Delicias japonesas y minimalismo a cuatro manos
Atsuko Takano y Pablo Márquez ponen la guinda a la Academia Internacional de Órgano
andrés molinari
Granada
Lunes, 14 de septiembre 2020, 00:32
Con la mañana de domingo algo nubosa, el auditorio Manuel de Falla a media luz y la asistencia mucho más mermada de lo esperado, dos ... concertistas de valía y un recitador escribieron la última nota, con calderón, de la decimonovena Academia Internacional de Órgano de Granada. Una pena, porque el concierto fue de los esperados, sobre todo por esa rareza de escuchar el órgano a cuatro manos. Bueno, y también a cuatro pies, ya que este instrumento, más que los pedales del arpa o del piano, se toca con las cuatro extremidades del cuerpo. Aunque, como siempre, lo que de verdad importa es que se perciba el tañer de la inteligencia y del corazón.
A pesar de que el órgano del Auditorio no es, ni por asomo, de los mejores de Granada, es el único laico y uno de los primeros españoles en sala de conciertos de finales del siglo XX. Su sonido es muy metálico y su balanceo sonoro no está equilibrado con la sala que lo acoge, careciendo en absoluto de reverberación lo que afea los finales de las obras interpretadas con una brusquedad nada elegante. No obstante en la fantasía de Hesse sonó pleno de trompetería tratando de exorcizar las mencionadas carencias con unos silencios muy teatrales por parte de Atsuku y Pablo. Más minimalista fue el preludio del francés Vierne, con sus irisaciones acuosas y su delicadeza rayana en preciosidad. Eran tiempos del art decó y eso se nota hasta en las corcheas. Pero la curiosidad estaba por llegar y fue nada menos que la quinta de Beethoven, sólo su primer movimiento, en un órgano a cuatro manos. Por supuesto, la transcripción de la misma sinfonía, que realizó Franz Liszt para piano en el verano de 1837, revoloteó todo el rato en el recuerdo, que no en la comparación. Porque Takano y Márquez lograron por primera vez en la mañana que el órgano inmóvil y envarado del auditorio sonase a orquesta entera. Una proeza, si uno es permisivo con este tipo de trascripciones y no las demoniza como jugueteos con una obra de arte. Porque a fin de cuentas ni el más mínimo toqueteo hará daño jamás a una de las cumbres de la música y de la cultura.
Tras un pasaje tan intimista como cinematográfico de Howells, llegó otro de los momentos esperados: La miniatura japonesa, para órgano a cuatro manos, del propio Márquez. Cuando el otoño que asoma se torna primavera y la flor de cerezo, Sakura, Sakura, perfuma de sol naciente el encintado auditorio de Granada.
Variedad y espera
Y, si en la variedad está el gusto, un final para narrador y órgano. Otra rareza de la Academia para este año. Antonio Leiva, que es un muy buen actor de nuestra tierra, premiado y considerado, puso su voz para contarnos el cuento Pedro y el lobo, de Serguéi Prokófiev, tan conocido. De nuevo el órgano, gracias a las cuatro manos, y los cuatro pies de ambos concertistas, sonó a orquesta, unas veces desmigajada en sus instrumentos y otras plena de brío y marcialidad cuando aunaba todos los leitmotiv de cada uno de los personajes de cuento.
Así termina por este año una de las citas imprescindibles del final del verano en Granada. Un ciclo que, con todas las dificultades habidas y por haber, la Academia, con su directora aplaudiendo en primera fila, ha decidido celebrar. Enhorabuena. Así se hacen las cosas. Unas pocas han fallado, pero casi todas han sido un deleite y una continuidad a lo que no se puede ni se debe renunciar.
Que la asistencia de público, muchísimo menos entusiasta que otros años, no desanime a la Academia. Es mucho lo que se espera de su imaginación para afrontar estas vicisitudes y para enseñarnos a todos de lo ella que es capaz, haciendo honor a su nombre. Son tiempos de mudanza y ante ellos sólo cabe la esperanza.
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