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Antonio Manuel Esteo Ceballos
Viernes, 28 de julio 2023, 23:29
Para hacer un relato lo primero es saber escribir y tener dos dedos de luces para desarrollar una idea. A continuación se cogen unos miles ... de letras sueltas y se meten en la primera caja de cartón que encontremos a mano, una caja con tapa que cerraremos y a la que le daremos un buen meneo a ritmo lento o frenético, según sea el contenido que queramos obtener: un relato de acción, o de aventuras, o romántico. Moveremos la caja como si de repente estuviéramos detrás de la barra de un bar de copas y nuestras letras dentro de la coctelera que un camarero agita con movimientos de enajenado.
Dos minutos son suficientes, aunque hay corrientes más puristas que afirman que con menos de diez minutos no se puede sacar nada que merezca la pena, literariamente hablando. A continuación se abre la caja y se sacan de ella las letras ya unidas (algunas mareadas), en forma de palabras. Acto seguido se hace una selección natural y se rechazan vocablos tales como 'subreptición', 'mentecacidad' o 'heterogeneidez' ('aberrantia dicti'), que han surgido del marasmo convulsivo–rítmico que le hemos proporcionado al paralelepípedo. Las palabras así seleccionadas se derraman luego sobre un número determinado de folios que ya hemos colocado de antemano en una superficie horizontal, y que más o menos se corresponden con el número de páginas que deseamos para nuestro relato.
Pero las palabras por sí mismas no saben juntarse de forma apropiada y se dejan llevar por sus impulsos primigenios (no olvidemos que están recién hechas), y a veces se dejan influir por otras palabras que las convencen para que adopten una posición determinada en la hoja de papel, de modo que hay que estimularlas con una arenga ejemplarizante del tipo siguiente:
«Palabras del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, queridas mías, sostén y prez del patrimonio cultural del país, confío en vosotras, en vuestra fuerza y sutileza, en vuestra capacidad de adición al papel, en vuestro deseo de configurar un relato que conmueva y en vuestras ganas de atrapar la atención del lector al que no conocéis pero al que estáis deseando llegar para observar de cerca sus emociones, sus gestos y reflexiones, que os harán vibrar de emoción. Os apremio a amalgamaros en un todo fecundo que inunde estas páginas en blanco, un todo que refleje vuestro poder de persuasión y vuestro atractivo. Haced valer vuestro empuje, fijaos al papel con determinación, uníos en busca de la inmortalidad».
Esto suele dar resultado ya que las palabras, enardecidas por el discurso, se abalanzan hacia el espacio en blanco, hacia los folios inmaculados, con un gesto de entrega y responsabilidad. Al principio hay un gran hervor, todo bulle y se mueve, el trasiego es incesante y las carreras en busca de la frase perfecta son innumerables, hasta que poco a poco la vorágine va amainando y deja paso al sosiego tras la colocación adecuada. Sin embargo, las palabras, como las criaturas, tienen su personalidad y sus caprichos. Tendremos que recolocar a las más díscolas, a las despistadas, a aquellas que quieren ir siempre en cabeza y no deben, a las que quieren posicionarse en mitad del folio y en negrita, para destacar, y sin embargo deberían ir en una esquina, etcétera. Sería muy prolijo resumir todas las veleidades de las palabras, sus trapacerías y jugarretas, las zancadillas por estar en el mejor párrafo. Contentar a todas es una tarea ardua que requiere paciencia y mano izquierda. Llegado el caso incluso tendremos que eliminar algunas porque finalmente no encajan en el conjunto, sin prestar atención a sus súplicas, de tal manera que el resultado final sea una buena narración, un conjunto armónico y coherente en el que todos sus elementos estén perfectamente encadenados.
La siguiente fase es quizás la más prosaica, aunque no exenta de emoción. Las palabras ya están tranquilas y en el sitio adecuado, de modo que es fácil decidir los márgenes, las sangrías, la división y el orden de los párrafos, la tipografía y el tamaño de letra, incluso las ilustraciones más adecuadas, si las hubiere.
El producto final es el relato, una hermosa mezcolanza trenzada como si fuera un encaje de bolillos de ardua resolución. No obstante, y a pesar de todos los factores a favor, si no confías en este método hay otros menos fiables, por supuesto, como aquel que preconiza que después de tener una idea rondando por nuestra mente debemos hacer una tormenta de ideas, proporcionarle un personaje principal al que debemos revestir con atributos que delineen su personalidad y su carácter, instalarlo en un escenario apropiado, encajarlo en el tiempo en el que va a transcurrir la acción y dotar a todo este conjunto de una introducción que nos sumerja en la trama, un nudo que nos deje con el aliento congelado y un desenlace en el que respiremos profundamente porque todos los problemas se han resuelto a la perfección.
Pero estos métodos tan teóricos son una maravilla que luego en la práctica se quedan en lo que cada cual pueda hacer, según el talento que la naturaleza le haya dado a cada uno.
De todas formas, si no te sale no creas que yo te lo he explicado mal, es que tú no lo has entendido, y tampoco te lo voy a repetir de nuevo, léetelo otra vez y pon algo de tu parte, y no me eches la culpa si después de perpetrar todas las fases del proceso al final te sale un churro.
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