Tras la estela de Javier Fernández

Todo comenzó poco después de que la pequeña cumpliera su primer lustro sobre la Tierra. Lara empezó a cambiar los dibujos animados y series infantiles en televisión por el canal de deportes nacional. Buscaba en el menú la programación del día y sintonizaba Teledeporte justo en el momento en el que se retransmitieran las hazañas de Javier Fernández, «el mejor patinador del mundo», afirma la joven, que vivía para ver las competiciones de patinaje artístico. El día de su sexto cumpleaños, sus padres le regalaron unos patines de línea sin llegar a imaginar por completo las consecuencias de dicho acto. En aquel momento, desenvolviendo dicho presente, Lara estaría también efectuando en realidad el primer paso hacia un nuevo y apasionante mundo.

No mucho tiempo después de aquel suceso, la joven granadina se enroló en unas clases de formación sobre ruedas que se impartían frente a su casa, a pesar de ser la única aprendiz asistente. Fue cuestión de meses que diera el paso que la situara sobre las pistas de hielo y, desde entonces, no ha dejado de evolucionar hasta colocarse entre las diez mejores patinadoras de España, y la número uno de Andalucía, en su categoría.

«En el hielo me siento segura», declara ahora, sin ser realmente consciente de la ironía que ello significa, y es que Lara nunca le ha tenido miedo al riesgo. De hecho, antes de introducirse en el mundo del patinaje artístico, la pequeña probó otros deportes, siendo el que más logró llamar su atención la gimnasia acrobática, porque le encantaban «los saltos y las vueltas en el aire». Aquel amor por la adrenalina sigue corriendo por sus venas, al ser su único miedo el de «fallar al realizar un ejercicio». Un sentimiento que va siempre acompañado por la alegría de atesorar un nuevo conocimiento.

No importa cuánto pueda llegar a costar, Lara lleva ya cuatro años entregando todo por su sueño, el de llegar a competir internacionalmente y poder dedicarse a esto, cosa que hace que sus ojos brillen en deseo. Para ello, intercala estudios y actividades extraescolares con entrenamientos, de entre una hora y media a tres al día. Y lo hace todos los días de la semana, excepto los domingos, por lo que los sábados dobla el turno.

Junto a ella, se encuentran unos padres que organizan agenda y vida en torno a sus entrenamientos pues, a pesar de ser «un gran sacrificio, vale la pena al verla sobre la pista», afirma Paco, su padre. «Allí crece de repente y se convierte en una mujer más adulta e independiente», añade. Ellos han sido también los que han recorrido cada una de las provincias de España con pista de hielo para ver a su hija competir –a excepción de la de San Sebastián–, y han hecho de cada uno de esos viajes una aventura familiar.

No saben hasta dónde llegará, pero, si tienen algo por seguro es que verla es «un orgullo». Fue duro empezar, y ella no se ha dado por vencida. Tenía tan solo siete años y cuatro conocimientos cuando fue a su primera competición, en la Liga de Plata, en Valencia. Ahora, está curtida en batallas y derrotas, y eso la lleva a crecer para hacerse también con las victorias. Si al final llega el día en que desee dejarlo –algo que se torna imposible de imaginar al ver a la joven sobre el hielo– «todo lo que ha aprendido aquí le va a servir para el resto de su vida», sentencia Paco, orgulloso de su pequeña Lara.