Un perro llamado Cristian
Jean Louise Sanders
Domingo, 14 de agosto 2022, 23:25
«Señora, los perros no pueden viajar en el bus urbano». La mirada del conductor y su gesto imparcial recibieron a cambio una actitud desafiante ... de Marga. El autobús iba medio vacío, su perrito no iba a molestar a nadie, y ella era una ciudadana y contribuyente con derechos como todo el mundo. Pero Marga se calló, dio la vuelta, y pisó nuevamente la Gran Vía. En realidad, el problema principal era que llevaba tacones, y en segundo lugar, que había quedado con su cuñada, que quería enseñarle cómo quedaban sus nuevos muebles de salón.
Marga llamó para avisarla que llegaría media hora tarde, y se dispuso a andar. Llevaba a Cristian en un gran bolso de tela. El perrito asomó su cabeza parda y miraba alrededor, a los transeúntes, los escaparates, los coches y autobuses. Pararon a ver la moda de verano según Cortefiel. Todavía quedaba un buen paseo, hasta Recogidas, y empezaba a hacer calor. Haría más fresco por la calle Zacatín. Y a Cristian le gustaban mucho los músicos callejeros. También el olor de los churros por la Plaza de Bibarrambla.
Cerca del viejo cine Aliatar, entre la muchedumbre, había un enorme ratón Mickey que no convencía nada, más algunos individuos con carpetas que estudiaban las caras de todos. Un hombre se plantó frente a Marga. «Señora, ¿tiene un momento?». La respuesta fue «No», y tan rotundo que por un momento Cristian dudaba si enseñarle los dientes al tipo. A veces se le mezclaban en la cabeza el instinto y cierto sentido común. Su boca no llegaba para morder el tobillo de un adulto, por ejemplo, y jamás haría daño a un crío, pero un dedo sucio o molesto tocando el brazo de su ama, eso era otra cosa.
Ya llegaban al piso de la cuñada, un lugar algo familiar para Cristian. Antes había vivido un gato enorme en ese piso. Ya no. Podía salir del bolso y caminar sobre el suelo de mármol, explorando los rincones, o tumbarse bajo una cama.
Marga se había quitado las sandalias de tacón y le pidió a su cuñada una palangana de agua para refrescar los pies. Las dos mujeres se sentaron en el salón, tomando café y pasteles mientras charlaban sobre los muebles y otras novedades. Cristian tenía mucha sed y se atrevió a beber agua de la palangana. Las mujeres ni se dieron cuenta.
Para volver a casa, claramente mejor coger un taxi en Puerta Real. En el semáforo se cruzaron un peatón y una moto, ambos con prisa, se oyó un chirrido de ruedas, y luego otros sonidos –de chapa rota– y un grito de dolor. «¡Madre mía! ¿Se ha hecho daño? ¡Hay que llamar a una ambulancia!», gritó Marga. Las personas en la acera se habían quedado como estatuas. Nadie quería perderse la escena, o la emoción que provocaba.
Primero llegó la policía. La asistencia médica tardaba. Cristian vio por fin su oportunidad para hacer de héroe a su medida. Dio un salto desde el bolso hasta la calle, donde ya no había tráfico, se acercó al joven tirado en el suelo, y empezó a lamerle la mano.
Los dedos respondieron, moviéndose levemente. Llegó la ambulancia. Se llevaron al accidentado en camilla. Y el policía, atento, se agachó para recoger en brazos al chihuahua y preguntar a quién pertenecía.
Al día siguiente salió la foto en IDEAL': Marga con Cristian en sus brazos, ella llorando como una magdalena, él mirando fijamente a la cámara.
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