Pasatiempo
Cheyé Álvarez Rodríguez
Miércoles, 7 de agosto 2024, 23:42
Era sábado por la mañana. Aún adormilado, se ajustó la bata y avanzó hacia la puerta, buscando la entrega diaria de prensa. Apartó con la ... punta de la zapatilla los folletos e impresos de publicidad y, doblando las rodillas, se agachó hacia el periódico, dejando el resto esparcido por el suelo.
Era el mejor momento de la semana, los niños y su mujer salían y él aprovechaba toda la mañana para relajarse, desayunar con calma, poner buena música y leer la prensa a sus anchas. ¡Cómo disfrutaba de esas mañanas!
Ella le había dejado una nota sobre la mesa: «Hay café caliente, el zumo está en el frigo y queda algo de fruta». Así que allí estaba él, silbando mientras el pan acababa de dorarse y colocándolo todo en la camarera. «Hay que ver qué cómodos son estos chismes, y qué bien pensados están».
Orientó el sillón anatómico, colocó el carrito a un lado y acercó la mesita auxiliar. Miró a su alrededor alargando los brazos para ver si todo lo que le rodeaba permanecía a su alcance. «A ver: gafas, mando a distancia... Lo tengo todo, ¡Ya no me muevo más!».
Al recostarse, el contacto con el cuero dejó escapar un gemido agudo. Este era sin duda su rato favorito. Sonrió feliz.
Desdobló el periódico y buscó en las páginas centrales. Allí estaba. La revista semanal se deslizó, brillante y colorida, hacia su regazo, frenando sobre la felpa de la bata, como queriendo escapar de una envoltura incómoda e inadecuada. Pensó que sería más prudente empezar por algo más ligerito, hay ciertas horas en que la actualidad diaria puede ser demoledora. Desechó el periódico apartándolo de su campo de visión, reservándolo para más tarde, cuando estuviera un poco más despierto, más «receptivo», como solía bromear. Y comenzó a hojear.
El sumario adelantaba temas de sobra conocidos, prensa rosa, algún análisis de actualidad y consejos para una vida sana, ecológica y políticamente correcta.
Con un primer vistazo superficial ya resaltaba que la mitad de los contenidos resultaban ser anuncios, más o menos evidentes, pero con un notable interés comercial. «Curioso –pensó, alguien debería analizar este fenómeno».
Pasó de largo las cartas al director, los consejos de belleza y el inevitable coleccionable de Internet.
Le gustaban los artículos de los colaboradores habituales. Envidiaba esa libertad de expresar su opinión y admiraba su capacidad de resumir lo que querían decir en un espacio concreto, el mismo cada semana, hasta el punto de contar y comparar el número de líneas que utilizaban en cada entrega.
«Algún día tengo que escribir a uno de estos tíos, son cojonudos».
Siguió pasando páginas, moda, guía del ocio, los cien mejores regalos para estas fiestas... Había llegado casi al final cuando apareció ante sus ojos el test semanal:
«¿ES USTED FELIZ?»
Tanteó buscando algún medio con el que escribir sin apartar la vista de las preguntas, leyendo rápidamente para tener una idea general de a qué se iba a enfrentar en los próximos minutos.
Estaba tan excitado que tardó un momento en darse cuenta de que la manga de su bata había ido a parar justamente dentro de la taza, y que la tela chorreaba café sobre el brazo del sillón y sobre la propia revista.
«Mierda».
Aprovechó el viaje a la cesta de ropa sucia para tomar prestado un lápiz que rodaba por el suelo.
Al volver al sillón unos redondelitos color caramelo decoraban el brazo. Suspiró, apretó el lápiz y comenzó a leer.
Eran las típicas preguntas sobre el trabajo, la vida afectiva y qué tipo de reacciones tienes ante determinados sucesos de tu entorno. Expresadas en un lenguaje muy claro, accesible para cualquier lector, y planteadas en busca de una respuesta rápida, no necesariamente reflexiva.
Cuando hubo terminado sumó los puntos y buscó la plantilla con las puntuaciones que otorgaban las respuestas elegidas.
«ENTRE 30 Y 45 PUNTOS: Enhorabuena, ha conseguido usted realizarse en la vida. Destila felicidad y seguridad en sí mismo, es una persona plena y eso se refleja a su alrededor, contagiando esa buena estrella y haciendo dichosos a los que le rodean. Disfrute de esa armonía y comparta su buena suerte».
Cerró la revista lentamente, con la mirada clavada al frente, donde permaneció un momento, y lloró, descubriéndose profunda y desesperadamente desgraciado.
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