Penumbras al sol
José Ignacio Lapido y Raúl Bernal clausuran el ciclo Momentos Alhambra
Juan Jesús García
Sábado, 29 de mayo 2021
Al mediodía de ayer, y bajo un sol de injusticia, José Ignacio García y Raúl Bernal clausuraron el ciclo primaveral Momentos Alhambra, que en las ... últimas semanas ha traído a diversos entornos monumentales también a Amparanoia, Arco y Soleá Morente. El frenazo que ha supuesto la pandemia en la nueva resurrección de 091, ha liberado fechas para recuperar a Lapido y su brillantísimo repertorio, que parecía aparcado sin fecha de regreso. Estando así las cosas, el lleno estaba asegurado, e incluso las entradas sipuestas a última hora se vendieron en muy pocos minutos.
José Ignacio y Raúl Bernal ya se presentaron emparejados el año pasado en la plaza de toros. Ambos son almas gemelas, poetas y músicos, comparten similares mundos inspiradores y su compenetración es absoluta, sin siquiera mirarse. «La vida no ha sido fácil para ninguno de nosotros», dijo Lapido al arrancar, «por eso es un motivo de alegría volver a estar juntos» continuó. Y eso que su cancionero no es precisamente la de la huerta.
A cuatro manos esas canciones se redimensionan completamente y adquieren una cercanía, de club, muy distinta a la habitual con toda la banda. Proximidad confiable que juega a favor de la hondura existencial de sus imágenes, que en la soledad de las aisladas sillas se conjugan aún más en primera persona interior. Penumbra emocional que ni siquiera se ilumina bajo el ahogo de las tórridas radiaciones ultravioletas. ¡Hasta el artista tuvo que parar para ponerse protección solar!
Tostadero que no arredró a los seguidores de Lapido, que si algo son es una hermandad de fidelidad militante y fervor a prueba de termómetro en rojo. Incondicionales, casi juramentados, a los que sus canciones les hacen vibrar en lo más profundo de su ser. Y eso engancha. Es una adicción.
Presentación minimalista
Con esta presentación minimalista, José Ignacio suena más dylaniano que nunca, apoyándose de cuerpo entero en los teclados de Bernal, que goza de espacio por delante para ambientar, decorar, y completar los acordes de su socio en jefe. Sea con un brincante pianismo stride que ni Fats Waller, el retro futurismo del eléctrico a lo Doors, y la sutuosa solemnidad litúrgica del órgano, con el bubujeante Leslie girando embalado. Puro feeling.
Así piezas como No hay vuelta atrás parece criada en Nueva Orleans, o el Espejismo nº8 sonó como si el arreglista fuese Ray Manzarek. No faltaron algunas de las obligatorias: Ladridos del perro mágico, El carrusel abandonado, Escala de grises, Nadie besa al perdedor o En el ángulo muerto, piezas que han modelado su personalidad poética adulta. Y dedicó Lo que llega y se nos va «a los que han sufrido pérdidas en estos tiempos». La antesala del dolor puso punto final a este reencuentro, con unas canciones –en su caso el término resulta muy estrecho- y también con muchas personas que casi solo se ven cuando Lapido los reclama. «Dile adiós a la tristeza, el techo está lleno de estrellas, es la antesala del dolor…», ¡de insolación!
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