La ternura otoñal sube a escena
El beso, una obra del holandés Ger Thijs, conquista el teatro municipal Isabel la Católica
Andrés Molinari
Sábado, 25 de septiembre 2021, 23:40
Recién estrenado el otoño, una suave brisa va aventando de nuevo la cultura en Granada y dejando caer sobre los escenarios de nuestra ciudad unas ... pocas hojas procedentes de árboles forasteros. Bien está. A falta de un viento aguerrido y fuerte, como se merece la semana de nuestra Patrona y como sopla en otras ciudades que despabilan su Festival de Otoño, aquí impera la parsimonia, la función única y de sólo dos actores, que seguramente es más barata que el buen teatro, y la desatención a la festividad de hoy domingo, que con la ausencia de procesión podría llenarse el teatro municipal.
Sábado de teatro más entrañable que rompedor y más otoñal que explosivo. Comedia amable con parlamentos entrecortados, susurros casi inaudibles desde el anfiteatro y algún que otro enfado que sube un poco el volumen sin alcanzar el grito ni el aspaviento. Como tampoco llega nunca la carcajada al público, si acaso una levísima sonrisa más de condescendencia que de sincero agrado.
La fórmula es bien sabida y demasiado manoseada. Dos desconocidos se encuentran en otoño. No sólo el de sus vidas sino también el de su bosque cercano. El autor los va vistiendo ante nosotros con sus pasados respetivos: cónyuges, hijos, profesión, manías… para que comprendamos su presente. Y luego los va desnudando hasta incluso una mitad del sujetador de ella, para que veamos sus miedos a la muerte, sus deseos a la espera, su necesidad de amor.
Sencillez y naturaleza
En este paraíso contaminado y con preservativos usados por el césped, Adán y Eva se encuentran una vez más. La desnudez pectoral de ella es una sencilla forma de animar el tópico que nunca deja de serlo. A pesar del denuedo plausible de la directora en congeniar sencillez de tema con naturaleza como embalaje. Aunque a veces es difícil distinguir entre sencillez buscada y economía obligada. El caso es que el minimalismo ecologista campa hogaño por sus respetos, y nosotros seguimos respetamos esa poética nemoral del banco de parque en el centro de la escena y el tablón para las ocultaciones, como único decorado diseñado por Elisa Sanz. Muy en concordancia con la delicada atención a las luces por parte de Felipe Ramos, siempre perfectas. Economía que se percibe en el vestuario, de colores tan suaves como la trama, prendas sacadas del armario vintage por Sofía Nieto: gabardina para ella y tres cuartos para él que ninguno se cambia en todo el rato. Aunque al final se agradece ese guiño a la metáfora cuando ella se descalza las zapatillas de paseo y se pone los tacones rojo vivo.
Ambos actores se sienten bien en su papel, sin fuegos artificiales ni momentos para el recuerdo. Hablan que a veces se les entiende lo que dicen y se acodan bien a ese humor suave del texto, con todos los chistes blancos, salvo un par de verdes sobre el sexo y su benevolencia.
Para exorcizar el aburrimiento, que en todo momento amenaza con dormir al personal, la directora mueve a ambos con la destreza de una marionetista que alarga sus hilos invisibles y ágiles desde el banco central hasta el último rincón del escenario. También ayuda un paraguas amarillo, color maldito en teatro, unas gafas de sol en un lugar de sombrajes y esa indecisión decorativa entre ramas de árbol sin hojas y cornamenta de ciervo salpicada.
El otoño marida bien con la nostalgia, aunque para el teatro todas las estaciones deberían ser una primavera renovada.
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