Con las manos de las masái
Pikolinos emplea a cientos de mujeres de Kenia para hacer sus famosas sandalias
luis gómez
Martes, 10 de mayo 2016, 02:08
William Kikanea es el líder de la tribu masái. Su vestimenta arrebataría a diseñadores como Paul Smith o Haider Ackermann, amantes de los cortes sobrios ... y la explosión de colores. Con sus túnicas y pies descalzos no tendría muchas dificultades en fascinar desde lo alto de las pasarelas. Pero para el mundo de la moda, el auténtico jefe no es Kikanea. El verdadero poder reside en las mujeres de su tribu, y más concretamente en sus manos. Gracias a ellas, Pikolinos, la firma española de calzado y complementos, ha experimentado una expansión de vértigo y obtenido un reconocimiento unánime, tanto por la fabricación de sus famosas sandalias como por aunar criterios éticos y empresariales.
La firma ilicitana irrumpió en 1984 y se ha convertido en una de las más potentes del sector por su volumen de negocio y amplia presencia internacional. Se ha labrado un sólido prestigio por la variedad y calidad de sus colecciones, especialmente por el valor que concede a la piel, que trata personalmente en sus instalaciones de Elche mediante un proceso de fabricación artesanal. Sin embargo, la compañía, fundada y liderada por Juan Perán, cuida otros valores. Al artífice del éxito de esta compañía familiar siempre le ha movido la necesidad de «devolver a la sociedad parte de lo que me ha dado». Encauzó esta iniciativa a través de la fundación Pikolinos Solidarity y las mujeres masái de Kenia, protagonistas de una intervención que ha destapado «la responsabilidad social» de la industria del lujo.
Con el único fin de construir «un futuro para sus familias», cientos de mujeres de esta etnia bordan a mano las pieles de Pikolinos. Hay una historia detrás de todos los zapatos. Cada sandalia lleva consigo la historia de una de ellas, de su familia, de sus dificultades y «su determinación por salir adelante». La mayoría arrastra unas condiciones de vida durísimas. Viven sin agua potable, carecen de medicamentos y, por supuesto, de recursos económicos para dar de comer y educar a sus hijos. El apoyo de Perán les ha posibilitado la obtención de «unos salarios estables» y les ha ayudado a reafirmar su orgullo femenino. Si esta alianza ha supuesto un alivio para una comunidad cuya economía está estrechamente ligada al turismo, ha permitido a las masái la posibilidad de «tener propiedades y tomar decisiones, pero siempre desde el respeto a la cultura y los valores de su comunidad», subraya Perán.
Hecho en Kenia y España
Esta colaboración tiene dos escenarios. Pikolinos diseña y corta las piezas en España y después las envía a Maasai Mara, la reserva natural nacional situada al sudoeste de Kenia, para distribuirlas entre las manyattas (asentamientos donde viven los masái). Allí, a miles de kilómetros de distancia, en la sabana, sin carreteras, aprovechando la sombra y cosiendo debajo de una acacia, las mujeres conversan en swahili rodeadas de animales salvajes. Con paciencia y sutileza bordan las pieles con insignias, colores y diseños típicos de su identidad cultural antes de devolverlas a Elche, donde se terminan de montar las sandalias.
Lilian Ole Pere, esposa del líder masái, supervisa la producción de todas las mujeres, además de aconsejarlas y guiarlas sobre el adecuado tratamiento de las pieles porque allí no hay relojes ni corren las prisas. «Respetamos su estilo de vida», añade Perán. Los directivos de la compañía viajan todos los años a Kenia para corroborar «en primera persona el cumplimiento» del proyecto.
En su última visita les acompañó Leonor Villalba, invadida por los nervios y con la ilusión de poner cara a sus lejanas compañeras de equipo. Villalba cose cada pieza en Elche con su máquina de aparar para dar forma al producto final y revisar la calidad de cada puntada. «Su vía de producción es la inmensidad de la sabana y el tintineo de sus adornos. Entre puntadas hay sonrisas, cánticos y conversaciones. Sin salir de su entorno y sin perjudicar su estilo de vida, han aprendido el significado de una horma, una ficha técnica o un control de calidad», se felicita. Un universo, en definitiva, lleno de colores, aromas y sonidos que llenan la inmensidad de las manyattas, «donde la vida pasa de un modo distinto y la naturaleza lo es todo».
Lilian y Leonor representan un mismo proyecto bajo el prisma de dos realidades diferentes. Si Leonor cambió las máquinas de aparar por la precisión de sus dedos y el sonido de las máquinas por las canciones masái, Lilian salió por primera vez en su vida del Mara. Subió a un avión con destino a España «con una mezcla de miedo, emoción y entusiasmo», pero con ganas de aprender y descubrir nuevos lugares. De visita estos días por España, William, el líder de los masái, ha mostrado su satisfacción por este intercambio y la unión de dos mundos reflejado en las miradas y en las manos de un proyecto que traspasa fronteras.
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