Harry va al Congreso

El modo en que Íñigo Errejón ha regresado a la primera línea de la política nacional para encargarse aparentemente del asunto de los videojuegos ha sido digno de verse. El programa de Más País incluía la creación de un fondo de capital riesgo dirigido al sector de los juegos de ordenador, y también la construcción de un estadio para la celebración de campeonatos de deportes electrónicos. En Más País había un grupo de «Gamers por Errejón» y el partido incluso creó un juego gratuito de estilo retro, «Harry Errejón y la Cámara de los Diputados», en el que un Errejón caracterizado como Harry Potter vuela en una escoba, tirurí, tirurí, para enfrentarse a Vox Valdemort. Sí, yo pensé lo mismo: ¿cómo no se le ocurriría nada de todo esto en su día a Julio Anguita?

Con los videojuegos, la semana laboral de cuatro días y la legalización de la marihuana, Íñigo Errejón ha completado una campaña limpia, juvenil y pintoresca en la que ha evitado por tierra, mar y aire cierto asuntillo molesto que brillaba detrás de su candidatura: el fratricidio.

Errejón anunció en septiembre su candidatura a las elecciones generales aclarando que lo hacía «por responsabilidad», para acabar con el bloqueo que imposibilitaba un Gobierno de izquierdas. El modo en que la comparecencia de nuevas siglas de izquierdas, en lugar de dividir el voto fuese a cohesionarlo, nunca ha terminado de explicarse. Íñigo Errejón regresa bajo mínimos a un Congreso ingobernable para desbloquear no se sabe bien el qué. No ha parecido funcionar su aura de ser el moderado de Podemos, un joven dialogante, bondadoso, casi socialdemócrata. Que esa idea triunfase cuando no hay la menor prueba que la sostenga siempre ha sido increíble. Más allá de que Errejón tenga cara de buen chico y parezca mucho más joven de lo que es. Alguien incapaz del menor estropicio. Míralo, si no da nada de guerra. Cuando no está con las magdalenas, está con los videojuegos.