A pequeñas ambiciones, grandes resultados

Cinco actores y once puertas mantienen el humor y la poesía durante más de una hora, sin necesidad de sonetos antiguos ni parloteos hueros, sólo con el gesto y la sintaxis del cuerpo, que hablan mucho más y casi mejor que las faringes y los labios. Aquel cine mudo, al que tanto debe el sonoro y no digamos los videojuegos, se alía con el absurdo, los recursos del payaso clásico y la poética de intento siempre fracasado, como el coyote inseparable del correcaminos.

Un acierto el del Alhambra, éste de ofrecer un espectáculo jocundo y plagado de ternura el día del Docente, dentro del Ciclo Didáctico para Escolares, la única preocupación estable de nuestra ciudad por los espectadores del futuro.

Ribera dibuja un país con puertas en vez de puertos. Por el sofá limita con amagos de danza contemporánea, por la escalera con el circo sin jaulas, por el tenedor con el camarote de los Marx y por el paraguas como remo y la lluvia ferretera con el absurdo mejor mimado.

Tal vez le falte algo más de aprieto en su argumento general, de cadeneta que enhebre y pespuntee tantas escenas sueltas, entre las que, por suerte, abundan más las hilarantes que las de mero relleno. Los cinco actores están repletos de gracia, usan las once puertas como compañeras de reparto, se alían lo justo con niños y mayores en el patio de butacas y saben ministrar sus caídas, golpes y torpezas con la mesura de los grandes clowns.

Llaman a la puerta. ¿Quién será a estas horas? El teatro sencillo y donoso. Entonces, ¡que pase!