Sin remedio
Ángel Correa Torres
Martes, 16 de agosto 2022, 23:50
–Señor, tendríamos que hablar. Me han llegado unos rumores.
–¿Otra vez? Agotáis mi bendita paciencia.
–Lo sé, lo sé y perdóneme. Usted ... bien sabe que no tenemos alternativa. Resulta que algo aciertan, nuestros algoritmos, por encima del nivel de azar.
–¿Azar? ¡Azahar os daría yo a todos! Y mira, en cambio, a lo que me abocáis: a lluvias desbocadas y ciclogénesis explosivas con truenos y tormentas de barro. ¡Sinremedio! Eso es lo que sois.
–Entonces, ¿son acertados nuestros modelos? ¿Son ciertos los rumores de que de esta no nos libramos?
–Si tú y el resto y todos vuestros algoritmos ya lo sabéis todo, ¿para qué me haces bajar otra vez de la montaña? No pierdas más tiempo. Preparaos.
–Espere, ¿no se podría intentar negociar?
–Nada tenemos que negociar.
–No sé, si tal vez cabiera la posibilidad
–Cupiera.
–Si cupiera la posibilidad de repartir un poco más equitativamente los daños. ¿Distribuir la cosa por otros sitios, quizá? Nosotros, aquí, entre lo de Filomena, la pandemia, luego el volcán, la calima, la sequía, los incendios, la viruela del mono, y para colmo el follón de Ucrania y los carburantes... Es que no damos abasto.
–Señales.
–¿Perdón?
–¡Señales! ¡No me canso de enviároslas! Y ¿para qué? Para que sigáis jugando al hereje con vuestras ciencias adivinatorias de pacotilla y no dejéis de miraros el ombligo mientras os creéis tan divinos que ¡no me hacéis ni puñetero caso!
–Lo sé. Lo sé y perdóneme, que estoy más que arrepentido. Créame que yo lo intento pero nadie me hace caso. Ni me escuchan. ¡Son tantos! Y 'ca' uno es 'ca' uno. Bien sabe usted que por aquí abajo las cosas no están como para andar aburriéndoles con preceptos ni moralinas, que aquí cada cual hace y cree lo que le sale de los santos co... Total, que yo solo no puedo. No puedo convencerlos a todos. Ni a todos ni a nadie.
–Déjate de excusas y ponte a trabajar. Madera, madera, mucha vas a necesitar.
–Eso no es problema. El problema ya sabe cuál es. No se le habrá olvidado la que se lio la otra vez: juntar a todas esas especies incompatibles entre sí, y tantos días allí dentro confinados. Eso fue lo peor, la olor.
–El olor. Excusas, más que excusas. Aprovecha este preciado tiempo, trabaja. Ya te advierto: este diluvio va en serio.
–Bueno, pues hasta aquí hemos llegado. Que conste que lo he intentado por la vía amistosa pero nada, que no me dejas elección.
– No me digas que otra vez...
–Me temo que sí.
–Pero ¿por qué? ¿Acaso te parece justo?
–Señor, justo no sé, pero sí necesario. Es la voluntad de mi pueblo, la mayoría. Ya sabes, democracia; se inventó mucho antes de que tú nacieras.
–Qué estupidez. Y de qué me sorprendo. En fin. Pues ya os aviso a ti y a tu democracia de que no pienso volver. Ni al tercer día ni al otro, ya me lo pidáis fincados de hinojos, ya me saquéis a hombros el Domingo de Resurrección. En serio, piénsalo bien antes de hacer lo que piensas hacer con ese martillo.
–Perdóname por lo que voy a hacer porque lo voy a hacer, y porque no sé lo que hago, pero sé que lo tengo que hacer.
–¿Que te perdone? ¿Que no sabes lo que haces? ¡Por los clavos de Cristo! Ahogados mereceréis finar.
–No será el caso, gracias a nuestro gran paraguas atmosférico.
–¿Te refieres a ese plástico que habéis montado desde Alaska a...? Seréis necios.
–Por favor, te ruego que no lo hagas más difícil. Calla y sube.
–Si es eso lo que queréis... Poco habéis aprendido en este par de milenios.
–Que no nos podemos fiar de nadie, eso hemos aprendido. Ni siquiera del loco de Nietzsche.
–Ah, Nietzsche.
–Nos engañó.
–Permíteme que me ría. No contentos con matar al Dios equivocado, jugáis a serlo, a ser uno que miente y se engaña, que pretende construir pero destruye y menosprecia el mundo que os da pan y cobijo. ¿Sabes? Sospecho que no habéis comprendido nada, ni de sus metáforas ni del sentido de la tierra, y dudo si algún día lograréis hacerlo.
–Oiga, déjese de filosofadas y no me sea tan insurrecto. Por el amor de Dios, que te subas ya y sin rechistar.
–Un respeto, oye, y sin empujar. Habrase visto, lo que os alteráis cuando llegamos a esto de los clavos.
–No es para menos; pero entienda que lo hago por el bien de la comunidad. Póngase en mi lugar, le aseguro que esto me duele más a mí que a usted.
–¿Sabes qué te digo? Que he cambiado de opinión. Me voy. Y tranquilo, que no habrá más diluvios. Puedes ir en paz.
–Hombre, pues me hace un gran favor.
–Anda con Dios.
Tras decir esto se marchó, bailando, bajo el sol ardiente y fuerte del mediodía.
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