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José Antonio Muñoz
Granada
Sábado, 12 de junio 2021, 01:07
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La primera exhibición pública de cualquier objeto, mucho más si es una obra de arte, es una buena noticia. Pero si en lugar de una, se exhiben por primera vez más de medio centenar, y de la calidad de las que integran la muestra 'La mirada del coleccionista', la noticia sube de grado. Hasta el 2 de julio, la Sala Zaida de Caja Rural Granada acoge los tesoros escondidos –hasta ahora– de la colección del doctor Carlos Ballesta, también titular de la fundación que lleva su nombre, ubicada en el Albaicín.
El gerente de esta última, el gestor cultural José Vallejo, es también el comisario de una exposición que es una auténtica joya, por varios motivos. El primero, por su propia disposición, como si fuera un ábside de una iglesia, presidido por el gran retablo tardogótico –del siglo XV, anónimo aragonés–, que recibe al visitante cuando sube la escalera. Delante, se embosca una impresionante colección de ejecutorias de hidalguía que van desde la época del rey emperador Carlos I hasta la de Carlos III.
La exposición admite múltiples lecturas: transversal, con objetos de culto o de carácter civil; cronológica, de la cerámica ática de siglo VII antes de Cristo hasta el bello torchero de hierro forjado de Gaudí, una de las joyas de la muestra. Utilitaria incluso, desde lo más solemne a lo más privado, como una colección de instrumental quirúrgico romano de entre los siglos II y IV después de Cristo –la profesión del coleccionista obliga–. Pero sobre todo, admite la lectura de la intención. Y esta es la que tiene Carlos Ballesta de compartir las muestras de su ojo clínico artístico con la ciudad que le ha ofrecido algunos de los mejores años de su vida.
Afirma José Vallejo que «el objetivo de esa muestra es ofrecer a la ciudad la posibilidad de ver, por primera vez, una selección de piezas que incluyen las más recientes adquisiciones de la Fundación». Entre estas últimas se encuentran una viga mudéjar toledana de entre los siglos XIV y XV, un capitel gótico coetáneo, una pila de agua bendita de entre los siglos XV y XVI, un grabado de la serie granadina de Hoefnagel datado en 1565 y una espectacular celosía mudéjar toledana de entre los siglos XIV y XV.
Estos son solo los extremos de un hilo de plata, el cual queda cosido a los ojos del visitante por sendas mazas procesionales del taller de Juan de Arfe –maravillosa la heráldica tallada en su base–, un tríptico anónimo castellano de entre los siglos XV y XVI admirable por la calidad de su factura, o el propio sagrario colonial –ese 'Pie pelicane'– proveniente del Perú, que sirve como imagen a la muestra.
El catálogo, bellísimo, se estructura en siete capítulos: Alta Época, Ejecutorias de Hidalguía –probable objeto de una exposición futura–, Hispanoamérica Colonial, Precolombino, Art Nouveau, Arqueología y Nuevas Adquisiciones. Cada pieza tiene su encanto: desde el arcángel que cambia su espada por un arcabuz hasta ese baúl veneciano digno del mismísimo Casanova. Es la mirada de un coleccionista único que se derrama sobre una ciudad.
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