo queda escucharlo.

Sea una u otra la condena, a Sancho aún le queda otra tabla a la que agarrarse: el perdón. Concretamente el del rey del país: Maha Vajiralongkorn. Cada año, el monarca por su cumpleaños y por el de su mujer, 28 de julio y 12 de agosto, otorga el indulto real a centenares de presos que abarrotan las cárceles tailandesas.

Para ello, los presos, previamente, deben escribir una carta a los reyes en la que confiesen su crimen y muestren su arrepentimiento sincero para después pedir perdón a la Corona y finalmente solicitar el indulto. Si así lo deciden ambos, la pena de muerte pasa a ser cadena perpetua y en el caso de que sean años de cárcel se reducen. De momento, Sancho no ha escrito esta misiva.