

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
José Martínez Lacasa
Viernes, 18 de agosto 2023, 00:45
De siempre le había gustado pasear por las calles antiguas y estrechas del casco viejo. Las grandes casonas de la pequeña ciudad de provincias con ... sus pórticos blasonados, aquellas iglesias recoletas, las calles enjutas, sombreadas, enroscadas en sí mismas como culebras al sol eran un gozo para los sentidos.
El momento preferido para esos paseos era a primera hora de la tarde cuando todo el mundo sestea y las calles se adornan de silencio y quietud.
Y los mejores días, los del otoño, aún cálidos a esa hora, con el sol estirando las sombras y las hojas de los árboles compitiendo con los tonos rojizos de los tejados y los pardos de la piedra de las antiguas casas solariegas.
Aquellos tranquilos paseos eran un bálsamo para calmar sus nervios, siempre tensos como cuerdas de violín, que justamente era lo que le había recomendado el médico. Tranquilidad, mucha tranquilidad y evitar cualquier sobresalto.
Al desembocar en la pequeña plazuela quedó admirado, como siempre le ocurría. La fachada del antiguo palacete al frente, en la que destacaba la torre cuadrangular con la puerta y la balconada presidiendo majestuosa; a la derecha, la tapia del convento tras la que sobresalían los estirados cipreses que proporcionaban un toque de efímera tristeza al conjunto, y a la izquierda y a su espalda, antiguas casas de dos plantas con ventanas de madera que siempre estaban cerradas. Todo el suelo de la plaza, empedrado con adoquines rectangulares que el tiempo e infinitas pisadas habían pulido, y al centro, sobre suelo de tierra apisonada, una pequeña fuente y un árbol que daba sombra al solitario banco.
Todos los días permanecía sentado en ese mismo banco durante varios minutos, disfrutando de la sombra que proporcionaba el árbol, contemplando la fuente, arrullado por el sonido monocorde del agua al caer. A veces el tiempo se le pasaba sin sentir, abstraído con sus pensamientos.
Pero ese día todo iba a ser diferente. Cuando más inmerso estaba en no sabía qué, un contenedor de basuras en el que nunca había reparado empezó a arder sin causa aparente. Rápido de reflejos, iba a marcar el 112 cuando se percató de un hecho insólito: el contenedor ardía con una llama siempre igual que ni crecía ni se consumía, es como si el fuego abrazase el contenedor pero sin afectarle. No se veía el plástico retorcido a causa del calor, ni salía ese desagradable humo negro y pestilente característico de la quema de basuras. Allí estaba el contenedor, ardiendo con una llama viva pero, por lo demás, en perfecto estado.
En estas elucubraciones estaba, tratando de encontrar una explicación a tan insólito hecho, cuando una voz profunda, sobrenatural que procedía del fuego, cortó sus pensamientos:
—Hijo mío, hace tiempo que te vengo observando y te he elegido a ti para que lleves mi mensaje a los hombres.
Miró hacia todos lados un poco asustado, todo hay que decirlo; pensó que quizás había una cámara oculta de esas que salen luego en la tele y que podía tratarse de una broma, pero no vio nada fuera de lo normal.
–¿Es a mí?
–Naturalmente. ¿Ves a alguien más por aquí?
–¿Y qué dice que tengo que hacer?
–Llevar mi mensaje a los hombres.
Aquella escena le resultaba familiar. ¿Dónde había visto algo así?
En su cerebro se abrió paso la voz dogmática del padre Jacinto relatando en clase de Religión el pasaje de Moisés y la zarza ardiente. Sólo que ahora lo que ardía era un contenedor de basura. Y no estaba en mitad del monte. No era lo mismo. Además, de eso ya hacía mucho tiempo.
Titubeó un poco.
–¿Eres Dios?, se atrevió a preguntar.
–Lo soy.
–¡Ah! Pues lo que usted diga. Yo estoy aquí para lo que mande.
–Debes decirle a los hombres que estoy muy enfadado con ellos. Cabreado, para ser más exacto. Yo creé al Hombre para ser el rey del Universo y no su asesino. Lo están destrozando todo. Y no solo eso. Como consigan salir de aquí y vayan a otros planetas, son capaces de cargarse el Universo entero. Y eso sí que no. No estoy dispuesto a consentirlo. ¡De ninguna de las maneras!
Se le notaba enfadado.
–Y, ¿qué tengo que hacer yo?
–Tú les llevarás mi mensaje. Les dirás de mi parte que, o cambian y cuidan lo que les he dado, la tierra, los mares, los bosques, la flora y la fauna, etc., o el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Ya está.
–¿Y quiere que yo les diga eso?
–Sí.
–Ya.
–¿Qué pasa?, ¿titubeas?, ¿tienes miedo acaso?, ¿rechazas mi mandato? –tronó la voz.
–¡No, no, no! De ninguna manera.
–Entonces, ¿a qué viene ese titubeo?
–Mire, yo hago lo que usted quiera, pero si me permite una observación...
–¡Habla!
–Verá. A mí no me va a hacer caso nadie. Yo soy un mindundi, un donnadie, un cualquiera que no pinto nada. Si a los que saben no les hacen caso, y los que pueden solo se dedican a ganar cuanto más dinero mejor, sin importarles un pito el planeta y sus problemas, lo que yo diga se lo van a pasar por el arco del triunfo, con perdón. Yo, si estuviera en su lugar, lo que haría es directamente adelantar lo del fin del mundo. Esto, se lo digo yo, no tiene solución.
–¿Tú crees?
–Lo que yo le diga.
La voz se calló y el contenedor dejó de arder poco a poco. Todo volvió a la normalidad.
Sonrió para sus adentros. Esta vez le había ganado la partida a las voces. Había hecho caso al psicólogo y les había seguido la corriente.
Estaba satisfecho.
Pero, cuando de repente las nubes se cerraron, la tierra empezó a temblar y salieron llamaradas del suelo, pensó que, a lo mejor, solo a lo mejor, no había sido tan buena idea.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Tres días de desfiles de Moda Norte en Santander
El Diario Montañés
Terelu repetirá en el Zorrilla tras aplaudir el público en pie su debut en el teatro
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.