El poder de la atracción
Juan de Dios Valverde Gómez
Domingo, 10 de agosto 2025, 23:59
-No puede ser.
–Esto es inaudito.
–Yo diría más bien que es increíble...
Los ocho científicos que debatían sobre el reciente descubrimiento ... de un enorme exoplaneta gaseoso, al estilo de Saturno, orbitando en torno a una estrella roja enana, no daban crédito al hallazgo. Todas las sesudas teorías que hasta la fecha negaban esa posibilidad habían saltado por los aires tras analizar los datos recogidos por el telescopio James Webb de la NASA.
–¿No habrá algún error? –preguntó desconfiado uno de aquellos eruditos, con incontables publicaciones sobre astronomía a sus espaldas.
–Los parámetros son incontestables –le respondió el jefe de aquel homogéneo grupo ataviado con batas blancas y gafas redondas. Solo uno de ellos, el menos viejo y más orondo, rompía un tanto la ortodoxia del desconcertado colectivo. El científico de menor edad perseveró en exponer sus dudas.
–También eran irrefutables todos los indicadores que manejábamos hasta ahora, y que apuntaban que era imposible que de una estrella diminuta pudiera surgir un planeta de un diámetro mucho mayor.
–Las teorías son eso –insistió el jefe del grupo de astrónomos–, elucubraciones basadas en datos que, si cambian, modifican toda la hipótesis. Está claro que lo que sabíamos hasta hoy no era tan sólido como pensábamos. Habrá que reinterpretar nuevamente esos postulados…
El dubitativo astrónomo observó los rostros severos de sus compañeros y optó por silenciar su disconformidad. En el fondo, la aparición de ese díscolo planeta suponía casi un triunfo para su forma de pensar. Personalmente se encontraba cómodo en el entorno cada vez más voluble en el que se desenvolvía su existencia. Al fin y al cabo, ese también era el camino recorrido por el ser humano y sus grandes pensadores hasta llegar a la actualidad: desde los presocráticos hasta los existencialistas habían intentado entender un universo que muchas veces parecía no tener sentido y se contradecía.
Su posicionamiento no sólo se circunscribía al ámbito de la investigación y el conocimiento. La sociedad, y el mundo en el que vivía, daban cada vez más síntomas de irse al garete, y a nadie parecía importarle demasiado. Los principios científicos y, sobre todo, las relaciones personales y entre países en las que durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX se había asentado la convivencia, estaban ahora en entredicho, y a veces daba la impresión de que la mentira, la incoherencia y la falta de ética y moral eran ahora la verdadera moneda internacional de cambio.
Siempre había pensado que dado que el cosmos era cambiante, también debería serlo la interpretación que le damos. A diferencia de muchos de sus colegas, que disfrutaban de vidas más o menos rutinarias y estables, y que anhelaban una realidad basada en elementos firmes, sólidos e inamovibles, como si fueran apóstoles de Parménides, él se hallaba en las antípodas, se había casado en varias ocasiones y en su estado de WhatsApp tenía fijado el aforismo «Todo cambia, nada permanece», de Heráclito.
La música de Guns N'Roses que tenía como tono del móvil lo sacó de su momentáneo ensimismamiento. El corpulento científico sacó de su bata el celular, interrumpió como pudo la estruendosa sintonía y dirigió una mirada culpable e implorante a sus incómodos colegas, pero hasta que su jefe, con un gesto adusto y un golpe de mano, no le dio el beneplácito para dejar temporalmente el grupo, no abandonó la sala.
Moviendo sus más de cien kilos con una agilidad que desde fuera era poco predecible, Michael Estévez se desplazó hasta su mesa para devolver la llamada. Mientras se sentaba, observó la foto que presidía su cotidiano espacio de trabajo. La instantánea estaba tomada en una playa caribeña donde recientemente había disfrutado de la luna de miel junto a Juanita, su cuarta esposa. La imagen reflejaba su voluminoso cuerpo orbitando en torno a su menuda pareja, que pese a su aparente fragilidad ejercía un poder casi omnímodo sobre él.
Cuando escuchó la voz aflautada de su mujer dictándole todos los encargos que debía llevar a cabo antes de regresar a su casa, dejó de prestarle atención por un instante y comenzó a teorizar divertido sobre lo curiosa e imprevisible que es la naturaleza, y lo complejo que resulta explicar el poder de atracción que existe entre los cuerpos humanos... y también los celestes.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión