

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
María Campra Peláez
Miércoles, 16 de agosto 2023, 23:51
Sonreí al ver su mensaje entrar en mi teléfono, aunque no lo abrí enseguida; me encantaba tomarme mi tiempo para leer aquellas palabras que sabía ... que me volverían loca de nuevo. En vez de eso, conseguí centrarme en la pantalla del ordenador que tenía delante con multitud de trabajo atrasado.
Horas más tarde, en el silencio de mi estudio de una sola habitación con una barra que hacía la función de cocina, contesté al milésimo mensaje de ese día. No hablábamos de nada en concreto, él me contaba el último libro que estaba leyendo, algo de un puerto escondido, y me decía que yo era el suyo.
La primera vez que contactamos hacía ya más de un año. Fue en uno de esos cursos 'on line' sobre escritura creativa. Yo comenté uno de sus escritos que me dejaron con mal sabor de boca varios días, un relato sobre asesinatos brutales de niños. Hasta que no me pude resistir y le escribí.
Empezamos una relación a media distancia. Hemos hablado desde entonces de todas las cosas que habla una pareja, pero sin verse en persona y, por supuesto, sin tener ningún contacto físico. Incluso nos hemos contado aquellas veces que hemos salido y hemos traído a alguien a casa. A veces me he sentido celosa porque una preciosa rubia hubiera probado todo lo que yo aún no me he atrevido.
Ninguno de los dos ha dicho de verse en persona, ni siquiera cuando pasó el año de conocernos y me insinuó que la mejor forma de celebrarlo era estar en el mismo sitio, aunque sin vernos. ¿Cómo era eso posible? Los dos teníamos muchas fotos del otro en nuestro terminal. Y no sé él, pero yo me conocía cada pliegue de su cara y cada centímetro de la piel que él tan generoso había compartido conmigo.
Seguimos hablando durante unos meses más, hasta que una tarde, con unas cuantas cervezas, un ventilador apuntándome a la cara y unas gotas de sudor recorriendo mi espalda, decidí dar el paso.
–¿Qué te parece quitarnos este calor a lametazos?
Al otro lado del teléfono vi durante un rato el famoso «Escribiendo…». Unos eternos segundos en los que pensé borrar mi mensaje, escribir que era una tontería, o incluso sugerir que era una broma. Pero llegó.
–Sé dónde vives, en media hora estoy allí.
¿Sabe mi dirección? ¿En serio? Parece que él ha hecho los deberes mejor que yo. Eché un vistazo a mi alrededor: bueno, la habitación no estaba peor que otras veces que se la había enseñado a través de un vídeo. Aun así, me levanté y me puse a recoger, más por decoro que por vergüenza, todo hay que decirlo.
Media hora después estaba sentada con el estómago agarrado y con otra cerveza en la mano. No me había cambiado, seguía con una camiseta de tirantes extra larga, harta de vivir. Miré el móvil: nada, su última conexión, cuando me había escrito. Un minuto, dos, quince más… Y el timbre de mi puerta sonó.
Me asustó porque esperaba que sonara primero abajo, pero siguió sorprendiéndome. Me asomé a la mirilla y levantó un paquete de seis botellines de nuestra cerveza favorita. Respiré hondo y abrí.
–Hola.
–Hola.
Nos miramos sin movernos.
–Mete las cervezas en el frigo, que se van a calentar, en tu pasillo hace mucho calor.
Me reí.
–Pasa.
Y pasó, vaya que si pasó. Lo hizo decidido, sin vacilar, sin quitarme los ojos de encima mientras yo metía las cervezas en el congelador. Ya estaban calientes. Me di la vuelta y ahí lo tenía, su cuerpo pegado al mío. Y su cara a escasos centímetros de la mía.
–Creo que voy a besarte –su voz sonó gutural, en un susurro, como primitiva.
No lo dejé intentarlo, lo hice yo, y por primera vez pude probar su sabor. Todo a cámara lenta, quería saborear aquel momento después de tanto tiempo esperando. Así que, cuando su respiración se volvió más profunda, yo abrí los ojos y miré su cuerpo desnudo sobre mis sábanas de oferta. Podía esperar, tenía paciencia para hacerlo. Y él no era malo, de hecho, era el puto amo en la cama. Pero sabía que era mi destino, el suyo y el de todos.
Vi cómo se empezaba a despertar en esos pequeños detalles, un movimiento sutil de sus ojos bajo los párpados mientras mi mano se iba hacia mi pelo y soltaba el moño hecho con el pin del pelo de bronce que me había regalado mi abuela. En un segundo estaba clavado en su cuello mientras su sorpresa se dibujaba en sus pupilas fijas en las mías, y su mano se dirigía a la horquilla mientras la sangre borboteaba y lo impregnaba todo.
Últimas miradas y últimos mensajes.
–No he podido ir, me ha surgido un imprevisto.
–No pasa nada, hemos esperado más de un año. Podemos esperar más. Te quiere, tu mantis.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Tres días de desfiles de Moda Norte en Santander
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.