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La realidad puede ser muy testaruda. Donald Trump insiste en decir que ha tenido el mejor comienzo de mandato que haya experimentado «ningún otro presidente ... en la historia», pero el mercado bursátil ha vivido los peores cien días de ningún presidente desde que Gerald Ford sucedió a Richard Nixon por la dimisión del Watergate. Y ahora el PIB se empeña en mostrar una contracción anual del 0,3% tras una caída del 0,1% en el primer trimestre, la primera en tres años. En contraste, el último trimestre del 2024 la economía estadounidense creció al 2,4%. Este miércoles, los índices bursátiles de Wall Street se desplomaron, al igual que el precio del petróleo.
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Todo es, según Trump, culpa de Joe Biden, que le dejó «números muy malos». En realidad, la gestión económica del expresidente tras la pandemia fue la envidia del mundo. El mandatario logró espantar el fantasma de la recesión y hacer crecer la economía a un promedio del 2,5%, la recuperación más rápida del G7. Pese a implementar el mayor plan de rescate en proporción al PIB -aprobado por Biden en 2020- y convertir a EE UU en el país que más dinero gastó por habitante en ayudas directas, subsidios de desempleo, vacunas y cheques a la población, la rápida respuesta de la Reserva Federal a la hora de recortar los tipos de interés, frente a la lentitud del Banco Central Europeo, estabilizó la inflación en torno al 3-3,5% en 2024, mientras que Europa seguía luchando con la volatilidad de los precios energéticos. Un poco tarde, eso sí, para la campaña electoral, en la que Trump explotó el daño que había hecho la inflación al bolsillo de los consumidores y lo convirtió en el eje central de su propaganda.
Este miércoles, tras celebrar sus primeros días con el primer mitin desde su investidura, Trump seguía en campaña. «Esto es el mercado bursátil de Biden, no de Trump», escribió. «Los aranceles no tienen nada que ver con esto. Pronto van a surtir efecto y las empresas empezarán a mudarse aquí en números récords. ¡¡¡TENED PACIENCIA!!!». Para reforzar ese mensaje, el mandatario tuvo este miércoles una reunión con inversores estadounidenses que coreografían su mensaje de trasladar a EE UU las inversiones que antes hacían en el exterior. Entre ellos, los consejeros delegados de Nvidia, GE Aerospace, Johnson & Johnson, Eli Lilly and SoftBank, en representación de los sectores tecnológicos, financieros, de defensa, salud y productos de consumo.
«Nuestro país va a despegar, pero tenemos que deshacernos de la 'carga' que dejó Biden. Eso llevará un tiempo, pero cuando empiece el auge, será como ningún otro», prometió en las redes sociales. Como parte de esa campaña, el mandatario concedió una entrevista a la cadena ABC, que aceptó sustituir a George Stephanopolous, su anterior entrevistador, a quien Trump demandó en diciembre por difamación, al haber dicho erróneamente que había sido declarado culpable de violación -solo fue condenado por abuso sexual-. El caso le costó a la cadena 15 millones de dólares, pactados como donación a su Biblioteca Presidencial, pero no le ha servido al presidente para encontrar un entrevistador más favorable.
El periodista Terry Moran le irritó al discutir su afirmación de que Kilmar Abrego García, el salvadoreño deportado erróneamente a un centro antiterrorista, tenía en los nudillos tatuajes del MS-13. «Era Photoshop», insistió Moran frente a la presión del presidente, que le acusó de ser un don nadie al que había dado «la oportunidad de su vida» con esa entrevista. «¿Por qué no puedes decir que sí y seguir adelante?», se desesperó. Moran tampoco le aceptó que los «miles de millones de dólares» que están llegando a EE UU gracias a su política arancelaria «de sentido común» estén creando empleo, ni que el crecimiento que experimentaba la economía antes de su llegada se debiese al boom inflacionario, aunque la oligarquía tecnológica le sirva de coartada. Los números del PIB hablan solos.
En anticipación a los aranceles más altos que haya impuesto EE UU a productos extranjeros desde 1890, los empresarios norteamericanos se han apresurado a reabastecer sus existencias antes de que encajen las subidas previsibles. Ese aumento repentino de las importaciones ha desequilibrado todavía más la balanza comercial y disparado su déficit. «Cuando suprimes los inventarios y el aumento de las importaciones, que es temporal, tienes un crecimiento del 3%», aseguró este miércoles el asesor económico del presidente, Peter Navarro, con la máxima triunfalista de no admitir nunca un error, ni permitir que la realidad le estropee un buen titular. «Nos encanta donde estamos ahora», afirmó.
42% es el índice
de aprobación ciudadana que recibe Trump tras cien días en la presidencia. Y el porcentaje continúa cayendo, sobre todo entre quienes esperaban una mejora económica pronto.
A los mercados no les gusta la incertidumbre de unas políticas cambiantes. El índice S&P 500 ha caído más de un 7% en lo que va de año y el Dow Jones, un 4,5%. También los números de Trump han caído, del 47% de su investidura al 42% de los cien días, según la encuesta de Reuters/Ipsos. Hoy, la mayoría de los estadounidenses -un 53%- desaprueba su gestión. Si bien sus seguidores más fieles están dispuestos a aguantar el bache, convencidos de que las cosas tienen que empeorar para que mejoren. Los independientes que apostaron por él basándose en sus promesas empiezan a dudar.
La confianza de los consumidores se desplomó casi ocho puntos durante el mes de abril por quinto mes consecutivo, hasta llegar al punto más bajo desde mayo de 2020, en plena pandemia, según el índice de Conference Board. Por ahora eso no se ha traducido negativamente en el PIB, porque los consumidores se han lanzado a comprar coches y bienes antes de que suban los precios, sin que eso haya disparado la inflación. El índice de precios del gasto en consumo personal es del 2,3%, frente al 2,5% de febrero del año pasado, y por tanto más cerca del 2% que busca la Reserva Federal. Su presidente, Jerome Powell, está en el punto de mira de Trump por su reticencia a bajar los tipos de interés. «No está haciendo un buen trabajo», le criticó el martes en Michigan. Por si fuese poco, el presidente también ha dicho que quiere controlar la Reserva Federal. Y la guinda la ha puesto afirmando que también le gustaría ser el próximo Papa.
La universidad de Harvard, bastión de resistencia frente a las políticas aplicadas por Donald Trump, ha hecho una concesión ante la presión del presidente de Estados Unidos. Ha cambiado el nombre de su departamento de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), que pasa a llamarse 'Community and Campus Life Officer' ('Vida en la Comunidad y en el Campus') con efecto inmediato.
Harvard ha demandado a Trump por congelar parte de los fondos federales destinados a este prestigioso centro educativo. La Administración retuvo a mediados de abril 2.200 millones de dólares, después de que la institución educativa rechazara la demanda del Gobierno para que pusiera fin a sus programas de diversidad y vigilara la orientación ideológica de los estudiantes extranjeros.
En un correo electrónico, enviado a estudiantes y miembros de la institución para anunciar el cambio de denominación, la directora de la oficina del DEI, Sherri Ann Charleston, recordó que el presidente de Harvard, Alan Garber, siempre ha defendido que la universidad debe «fomentar una comunidad que acoja la diferencia». Pero lo hará con otro nombre.
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