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María y su primo Luis junto a Antonio Molina, Pepe Molina y Luis Molina. IDEAL
Sagas familiares

El histórico templo de las cigalas y las quisquillas de Motril

Restaurante Katena, ubicado en la Playa de Poniente, tiene sus orígenes son previos a 1960, cuando Josefa Tirado y Francisco de Paula Molina comenzaron a vender cafés y tortillas a los pescadores y agricultores de la zona

Alberto Flores y Andrea G. Parra

Domingo, 15 de junio 2025, 23:39

El terreno que heredó Francisco de Paula Molina, donde no había construcciones alrededor ni nada parecido a negocios, se convirtió en un restaurante de referencia de la Costa Tropical. Al principio no había ni electricidad en aquel lugar. Ahora, Katena es la parada obligatoria para probar las mejores exquisiteces del mar, sin que falten las quisquillas, y también carnes, aunque lo más demandado es el marisco y el pescado.

La tercera generación está al frente de una empresa que ha sido siempre su casa y presumen de lo que aprendieron de sus abuelos y de sus padres y tíos. Restaurante Katena lo abrieron, al principio, como un lugar donde tomar café y después ha ido ampliándose y creciendo hasta contar con dos salones, terrazas y bar. Con unas setenta mesas. Con producto que eligen los clientes de las vitrinas y se cocina directamente para servirlo en la mesa.

El matrimonio Francisco de Paula  y Josefa Tirado inició esta aventura oficialmente en 1960. En la Playa de Poniente de Motril (Camino del Pelaillo, s/n). Por aquel entonces solo había allí gente del campo y pescadores. Desde que tenían uso de razón sus hijos Pepe, Antonio y Luis servían «fantas» en aquel negocio. Francisco y Josefa fallecieron hace años, él en 2015, a los 92 años, y ella en 2018, con 91. Su nieta María Molina, ahora en el negocio con su primo Luis, habla con devoción de ellos. Recuerda con cariño el tiempo pasado en «nuestra casa» porque así es como se refiere al restaurante Katena todo el tiempo. Y, relata con orgullo que aún va algún cliente y le cuenta que «mi abuela» les hacía el bocadillo cuando estaban trabajando en la construcción de los residenciales. «La gente recuerda con mucho cariño a mis abuelos», rememora. Y, por supuesto, no se olvida de las migas de su abuela que tenían y siguen teniendo mucha fama porque «tenemos su receta y las seguimos haciendo».

«Ellos nos han enseñado»

Pepe Molina está jubilado. Antonio y Luis siguen. Antonio es el padre de María. La joven explica que de sus abuelos y de su padre y tíos ella y su primo lo han aprendido todo. Advirtiendo que «nos queda mucho por aprender todavía». «Son ellos los que nos han enseñado», agrega. Apunta que siempre le han dicho y han visto que los más trabajadores que debe haber en el negocio siempre deben ser los dueños: «Hay que estar al pie del cañón y trabajar como el que más, ejemplo de trabajo y estar presentes». Durante todo el año cuentan con doce empleados. En temporada alta, en verano se duplica la plantilla. Así en estas décadas han sabido crecer, adaptarse a la demanda y poder presumir de ser de los pocos establecimientos del litoral granadino que lleva abierto décadas. Años en los que han ido enamorando a sus clientes a través de quisquillas, cigalas, tapas y pescado a la brasa.

María bromea al comentar que da de comer a personas de toda España. Es arquitecta y también desarrolla la profesión que estudió. Hace obra en toda España, aunque la empresa está en Motril. Eso sí, repite que el objetivo es que el restaurante Katena esté en la familia porque «es nuestra casa». Lo es tanto el negocio como el propio hogar familiar, la casa de sus abuelos, que mantienen, incluidos los animales: caballos, burros y gallinas, entre otros.

Su abuelo antes de irse a aquel solar que heredó se dedicaba al campo y la ganadería y siempre mantuvo ese vínculo, aunque fuera por afición. María apostilla que su padre y tío iban a la escuela de pequeños en burro a la ciudad, entonces no había otros medios. Josefa, según explicita María, empezó a ofrecer cafés y tortillas a la gente de la zona y así fue como surgió la idea del negocio al que más tarde darían forma sus hijos Antonio, Pepe y Luis.

«Una tabernilla»

«Mi padre y sus hermanos empezaron a trabajar desde muy pequeños junto a mi abuelo. Al principio era una tabernilla en la que la gente cogía su refresco directamente de la nevera», describe. Y poco a poco empezaron a crear nuevos espacios hasta ser lo que el restaurante Katena es hoy en día. Primero añadieron una zona de bar y más tarde una de los comedores. Incluso montaron un aparcamiento en lo que hoy son las terrazas del negocio. Pasados los años, en la década de los ochenta, inauguraron una discoteca que «tuvo muchísimo éxito en Motril durante años».

Y así, con mucho trabajo y yendo «poco a poco», consiguieron transformarse en uno de los negocios más exitosos de toda la provincia de Granada. Ahora son María y su primo Luis, como se ha indicado, los que están al frente del negocio, aunque Katena no ha perdido la esencia que consiguió con sus padres. «Lo que más destaca aquí es el producto. Viene tanta gente que todo siempre es fresco y de la mejor calidad», argumenta María. Y aunque lo que más busca la gente es arroces y pescado, también cuentan con carnes «muy buenas» que ofrecen a la brasa.

Productos estrella

Las auténticas estrellas de Katena son la quisquilla de Motril y la cigala, hasta el punto de que muchos clientes les llaman para reservarlas. Y otras especialidades que ofrecen son los centollos, algo que «no es tan común encontrar en Granada», las ostras francesas y las zamburiñas. Sin olvidar sus tapas, con protagonismo para el pescado frito, los arroces y las migas. Dada su trayectoria, son muchas las personas que los consideran como una de las opciones más destacadas para comer en la Costa Tropical. «Para nosotros conseguir eso es algo esencial. Hay gente que viene de todas partes de España a comer y nuestro objetivo es que se vayan contentos», presume.

Y tras el éxito logrado Antonio, Pepe y Luis, que son quienes pusieron a Katena donde está, tanto María como Luis tienen claro que el negocio familiar seguirá vivo mucho tiempo: «Vamos a mantener la esencia, que es lo que la gente busca, y no vamos a parar de mejorar. Estamos ilusionados y queremos ver a Katena cada día mejor».

Delos siete nietos dos han sido los que se han quedado en el negocio familiar. María mantendrá la esencia junto a su primo, pero también han introducido las nuevas tecnologías y siempre están pensando en mejorar. Sin olvidar las lecciones y pequeñas cosas que sus abuelos y toda su familia hicieron grande este negocio.

«Mi abuela se centraba en la cocina y en que todo estuviera siempre limpio. Los manteles quería que estuvieran siempre blancos y oliendo a limpio», relata. Sus mayores les han insistido siempre también que el centro es el cliente, el buen trato y el servicio.

En Katena han sido muchos los cambios, pero siempre manteniendo la calidad del producto. Los hermanos Molina saben si un pescado es fresco a kilómetros. Acumulan cientos de anécdotas y vivencias. Una de ellas cuando llegó la freidora al restaurante, aquello era algo revolucionario. Hasta entonces lo hacían a leña.

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