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María Hita Villegas
Jueves, 10 de agosto 2023, 10:17
Le apunté a su cabeza y disparé, fue rápido, indoloro y eficaz, No disfruté, pero tampoco me arrepentí, en ningún momento. Mi objetivo era más ... fuerte que cualquier obstáculo, acabar con la guerra, a cualquier precio. Creo firmemente en un dicho: muerto el perro, acaba la rabia. No sé si con esto mis actos quedan justificados o no, y, francamente, no me importa. Aquel hombre, muerto bajo mis pies, al que llamaban Adolf Hitler, yacía todavía con los ojos abiertos. Aquella no era mi época, no era mi historia, y, sin embargo, tenía que hacerla mía, antes de que él la hiciera suya. Todavía yacían sus pinturas sobre aquellos lienzos, su solicitud de admisión en la universidad de Bellas Artes de Viena aún no había sido enviada. No podía descansar, mi lucha aún no cesaba. Mis pupilas ardían de sed de venganza. Quién soy yo, en mi verdadero presente, no tiene importancia; tan solo llamadme pupila negra. El gas provocó mi ceguera, pero no mi muerte. Entonces comenzaron las visiones y, una de ellas, me llevó a 34 años antes, exactamente a 1907. Considerad lo que queráis, pero mis ojos negros os han librado de vuestro sangriento destino.
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