El Barça se la pega en Mónaco

Hay días que es mejor no levantarse. Que se lo digan al Barcelona, que aterrizó en Mónaco inmerso en un sueño tras el buen inicio liguero y se despertó envuelto en sudor y en mitad de una pesadilla. Y es que todo lo que pudo salir mal en el inicio de encuentro, salió mal. Flick recurrió a un once muy reconocible, con la única novedad de Eric García en el doble pivote junto a Marc Casadó, pero la apuesta se vino abajo a las primeras de cambio después de que Ter Stegen arriesgara en un pase desde atrás que Minamino le ganó a Eric García. La porfía entre los dos futbolistas terminó con el japonés en el suelo y con el improvisado centrocampista azulgrana expulsado cuando solo habían transcurrido diez minutos de encuentro.

A partir de ahí el guion ya era otro. De poco servía la idea de juego implantada por Flick desde que llegó al Barça. Los culés fueron durante varios minutos un manojo de nervios, un equipo en shock tras quedarse con diez que quedó a merced de un Mónaco que olió la sangre y preparó una avalancha.

Los culés llegaban tarde a los duelos y las ocasiones comenzaron a acumularse una detrás de otra. Ben Seghir avisó con un disparo centrado que blocó Ter Stegen y Akliouche dio la estocada a los culés después de una jugada en la que firmó un eslalon y en la que terminó definiendo abajo al primer poste, imposible para el meta germano, que todavía estaba rumiando el error en la expulsión de Eric García.

El Barça no se encontraba a sí mismo, estaba con uno menos y ahora encima estaba por detrás en el marcador. Hasta Flick perdía los nervios en la banda. Todos estaban con el agua al cuello salvo un jugador decidido a marcar una era, un niño de 17 años que se acaba de sacar la ESO y que ya lleva en sus espaldas el peso de un club centenario. Lamine Yamal recogió en mitad de la tormenta un balón en largo, un melón en el argot futbolístico, y lo convirtió en una obra de arte. Fue listo para ganar a su par la pugna aérea y ya con la pelota en los pies encaró, levantó la cabeza y disparó con la precisión de un cirujano al palo corto para acabar con la ansiedad de su equipo y allanar el camino a un Barça que se calmó gracias al talento de su nueva estrella. El Mónaco lo intentó sin fortuna antes del descanso, pero el Barça, más organizado, supo calmar las aguas y llegar con tablas al paso por vestuarios.

Tras la reanudación, el Barça estaba más entonado. Flick dispuso a sus jugadores en bloque medio, cerró los pasillos centrales y esperó al Mónaco en lugar de ir a robar la pelota. El nuevo planteamiento permitió a los culés no solo frenar la sangría, sino aguantar también el sobreesfuerzo de jugar ochenta minutos en inferioridad numérica. La mejoría de los azulgrana vino de la mano de Pedri, dubitativo en el primer acto, y sobre todo de un Marc Casadó al que, una vez más, no le pesaron las piernas en su estreno en Champions.

Era el mejor momento del Barça, pero Adolf Hutter tenía una bala en la recámara. El preparador austriaco introdujo dos puntas para probar con un juego más directo y esa variante no la supo interpretar un Flick que tardó en hacer los cambios. Un balón largo en el que Balogun dejó su posición a Ilenikhena fue suficiente para que el galo encarara a Ter Stegen y fusilara el segundo tanto del encuentro, el que servía para culminar una noche aciaga en la que se cumplió aquello de que lo que mal empieza, mal acaba. El Barça empieza con mal pie la nueva Champions y tendrá que reaccionar si quiere estar entre los ocho primeros de la fase de liga.