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Juan Peregrina Martín
Jueves, 20 de julio 2023, 00:43
Me presentaré para empezar de forma educada, como mi madre me ha enseñado y mi padre recalca a menudo: «Siempre se llega antes de manera ... educada que siendo una grosera, Pepita». Y sí, esa soy yo: María José Martínez de Rianxo, de Oviedo, para servir a ustedes.
Tengo dieciséis años, el vello rubio y una picazón por el cuerpo que no se me quita ni con duchas frías: Don Mateo, cuando estamos a solas, dice que estoy en sazón. Creo que el cura está «en sazón» desde hace veinte años y no se le pasa ni cuando nos visita y mi madre, desde la cama, llama a grandes voces: «¡Padre Mateo!», y el curita, bamboleante va y vuelve y vuelve a ir y a volver y le lleva una toca, una copa de vino dorado, el periódico o a Cuqui envuelta en una mantita apestosa.
Mi hermano Diego es moreno, de ojos apagados e idiota y no tengo más que decir de él, prefiero hablar de mi abuela que cada semana me lo recuerda: lo de que trate bien a Diego precisamente por eso, porque es idiota. Pero yo no tengo muchas ganas de jugar con él, de hacer como si lo quisiera, abuela, pienso; y luego, cuando no me ven, lo empujo contra la pared y tras el choque, al llorar, lo abrazo y digo: «Eres muy tonto, Dieguito, muy tonto». Y el pobre, se abraza a mí y olvida que mañana volveré a empujarlo y pum, contra la pared, y el abrazo y lo tonto que es…
A Cuqui le apesta el aliento y el culo: es mi próximo objetivo. Está vieja la caniche y de vez en cuando le sirvo un poco del 'güisqui' que esconde mi padre en el salón, para que cuando llegue por la tarde, la perra se cague en el cura o justo cuando la deja en la cama de mi madre, que no se levanta demasiado últimamente. Una vez hice pleno: se cagó en el cura y en la cama y además vomitó. Otras veces se duerme y eso indica que la dosis ha sido excesiva.
Mi padre está indignado con el alcalde desde hace años, porque enciende millones de bombillas LED para celebrar la Navidad con la excusa de que esa luminaria atrae al turismo.
—Ni LED ni hostias, ni turismo ni nada, ese tiene un contrato con los de Endesa o Hidrocantábrico; o los de las bombillas, sin ir más lejos: seguro que le dan comisión.
En 'Internet' he encontrado quiénes están detrás de esas maquinaciones: una empresa de Gijón, en la que todas las trabajadoras y hasta las gerentes —Felisa Iruña y Valeria Hurtado— son mujeres. Se lo dije a papá y espetó:
—Esas putas feministas van a acabar con todo.
La abuela dice que mi padre se ha vuelto facha con los años, que antes votaba a Felipe. El único Felipe que conozco es el que me vende las pastillas que me ponen como una moto en la plaza de Contadores, a diez minutos de casa.
Hoy experimento en el hogar: he comprado cinco éxtasis y los he machacado bien con la cuchara sopera de papá –dorada, gigante– junto a otras ricuras que encontré por la cocina. Llevo un cóctel terroso y blanquecino para la comida familiar que tenemos porque es el cumple de mamá: don Mateo vendrá a compartir su último sermón, y se lo dedicará a mi madre, por el día que es y, además, para que el domingo se lo sepa y vaya la mujer «aprendida» a misa. Así lo dice: «aprendida»; es de Cádiz este hombre: los andaluces y sus tonterías, según dice mi padre. La abuela ha preparado una sangría. La llevo a la mesa y ups, se deslizan un gramo y medio de MDMA y un par de gramos de polvillo 'efferalganes' y 'trankimazines': era la portadora de una bomba.
Nos sentamos a la mesa, llevo un escote corazón y mi madre sirve el asado con puré de patatas; el cura elogia el aroma y mira mi escote: mi padre se sirve sangría, y sirve, generoso, a mi abuela, a mi madre, al cura, y dice que hoy, excepto a mi hermano y a mí, a todos les sirve el líquido carmesí. No me preocupa porque el 'bibe' de Diego ya va surtido: le puse agua fresquita porque a él, la temperatura del líquido le gusta mucho. Espero que se lo eche por donde él sabe cuando le dé el subidón del viaje.
Observo que el calor empieza a notarse: mi abuela suspira, mi madre gime, mi padre se seca el sudor de la frente con la servilleta y al cura se le van los ojos a mi escote y luego a la perra que ladra y se va a por su tazón, lame, vuelve a su tazón, otro lametazo, mi escote, ladra y se va: parece que la excitación se palpa en el aire. Mi padre come y se pasa el dorso de la mano por la frente y piropea a mi madre. Y de pronto le dice a mi abuela que en su época, sería una jamelga: el silencio se corta hasta que el cura afirma: «mmsí». Mi madre ríe y se lleva la mano al cuello, que le brilla como cueva llena de setas mágicas y fosfóricas. La perra va a su tazón por octava vez y Diego ríe: «jiji-jiji»; mi abuela le acaricia la mano a mi padre y lo mira con una intensidad de leona cazadora; el cura se acaba de quitar el alzacuellos y se seca con la servilleta la nuca: empapa el papel y pule la boca con una lengua empapada.
Esto no ha hecho más que empezar.
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