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La editora Soledad Costantini y el Premio Nobel John Maxwell Coetzee, ayer en el Palacio de Carlos V. RAMÓN L. PÉREZ
Tarde de brisa y poesía con el Nobel Coetzee

Tarde de brisa y poesía con el Nobel Coetzee

El Palacio de Carlos V registró un lleno para oír al sudafricano

josé antonio muñoz

GRANADA

Viernes, 1 de junio 2018, 19:51

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. Tarde de brisa y poesía en la Alhambra. El gran protagonista, un sudafricano alto y enjuto, casi quijotesco, de mirada profunda, llamado John Maxwell Coetzee (léase Cutzía), ganador del Premio Nobel en 2003, autor de 'Siete cuentos morales' (Random House), que venía a clausurar el XVFestival Internacional de Poesía de Granada. El patio del Palacio de Carlos V se llenó con casi 500 personas que dejaron atrás las luces del ferial y la calle del infierno para penetrar en una suerte de paraíso, de Nirvana cultural, de la mano de un literato con una hondura de pensamiento que deja huella.

Coetzee, ordenado en su planteamiento, ordenado en sus pensamientos, quiso hacer partícipe al público de su 'nomos' literario. Comenzó afirmando que la creación de una obra de arte es algo doloroso. Citó a T. S. Eliot al referirse al concepto romántico de dicha creación, que predica el hecho de que cada obra de arte adquiere una vida independiente de quien la crea. «Cuando tenía quince años, mi ambición era ser poeta, estaba deseando experimentar esa vida de miseria que Eliot pronosticaba para cualquiera que se dedique a esto. Ahora, no acepto esa miseria que Eliot pronosticaba», dijo.

Coetzee practica una prosa tan desnuda de aditamentos que deja múltiples rendijas por las que la poesía se cuela de manera irremediable. Él mismo considera esta última como una forma de arte más elevada, más misteriosa que la narrativa, «porque la narrativa requiere una insistencia y disciplina que a veces es muy poco romántica».

Y tras esa cartesiana división de géneros, un vistazo a las raíces:Nabokov, Rilke... El desarraigo de Nabokov en paralelo a su propio desarraigo, la revolución del 17 frente a su salida de Sudáfrica. Y una mirada en profundidad a la vida del autor, indisociable de la tarea de escribir. En este sentido, se confesó menos crítico con Rilke que con Nabokov. Básicamente, porque mientras el ruso no deja de mirar y culpar a lo exógeno de ser el hombre que es, Rilke no discute los cambios en el imperio austrohúngaro tras la I Guerra Mundial, ya que se define en una de sus cartas como «una abeja de lo invisible». Una abeja que ve cómo la colmena, el orbe, en la que ha vivido, se transforma por mor del desplazamiento geoeconómico, gepolítico también, desde la vieja Europa hasta la naciente primera potencia mundial, los Estados Unidos de América.

Romper esquemas

Por ello, quizá, a Coetzee le ha apetecido crear un mundo literario a su medida, donde controla tanto el qué como el dónde. En este sentido, para él, publicar su nueva obra primero en español, y en Argentina, es un gesto importante. Poniéndolo en contexto, recordó su historia como escritor, un hombre joven nacido en Sudáfrica, un afrikaner matizado, que empieza a escribir en una lengua adquirida, el inglés, y que tras tener cierto éxito y algunos premios en su país, quiere dar el salto y publicar en Londres y en Nueva York.

Un escritor que convierte su obra 'Esperando a los bárbaros' en un bestseller, adquiriendo la condición de autor internacional, a caballo entre dos países, Estados Unidos y el Reino Unido, donde no es feliz, por distintas razones: porque no reconoce un país que tiene como presidente a George W. Bush, destinado casi por designio divino a gobernar al resto, o porque, afirma textualmente, que «el Reino Unido es el país menos indicado para sentirse en casa».

De ahí a perder el interés por cómo sus libros son recibidos en el mercado anglosajón y acrecentar el de cómo se perciben sus libros en el resto del mundo sólo media un paso. Y él lo da. Comienza experimentando con la traducción al holandés;luego entra en Latinoamérica a través de la editorial argentina El Hilo de Ariadna, y acaba publicando en inglés en Australia, dejando que el norte espere su turno, como ha ocurrido en 'Siete cuentos morales', su última obra.

Un libro donde el lector reencuentra a uno de sus personajes fetiche, Elizabeth Costello, tan grande que hay quien cree que es una escritora real. Un ser que crece, que se gana un hueco en su imaginario, a la que 'le sale' una hermana monja y que se acaba mudando a un pueblo de España, resistiéndose a vivir a una ciudad donde el médico esté más cerca.

Coetzee habló de dolor, de sufrimiento, del que aparece en toda su crudeza en 'El matadero de cristal', la más larga de las piezas de 'Siete cuentos morales', de la que leyó un fragmento donde los experimentos sobre el dolor en animales realizados por Descartes se convierten en una parábola sobre el sufrimiento que durante milenios nos hemos infringido los humanos sin rubor alguno. Así es Coetzee, un católico de formación, escéptico por convicción y curioso sobre un Jesús cuyo proceder se parece mucho al de 'El evangelio según San Mateo' de Pasolini, salvaje, intenso, y a la vez, frágil, muy lejos del Jesús 'institucional'. Alguien influido por el pensamiento cristiano, que dejó en el aire una pregunta inquietante, con raíces en el complejo pasado de su país y el 'appartheid': ¿Se elige a quien se odia?

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