La doble pelea de Pablo Sánchez contra el virus
El atleta y enfermero de La Zubia se contagió a las dos semanas de entrar en la unidad de Covid-19 del PTS y desde entonces le planta cara confinado junto a su pareja
El granadinoPablo Sánchez está viviendo una batalla doble contra el coronavirus: en la unidad de Covid-19 del Hospital Clínico del PTScomo enfermero ... y en su propio cuerpo. Apenas dos semanas después de haber sido llamado a filas le diagnosticaron la enfermedad. Ahora, de baja por accidente laboral y recluido en el piso que comparte con su pareja –también enfermera–, tras haber pasado los peores días, vuelve a tener la mirada fija en su teléfono móvil esperando un anuncio de Medicina Preventiva: «Estoy deseando que la siguiente llamada sea para darme la noticia de que puedo volver al trabajo. Sigo con las mismas ganas de ayudar que el primer día que pisé la unidad, a pesar de las circunstancias».
Periodismo y compromiso
Pablo Sánchez, que además de enfermero es atleta internacional, sintió la llamada del deber al poco de que la pandemia empezase a causar estragos en el país. «Cada día que pasaba estaba más ansioso por empezar a ayudar cuanto antes. Los sanitarios debemos estar ahí al pie del cañón. Me planteé irme a Madrid cuando vi que necesitaban enfermeros, pero decidí esperar porque sabía que aquí también haría falta y prefería ayudar en mi ciudad», cuenta el de La Zubia. Confiesa que, durante los primeros días de confinamiento, le costaba asimilar que no pudiese salir «a correr ni siquiera». Le bastó con mirar al virus a los ojos para comprender el enemigo que había delante.
«Mi unidad era de hospitalización con pacientes de Covid-19 con síntomas agudos que ingresan por urgencias. Desde que entran por la puerta estamos las 24 horas con ellos, atendiendo todas sus necesidades como enfermos y como personas, teniendo muy en cuenta la humanización de los cuidados, pues están solos y sin contacto con sus familias», expresa Pablo, que durante las dos semanas que estuvo trabajando vivió de todo, también situaciones de las que prefiere no hablar. «Intentas aferrarte a las buenas noticias, como las altas o las mejorías progresivas. Cuando entraba al turno y veía camas vacías prefería no preguntar para protegerme», confiesa.
Al día de sentir los primeros síntomas le hicieron la prueba PCR y dio positivo. «Lo primero que sentí fue mucha decepción. Me sentía culpable y responsable por la ayuda que iba a dejar de prestar, por la preocupación en mi familia y por haber expuesto a mi pareja», reconoce Pablo Sánchez. «Sabía que podía pasar, que me exponía a cada minuto, y aunque puse todos los medios a mi alcance no fue suficiente. Tampoco sé si pude contagiarme fuera del hospital, la verdad», duda. Dice que el virus «no se ha portado muy mal» en su cuerpo. «He tenido los síntomas de una gripe convencional: ageusia y anosmia, intensas cefaleas, una leve opresión torácica, mucosidad… pero ya estoy mejor. Me asusté pero puedo estar contento, va remitiendo», tranquiliza.
Desahogo en la cinta
Asegura Pablo Sánchez que «sudar encima del tapiz a 22 kilómetros por hora y no por la fiebre es el mejor síntoma de recuperación que puede haber», porque con el enfermero siempre va a convivir el atleta, hijo del mítico Paco Sánchez Vargas. Dos vocaciones que compagina desde 2016 como sus dos trabajos, «aunque no sea nada sencillo». «Ambas son una necesidad del día a día, no sabría decir cuál de las dos me hace más feliz», confiesa, aunque estos días le cueste pensar en ningún objetivo deportivo, enrolado esta temporada en el Surco Aventura y especializado en el cross que lo hizo internacional. La cinta que compró cuando empezó el confinamiento –antes de que se agotasen existencias– sí le ha servido para desahogarse al regresar de un turno: «Volvía a casa con estrés psicológico y me ponía a correr. Cuando acabo, vuelvo a tener ganas de ir a trabajar».
Aunque estos días el miedo «está presente» en los hospitales, Pablo Sánchez resalta el compañerismo. «Ponemos en riesgo nuestra salud y la de nuestras familias por hacer nuestro trabajo», justifica, aunque muchos días no ha podido «ni imaginar» las caras de sus compañeros por los trajes de protección que deben portar, apenas liberados para ir a por un café.
Sí es crítico respecto a la percepción que la sociedad está teniendo de la enfermedad. «No hemos asumido la realidad porque no se está transmitiendo la verdad. Existe desinformación y debería prestarse más atención a la comunidad científica», sostiene. «Hasta que no salga una vacuna vamos a estar jodidos, más que nada porque no importa lo que dure el estado de alarma y por ende el confinamiento; hasta que no haya cero casos en las ciudades nadie va a estar exento de contagiarse. Es complicado para la economía del país, pero a mí lo que me preocupan son las personas. No estamos viendo la magnitud del problema, los muertos. No podemos cerrar los ojos y ver cifras en vez de personas y familias», descarga.
«No me temblaba el pulso al ponerme el EPI cada día y no lo hará cuando vuelva», remarca Pablo Sánchez, cuya conciencia sólo enturbia «la gente que se ha quedado en casa y para la que ha sido tarde», junto a los padres preocupados que echa de menos y el sobrino de nueve meses que no está viendo crecer.
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